viernes, 2 de mayo de 2008

Refranes cumplidos

Esta Lluvia de hojas trae un poco de locura y poesía. La música la cantamos mentalmente bajo la lluvia, tal vez un bolero como los que interpretaba la Lupe o una sinfonía, no importa. Con las tres cosas presentes hacemos realidad el conocido refrán. Es decir que de todo tenemos un poco. Como en botica, botánica y verbal, porque tratamos con hojas y con palabras, convirtiendo los males en bienes.

Sin embargo, sigo esperando tus observaciones, tus comentarios, tu palabra. Sé que estás allí, leyendo. Pero no puedo adivinar lo que piensas. Si crees que esto es interesante, házmelo saber con la señal de costumbre, es decir, con la palabra. Y si no también. Pero sigue contándoles a tus amigos y amigas de este sitio, donde siempre serás bienvenido.


Monólogos apocalípticos I


José Gregorio Bello Porras

Regresando las palabras a su más puro sentido original, apocalíptico significaría revelador. Este vocablo nos retrotraería al sentido mismo de lo expresado, pero ocultándonos, es decir re-velándonos, volviéndonos a velar, un significado más profundo, mediante el artilugio de las palabras, las figuras, la oralidad desmedida y sobre todo el delirio urbano expresado sin pudor.

Nada más revelador de este estado de insania normal donde flotamos, como en un río del que sólo salimos por voluntad expresa de nuestra consciencia, que escuchar atentamente las conversaciones ajenas. Tal como nuestros padres y abuelos nos aconsejaban que no hiciésemos. Pero que, por supuesto, ellos tampoco practicaban.

Escuchando se llega a Roma, alteramos el refrán. Porque de eso se trata. El monólogo en el que muchas personas pasan su tiempo vital, pretende llevarlos muy lejos en el pensamiento y la acción, trastornando igualmente el sentido de la percepción más primigenia.

Existen sitios aventajados donde se dan estos intentos de diálogos de fin de mundo que se convierten en cruce de monólogos entre dos o más individuos. Esos sitios privilegiados son las oficinas públicas y las agencias bancarias.

En esta oportunidad revisaremos no exhaustivamente, ni siquiera abundantemente, sino aproximativamente algunas ocurrencias de los usuarios de los centros de amasado de dinero, en esas panaderías del intercambio monetario de una a otra mano. Me refiero a las agencias bancarias, por supuesto.

Casi todos los intentos de conversación entre desconocidos en esos lugares giran en torno al malestar y a la conspiración del poder del capital en contra del usuario. Tema que podría ser muy valedero si el discurso, como un río en verano, siguiera unos cauces dialécticos aceptables. Pero las precipitaciones precedidas por negras nubes de espera, entre constantes tintineos y apariciones de números destellantes, sumergen en una especie de trance a los usuarios propensos a los delirios fatalistas.

Un tópico infaltable es el pésimo servicio. Pero no hablaremos de ello y menos aún juzgaremos a los usuarios en sus imprecaciones constantes, donde sólo se salvan de la maledicencia los bancos extinguidos hace más de veinte años.

En cuanto a los aspectos conspirativos, el discurso empieza desde la puerta de seguridad del banco. Un aparato colocado como cancerbero para someter a prueba la paciencia del público o preparar el desastre monológico que se dará internamente en la agencia. Ese aparato, según las conclusiones de un acalorado usuario que logra traspasarlo, fue puesto para ahuyentar a los clientes.

Según el discurso conspirativo el detector de metales sólo deja pasar una reducida cantidad de personas. Rechazando a los demás, haciendo que se vayan maldiciendo el banco, llevándose su dinero a otra parte. De esa primera fase del delirio sólo es rescatable la inquietante pregunta: ¿Cómo esa máquina deja pasar a quienes van a depositar grandes bolsas de monedas, si hasta un céntimo en los bolsillos le resulta sospechoso?

