La Lluvia de Hojas de hoy es torrencial. Y trae en su descenso una cantidad de materiales diversos que pueden interesarle al lector para pensar o para pasear su vista sobre palabras que identificará como suyas en cualquier momento. Toda reflexión tiene esa cualidad de adaptabilidad a lo que el lector piensa y siente.
En una primera reflexión retomamos la metáfora del camino para situarnos en nuestra realización personal. Un camino de obstáculos pero también de avances. Para evaluar el avance, es necesario saber que miramos desde un punto de vista.
Un relato, como siempre continúa la serie de seres fantásticos. En esta oportunidad se nos aparece un primer Genio dentro de una lámpara inusual.
Los tres poemas a que se ha acostumbrado el lector finalizan la Lluvia de hoy, indicándonos el valor del silencio y de la palabra.
La evolución del ser humano es un camino con abundantes curvas. A veces creemos estar en el mismo sitio. Nos sentimos como si hubiéramos dado una vuelta para volver al punto donde iniciamos la marcha. Si nos fijamos bien, no estamos en el mismo punto. Tal vez lo vemos cerca pero hemos avanzado algo.
Evolucionar es ir un poco más allá. Con frecuencia esta acción de desplazarse hacia adelante no es fácil. Nos vemos tentados, más de una vez, a retroceder. Nos recriminamos el haber abandonado un punto estable, el haber sacrificado la comodidad. Creemos muchas veces que el despeñadero nos aguarda en la siguiente curva. Tenemos entonces la tentación de detenernos.
Esto nos sucede desde niños, incluso antes de nacer. Es más cómodo el vientre materno, donde un cordón nos alimentaba, sin esforzarnos por succionar la leche que nos haría crecer. Nos luce placentero, dormir muchas horas al día, después que tenemos edad suficiente para ir a la escuela. Y nos quejamos de haber perdido unas horas de sueño por ir a aprender algunas cosas en el salón de clases.
Avanzamos y la vida, si no la tomamos entre nuestras manos, nos irá llevando a quejarnos de los pasos que vamos dando. Afortunadamente nuestra supervivencia ha dependido siempre de nuestra enorme capacidad de adaptación como seres humanos.
Por ello, también sucede que nos empeñamos en forzar todas las barreras y emprender la labor de vivir por cuenta propia. A veces nos equivocamos. De seguro nos equivocaremos muchas veces en la vida. Es una forma de aprendizaje. Pero, poco a poco, la experiencia nos irá mostrando el camino de una sabia cadena de encuentros y aprendizajes afortunados.
El camino de la vida es en ascenso y de curvas, muy a menudo. Curvas y obstáculos. Por eso, vemos el sitio que habíamos abandonado, desde otra posición y en ocasiones nos engañamos y desanimamos creyendo que estamos en el mismo lugar. Estamos más arriba. Pero como casi tocamos nuestro punto de origen, no percibimos que nos situamos en una vuelta superior. En otras oportunidades los obstáculos nos impiden, simplemente, ver dónde nos hallamos y creemos no haber avanzado mucho.
Interpretar correctamente las señales de ese camino va a ser esencial para situarnos en la vida y saber que nuestro destino es avanzar.
El Genio estaba encerrado en una lámpara de gas butano. Específicamente se aposentaba inquieto en la botella, cilindro o bombona contentiva del hidrocarburo inflamable y dador de luz. Ello debido a la mala jugada que le hizo su predecesor, quien se encuentra libre si aún sobrevive estos tiempos. Su posición es bastante incómoda, sobre todo por el fuerte olor a gas que persiste dentro de ese cilindro vacío. Aunque ya su substancia es distinta a la de todo mortal, aún sufre de ciertas debilidades como la de imaginar olfativamente el aroma nada agradable de ese oscuro sitio donde espera la eternidad, el llenado de la bombona o el desguace en una industria aprovechadora de metales.
