domingo, 17 de octubre de 2010

De mitos, destierros y poemas de siempre



La Lluvia de Hojas de hoy nos cae con temas de la memoria cercana y remota de nuestra vida. Heterogénea, como casi siempre, despliega una serie de puntos que al final pretenden enlazarse. Sólo el lector sabrá si se relacionan de esta manera tan fragmentaria.

En un primer texto, la reflexión se hunde en una caverna para revisar los mitos como parte de nuestra cotidianidad. Se puntualiza apenas en el significado de los mitos, más allá de su acepción tan distante a la realidad, donde se le reduce a un simple cuento, a humo, a aire en el aire.

La narración que le sigue va hacia la memoria individual del niño de la casa que se descubre en el destierro. Una descripción pormenorizada de sus límites basta para ello y para mostrar su identidad de exiliado en un territorio prestado.

Tres poemas de siempre terminan, como es costumbre la Lluvia de hoy. Abordan los universales temas del amor, las decisiones y las oscuridades con las que se topa quien desea escribir.

Tome el lector lo mejor y que disfrute empapándose de esta Lluvia.


Los mitos en la cotidianidad



Sólo los mitos nos enseñan los secretos de la vida. Pero muchas veces no somos realmente capaces de hacer consciencia de ellos, creemos en nuestra práctica ignorancia que nos dicta, cuanto más, que son hermosas historias lejanas y cuando menos, los convertimos en sinónimo de irrealidades o mentiras. Pero ¿Cómo explicar sino en metáforas y parábolas e imágenes llenas de ocultamientos lo que la palabra no puede explicar? Únicamente hablando el lenguaje de los sueños, de las sombras, de los monstruos y fantasmas que se ocultan en nuestra profunda caverna interior, podemos tener algunas certezas útiles en la existencia.

Vivimos en un mundo de símbolos. Al menos, interpretamos la realidad convirtiéndola en símbolos que tengan algún significado. La realidad permanece siempre allí para ser descifrada, para traducirla a palabras e imágenes a los que nos acercamos con interés y sin miedo porque son las que aprendimos para designar cosas, hechos y relaciones entre ellos. La realidad no puede expresarse de otro modo.

El mito es una explicación, generalmente con arquetipos, de esa realidad inexpresable a través de otros medios. Uno puede agotar cientos de tomos tratando de explicar las sombras en una caverna que Platón expresó en algunas precisas palabras llenas de un misterio parecido al que rodea nuestra cotidianidad. Agota páginas y páginas de explicación y sólo el texto platónico o algún otro que se acerca a la misma primordialidad, tiene el poder de hacernos comprender en un momento, en un instante de lucidez, una realidad detrás de esas imágenes y penumbras.

Los mitos son legados de todos los pueblos. No solo los griegos se acercaron a ellos para hacer una cosmogonía. Tantos otros pueblos, algunos muy cercanos y lejanos a la vez, como nuestros pueblos aborígenes, presentaron de esta manera la realidad. Una forma que hoy nos parece extraña frente al parloteo de quienes utilizan una lógica aparentemente pragmática para toda explicación. O la simple invención de cuentos para suplir acercarse a las realidades más profundas de la naturaleza, del ser humano y del mundo que ha construido.

Pero volvamos a los mitos y dejémonos ya de tanta explicación.


El destierro siempre



El destierro en sus inicios sólo tiene un cuarto. No es el peor. Pero sus paredes gruesas muestran signos de abultada humedad. El piso es de tablas y oculta alacranes que danzan rítmicamente en las noches de lluvia, imitando las sinfonías tontas de las animaciones del cine mudo.

El techo de caña brava está disfrazado por un cielorraso que sirve de telón de fondo a variados insectos en un circo con actos de acrobacia y malabarismo. Una solitaria gran cama, de enorme copete de madera oscura, aguarda a la madre y al niño en ese aposento, colindante a los comedores. Al de diario, el contiguo a la cocina, por la puerta izquierda y al de ocasiones especiales por la puerta de enfrente, alta, de postigos, casi siempre cerrados.

La puerta de la derecha, usualmente trancada, comunica con la habitación del abuelo. Pausado, únicamente él tiene el poder de abrirla y penetrar en las oscuras noches de soledad, cuando, ausente la madre en sus compromisos sociales y políticos, deja al niño sin conciliar el sueño, abrumado por los ruidos del miedo que susurra el patio interior. Allí, entonces, sentado en la cama, el abuelo le cuenta historias antiguas, bíblicas y familiares, y el niño se emparienta con los reyes y los jueces al observar al abuelo arrobado explicando lentamente los casos en los que administró justicia en el reino de la oscuridad de un antiguo dictador.

El cuarto tuvo después un armario, el matrimonial, de pesada caoba, donde cabía toda la ropa posible. También los secretos. Guardados en su doble fondo. Relevó de sus funciones a la cesta de la serpiente hindú que ahora se hincha de arrugadas y limpias ropas por planchar.

Un cuadro de la Virgen de Coromoto, adorna el cuarto. Y la madre al verlo se acuerda, con ocultas lágrimas, de su esposo. Fue su único regalo en su tormentoso noviazgo.

Cuando se instalaron las mesas de noche, la chifonier, la peinadora, y los otros restos del naufragio familiar, nuevos santos acompañarían las noches: san Antonio de Padua, el Santo Cristo de Limpias, la Milagrosa y el Ángel de la Guarda que aparece guiando a dos niños que atraviesan un peligroso paraje, en un cuadro que ilumina mis pesadillas de niño recién acampado en una casa de viejos.

Tres poemas de siempre 2



Aquí estamos
despojados de las máscaras
desnudos
en la alegría
de nuestros cuerpos
que se buscan
en la penumbra
y se encuentran
en la claridad inenarrable
del amor.

Aquí estamos
Sin otro ornamento
mas que nuestra piel
deseosa de tacto
de gusto
de olfato
de vista
de oído atento,
de pleno ejercicio
de los sentidos,
transmutados en fuego
de un dragón doméstico
mas no domado.

Aquí estamos.
Esperándonos.
Aguardando que la vigilia
duerma
y la verdad aparezca
con sus tenues destellos
para acercarnos
como siempre
a la eternidad.

De Instantáneos


La decisión

más importante

de la vida

se toma siempre

en un instante.

Los largos años de reflexión

pasan como un suspiro

y a menudo ponen

en contradicción entre sí

los pensamientos,

ya secos

de tanto palpamiento mental.

La decisión corta

toda especulación

que le sea adversa

con la exacta hoja

de una sentencia,

con el incisivo filo

de los hechos.

De En el Inicio de la Vida


En algunos momentos

se apaga la luz interior

y si

reviso las páginas escritas

nada encuentro.


Más le valdrían estar blancas,

me digo.

Servirían a otro destino.

Construir aviones de papel,

tal vez.


Dobladas en mil formas

ostentarían la poesía del Origami.


Manchadas de mi torpeza

pueden volar

sólo al abismo

de la pesadilla.


Nada veo

sino una

plana hoja rellena de palabras,

ahíta del deseo expresivo,

gritando en la oscuridad

por un terrible mal totalmente onírico.


Pero siempre amanece

a otro sueño

donde creo

que mis sentimientos hechos verbo

sirven para algo.


Como construir aviones

de papel

que vuelen alto

y caigan en picada

hasta el atento ojo de un lector.

De El paso de la serpiente