Adentro, en la agencia, se da un segundo momento de reflexión sobre la teoría conspirativa. Exactamente en torno al expendedor de tickets para la atención al público. ¡Cuántas hipótesis se tejen allí! mientras algunos sólo la utilizan para jugar números de loterías y otros toman la provisión de acumular de diez a quince números de distintos servicios para ver por cuál de ellos los llaman primero. Sólo les falta gritar bingo. Cosa que de hecho más de un usuario hace.

La máquina expendedora, ese segundo elemento de la conspiración, retiene, según el delirante cliente, a quienes vienen a cobrar, dejando pasar sólo a los que van a hacer depósitos. Lamentablemente quienes expresan tales tesis, no presentan mayores argumentos sino pura especulación, como la supuesta intención del banco de ganar algo de interés en un tiempo bastante exiguo, el suficiente como para cobrar un sueldo mínimo o una pensión de superviviente. Habría que calcular con detenimiento: cuánto puede ser el interés de la totalidad de ese dinero en una hora. La hora que pasan circulando en las pantallas los números de gente que ha huido ante el tumulto que espera o de quienes tomaron veinte números y pasaron ya hace tiempo, desechando la mayoría y regalando algunos.

Pero la confirmación de los pronósticos del caos sobreviene cuando una experta en desastres vaticina que a lo mejor cortan la energía eléctrica minutos antes que ella cobre su cheque. Porque, ya seguro tienen que cerrar caja para cuadrarla y se valdrán de esos trucos para la demora y el cúmulo de la renta bancaria por una o más noches.

Una vez hecho el pronóstico, a dos números de su ingreso en taquilla, un apagón deja sin electricidad gran parte del país. La infortunada dueña de agorero pronóstico expresa: ¡allí está, me oyeron y bajaron una cuchilla que dejó sin luz la agencia. Eso lo hicieron desde allá adentro! Y señala con la boca el interior de la bóveda bancaria.

Al confirmar que el corte del fluido eléctrico fue generalizado, nuestra vecina de infortunio expresa una sentencia de Jalisco: Fíjate todo el poder que tienen los banqueros, cortan la luz en toda Venezuela para que uno no cobre su chequecito y ellos mañana sean más ricos.


Palabras liberadas en la lluvia


José Gregorio Bello Porras

La poesía es un trabajo interior. Ajustar las palabras. Expresarlas en el sitio preciso o al menos en el lugar que las aproxime más a la percepción múltiple del lector, a su razonamiento y su emotividad. La poesía nos hace crecer interiormente.

En esta oportunidad, algunas hojas de lluvia traen la intención de la poesía.

De varios tiempos y ánimos se concentran en este sitio hojas dispersas. Primero caerán cinco gotas que semejan a los Haikú. Le seguirán otros tantos textos inéditos de diversa procedencia en mi obra.

Llueve en la tarde

La tristeza gratuita

se derrama sin fin

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Un segundo

encierra y libera

el tiempo completo

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Cómplice

La noche te disfraza

de oscuridad

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Das un paso

Te acercas pronto

a la lejanía

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Cada gota de lluvia

esconde un mundo

que se evapora


De Aliento

de las palabras

Fuegos artificiales

Algunas ideas

Viven segundos de esplendor

Mas nunca superan

un sabor de artilugio

y el humo que les sobrevive

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Soy

un fracaso

hombre

poeta

palabra

Una posibilidad

de equivocación

Una esperanza

simple

solitaria

extrema


De Leve Pesadumbre

En algún momento

desearé regresar

a este presente

Me deslumbrará

la fantasía de su distancia

Pero me daré cuenta

que sólo es melancolía

anhelo

sombra

del pasado

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En sueños

escribí

con la lucidez

de los astros

La noche

siguió

su curso

de oscuridad

y olvido

Sólo el día

me devolvió

la palabra,

trazada

con luminosas

sombras


De Espacios temporales

Qué es esto

que construyo con palabras

Un espacio

hecho

de tiempo

Donde ahora estamos

De donde ahora

partimos