viernes, 25 de abril de 2008

Lluvias Precipitadas

Como las palabras, las lluvias se precipitan a veces. Después no se pueden recoger y quedan en enormes charcos que solo el buen alcantarillado asume. De lo contrario nacen lagunas negras de hollín, desecho y putrefacción. El paraíso de la bacteria suelta, de la vida desbocada.

Las lluvias de hojas lanzadas al aire desde el pensamiento son más comedidas. En ocasiones hasta ineficaces en su pulcritud. El ser humano espera siempre el grito destemplado para hacer caso. Y huir con la manada.

Interesante involución en nuestras ciudades. Poética. Pero no es el único tema de esta lluvia de hojas que recoge algunos textos dispersos y antiguos. Viene a ser algo así como un pequeño estanque. Para que las ranas y otros animales nocturnos canten a la luna reflejada. Y los mosquitos salgan a llevar el mensaje y el temblor de las tinieblas, tras saciar sus hábitos insaciables de sangre.

Hojas de Lluvia todavía espera tu comentario, tu palabra que vale como mil imágenes, tu aporte escrito. Si así lo quieres. Y si no, el gusto es el mismo.

Poesía urbana

José Gregorio Bello Porras

Un momento. No voy a disertar sobre el fenómeno poético literario que se produce en las grandes ciudades. Lamento decepcionarte, si buscabas crítica literaria o nombres o títulos de libros.

Me refiero a la esencia de la poesía urbana, realmente. Es decir, aquello que hace que la ciudad sea un fenómeno lleno de extraña belleza. De tanta y tan extraña beldad que en ocasiones marea.

El humo construye formas fabulosas. Tan solo son mejoradas por las nubes en su inquietante cambio permanente. El humo hace soñar a más de un transeúnte. Incluso si este no ha ingerido alcohol o aspirado gases de goma plástica.

El humo es un espectáculo. A veces desgarrador, cuando procede de la quema de un espacio verde que se transforma en negro rápidamente. El humo cargado de cenizas de eucalipto y pino, junto a la yerba más común son el incienso que se ofrece al infernal demonio que produce el piromaníaco.

Ya vas a abrir la boca para decir que no hay poesía en ello. Sino delincuencia, maldad, lo que quieras. Estoy de acuerdo. En el acto desgarrador no hay poesía. Sólo al ver y sentir la melancólica consecuencia de ese vandalismo se produce en ti la poesía. Cruel poesía, dura poesía pero poesía.

Si el humo es de un tubo de escape o de un concierto de tubos de escape que se convierte en un gigantesco órgano, en un monstruoso órgano de tubos casi insonoro que toca macabras piezas en la catedral de la ciudad vespertina y gris, otra es la poesía. Observa todo lo que dije sin respirar. Así hay que hacer ante ese singular inconcierto o desconcierto. No respirar. Prescindir del aire que ya está contaminado. Evitarle algo de plomo a tu torrente sanguíneo. Pero es ineludible. Aún dentro de tu aire acondicionado, sabes que respiras humo falsamente purificado. Observas las formas tenues, las movedizas fluctuaciones de la tarde, producidas por el calor de ese órgano de tubos de escape. Y sabes que no tienes escape. Es poesía. De la tristeza y el vacío. Pero poesía.

Si el humo es de un cigarrillo, puedes decir y observar lo que quieras. Al fumador o las volutas de humo que produce. Sí las volutas. Hacía tiempo que no pronunciaba el nombre de estas creaciones aéreas casi siempre redondeadas blanco azulosas. Todo un despliegue de destreza en este mundo tan acelerado. Si observas a alguien haciendo volutas de humo de cigarrillo, detente. Es un espectáculo único y en vías de extinción. Si las volutas no son de cigarrillo, también detente. Pero no mucho. La marihuana y la ignición espontánea pueden ser peligrosas si no se les manipula adecuadamente.

Pero el humo no es todo. La ruina, los huecos, la basura, pueden ser objetos de la más singular hermosura. Las ruinas producen formas raramente clasificables. Formas que no puede repetir con total sinceridad un artista visual o de la forma. La basura sí. La producimos y reproducimos todos. Incluyendo los artistas plásticos. Aquellos que arrojan desperdicios derivados del petróleo a nuestras calles y áreas cada vez menos verdes.