Se quejó en esa larga noche que la vida de Genio no era nada cómoda. Que sus enormes poderes no le servían para librarse a sí mismo de nada. Que sus tres deseos o su único deseo de gloria y poder lo condujo hasta allí. Por supuesto, no dejó de pensar que desear era un obstáculo para la vida. Él seguía deseando que alguien lo sacara y pudiese cumplirle tres deseos y verse libre. Más aún, siendo su prisión tan contemporánea, las probabilidades de ese evento eran altas. Le parecía más bien extraño que aún no se hubiese producido ese rescate. Pero no tenía forma de conocer cuánto tiempo había pasado desde que estaba encerrado allí. En dos oportunidades trató de encender fuego para orientarse con un almanaque, pero después de sordas explosiones se dio cuenta de lo inútil de su gesto, porque de todas formas nada cambiaría su encierro, no estaba allí por un lapso definido, sino a perpetuidad o hasta que lo liberaran.
Atento siempre a las señales del exterior, nunca estas variaban. Creyó, de esa manera, que a lo mejor estaría enterrado. La lámpara a lo mejor yacía en el fondo de una cueva o en una fosa. Apenas el paso de las lombrices detectaba a través del corroído metal.
Era posible que estuviese enterrado, sí. Eso terminó creyendo. Pero debía asumir la personalidad de un genio, de una vez y dejarse de preocupaciones estériles. Alguien vendría, así fuese en siglos futuros, y lo libraría de ese encierro.
Ya casi no se acordaba de lo que hacía antes de estar allí en esa oscuridad. En ocasiones no quería recordarlo siquiera. Pero era inevitable. Ni a los genios les está permitido olvidar del todo. Más aún siendo prácticamente inmortales inútiles durante la mayor parte del tiempo.
Cuando estaba de buen ánimo veía como en una película cómo había llegado de camping hasta esa montaña. Cómo, al tratar de montar la carpa en su retiro voluntario para descansar de su trabajo de burócrata, se encontró que no tenía las instrucciones de esa vivienda portátil. Y entonces buscó la cueva, poniendo la carpa como cortina al frente de la entrada. Allí vio de nuevo que acomodándose para dormir en su sleeping bag, se tropezó con aquella extraña cosa, una lámpara antigua de cerámica. La detalló bien, alumbrándose con su lámpara de butano –la había preferido por tener mayor duración que las de batería– tenía arabescos que no lograba descifrar. Entonces la manipuló y el Genio que le precedió apareció entre fumarolas y alientos del pasado riéndose como si aquello fuese un chiste.
Y no era para menos. El predecesor le contó, a ruego de él mismo, que había estado allí al menos doscientos años desde que unos chinos lo ocultaron en esa cueva por temor a maldiciones indecibles. Nunca ellos se habían atrevido a sacarlo. Fue a parar a manos de ellos como una mercadería traída por piratas que tomaron cautivo un barco cargado de valiosas piezas venidas del medio oriente. La lámpara se la dieron a los compradores del lote de mercaderías sin costo alguno dado el carácter misterioso de la misma. Los chinos tuvieron cuidado de no manipularla. Y terminaron sepultándola en esa cueva. Cómo dio la vuelta al mundo esa lámpara para venir a parar al trópico en mano de unos chinos que huían de una guerra.
Así que esa misma noche, tomado por la codicia Baltasar, como se llamaba anteriormente, le ordenó a su Genio que le concediera todas las comodidades de una suite de lujo para dormir bien en esa cueva. Fue el primer malgasto de poder que hizo. El Genio predecesor se rió mucho. Casi ofensivamente. Y él lo mandó a callar. El Genio, serio le preguntó si ese era su deseo y él en un arranque de impulsividad le dijo que sí. Unos segundos después, ante la seriedad del Genio constató que había gastado su segundo deseo.
Se tomó toda la noche para pensar en qué podía gastar su última oportunidad. Bien arropado, en esa mullida cama, con bebidas y comidas dignas de un magnate de siglos pasados, transcurrió bien su tiempo. Se tomó el resto del fin de semana para pensar su pedimento. Al fin y al cabo estaba muy bien allí.
Llamó entonces al genio el domingo por la tarde. Y le formuló su último deseo. Casi puede decir que era su testamento. Recuerda las palabras exactas que lo perdieron. Genio, quiero tener los poderes que tú tienes para hacer cosas prodigiosas. Creyó que con ello resolvía toda clase de dificultades. Podría procurarse riquezas, salud, bienestar, poder político, todo lo que pudiese aspirar.
En un segundo sintió un mareo y millones de confusas imágenes que pasaban por su mente. De pronto cobró conciencia y tenía puesta la ropa del Genio. Trató de olerla para saber si al menos había sido aseada. No le notó aroma alguno que fuese repulsivo, un antiguo olor a sándalo, tal vez. El Genio, ahora con su ropa civil le explicó. Para tener mis poderes tienes que ser un Genio. Eso deseaste y eso se te cumplió. Yo ya no soy más un genio. Ahora tú lo eres. De la impresión, Baltasar soltó la lámpara de su mano cayendo en mil pedazos en el piso de la cueva venida a menos nuevamente. Ah – bramó el predecesor – esa torpeza tuya te ha dejado a merced de vagar por los bosques sin siquiera tener posibilidades de ser libre nuevamente…–Pensó unos instantes y prosiguió– A menos que…utilices tu propia lámpara. Sentenció con una sonrisa. ¿Una lámpara de butano? Se sorprendió el nuevo Genio con toda la torpeza de la que era capaz. Sí, no hay problema. Allí podrás ser invocado. Así que adentro. Y desde ese instante quedó atrapado en esa pocilga con olor a gas y nada más supo de su predecesor.
Cuántos años pasó allí nunca lo supo. Tan sólo que un día o tal vez una noche escuchó el sordo ruido de una pala que cavaba y daba de lleno con la botella metálica de butano. En pocos instantes sintió el movimiento, a pesar de la incorporeidad que había adquirido.
No pasarían sino minutos cuando la invocación por uso de la lámpara comenzó a funcionar y el Genio que antes había sido llamado Baltasar, se materializó pronunciando las palabras que correspondían a su guión de Genio. Mande usted, amo, sus deseos son órdenes. Le concederé tres des…entonces se dio cuenta que el descubridor había sido su mismo antecesor. Algo más viejo y bronceado.
Extrañado le preguntó por qué había vuelto. Y le dijo que necesitaba su ayuda. Y que por supuesto le iba a solicitar sus deseos. El primero era la restitución de la vieja lámpara de porcelana china en la que había vivido. Explicó que sentía gran nostalgia por el objeto. Enseguida el Genio, complacido se la acercó, con mucho cuidado para no provocar de nuevo un accidente fatal.
El segundo deseo fue bastante extraño. Deseo ser nuevamente Genio. Sorprendido el Genio que se había llamado Baltasar, le concedió su deseo. Pero curiosamente, en esta oportunidad las ropas de ambos eran las de Genios. Y el tercero, preguntó Baltasar. Amigo, como se ve que eres un advenedizo en esta materia de la Genialidad, pues sólo has pasado treinta años en esa bombona de butano. Debes saber que los Genios no formulamos deseos, los cumplimos.
Pero entonces, preguntó desconcertado el Genio que se había llamado Baltasar, yo no te podré conceder el último deseo.
Eso es cierto. Y también que seguirás siendo un Genio el resto de la eternidad pues no concediste la totalidad de los deseos a un mortal.
¿Pero qué ganas con eso?
Compañía. Hubiese preferido una mejor. Pero era la única posible. Eso sí. Cada quien en su lámpara. Y vamos adentro porque ya nada vamos a hacer aquí afuera.Puedes hablarme desde tu lámpara, yo te escucharé. Ah, ya de paso procuré que nadie nos moleste durante cierto tiempo. Sellé la entrada de la cueva.
Vete acostumbrando a la eternidad, amigo. Parte de ella la pasarás cerca de mí, así que no me fastidies.
El silencio
tiene su propia voz,
un eco
eterno
que resuena
en la bóveda
de nuestra mente.
La aspiración
unísona
del cosmos.
Un hilo,
una cuerda
sonora
tañida apenas
por el rayo.
El silencio produce
la afinación
del espacio
y sus múltiples cuerpos
distantes,
acercados
hasta nuestros oídos
en un momento
que se prolonga
por el resto
del tiempo.
El silencio
nos habla
en el más íntimo instante
cuando nos vemos a los ojos
y nos dice que callemos
porque nadie
creerá
que tiene
su propia voz.