Este arte del plástico merece un premio aparte. La condena a vivir en un salón de arte plástico , situado en una casa plástica en plena península de Paraguaná. Por lo menos seis meses expuesto allí, si los resiste.

El arte rodante, la poesía de la buseta es abrumadora. El estado de las unidades es una loa. Tan ridícula como la misma palabra. Loa ¿A qué? A lo que sea. El que las llamen unidades ya es un beneficio, un eufemismo frente a su desintegración. Súmele a ello la experiencia del olor interior, de los ruidos, incluyendo los de los reproductores de sonido y la conducta misma del conductor frente al pasaje –porque quien aborde uno de estos transportes colectivos se transforma súbitamente en un pasaje– para tener una de las experiencias poéticas más singulares de la vida.

Pero no se crean que voy a agotar este descomunal tema que apenas entra en calor. Por eso lo despacho, por los momentos, sin conclusión alguna. A ver si tú has tenido parecidas experiencias y te animas a compartirlas. Si no. Ese silencio sonriente que me ofreces será suficiente.


Selección de Pequeños Monstruos Felices

José Gregorio Bello Porras

Desde su prefacio, mi libro inédito Pequeños Monstruos Felices demuestra su intención inequívoca hacia la disminución del texto, hacia la miniaturización del personaje. Vaya una selección poco natural de estos pequeños monstruos que bien podrían formar un circo de pulgas narrativas.

Prefacio

Algunas biografías pueden ser tan breves en su densidad existencial que logran desarrollarse felizmente en pocas líneas. Casi como epitafios. Estos relatos quieren reproducir ese fenómeno.

Su obra es su vida
Creció grande y fuerte como un roble. De él se esperaban cosas espléndidas. Y no defraudó a quienes le conocieron. Produjo una mesa de comedor de doce puestos con sus respectivas sillas, dos cómodas muy cónsonas con su nombre y un ataúd de lujo.
En defensa de la propiedad

Defendió hasta el último metro del terreno de su pertenencia. En él, bastante plegado, lo enterraron.

Odio mortal

Era tal el odio hacia su enemigo que planificó la venganza perfecta: su suicidio. Así culparían del crimen a su adversario y lo condenarían a muerte.

En el olvido

Vive en el lugar perfecto para componer canciones de despecho. Vive en el olvido. Allí no es molestado por nadie, ni siquiera por él mismo. Y no sufre, en absoluto, por el hecho de que sus obras sean desconocidas. O porque se haya despreocupado de escribirlas.

Tour del alma

Aferrado a la vida por su pasión de viajar, complica enormemente sus recorridos para que al final de sus días, al desandar sus pasos, como cree firmemente que hacen los agonizantes, pueda tener un tiempo extra de disfrute de este mundo.

Salud de hierro

No resiste la primera lluvia. Se oxida.

Visión del delirium

La memoria de los elefantes blancos es nula. Está en blanco. Se termina no sabiendo quién los construye dejándolos así. Paralizados del pánico en una cristalería, ante la visión de un queso de porcelana donde se esconde un roedor. Tal vez así se extinguieron. Pero ellos no lo recuerdan. Y se vuelven conceptuales proyectos que aterrorizan a los embebidos en recuerdos.

Pabellón de la oreja

El pabellón de la Oreja es tan prestigioso como el de una feria mundial. En él se reúnen celebérrimos delincuentes, con algunos otros en proceso de formación. Todos algo deformes por los chuzazos de la vida. Se recobran, se reconstruyen con gruesos puntos de panadero. Las reformas son externas, de los miembros amputados. Nadie cree en su total recuperación. En camas clínicas duermen su ocio, hablando la jerga de los márgenes ahora precisados con rejas y alguna que otra baranda de plátanos fritos y carne mechada con filos improvisados por la herrumbre, a falta de otros componentes alimenticios del clásico plato nacional, en jirones, izado como pabellón patrio a media asta en memoria de los occisos por el hambre.

Gustosamente accede

A comer con deleite el más delicioso manjar que su imaginación pudo concebir. Se prepara, salivando con una profusión que le lava las manos. Dispone la mesa y da las gracias. Pide perdón por los excesos cometidos y por cometer, sin olvidar una oración por el eterno descanso de su alimento.

Tanto Tacto

Candidato a la carrera diplomática, tentado por la concupiscencia de los sentidos y de la carne, optó por la medicina en el arrebato de una ilusión ginecológica. La fortuna lo condujo hasta una carnicería. Ganada en las cartas.