domingo, 18 de abril de 2010

Filosofía hundida en tanques de poesía



La Lluvia de Hojas de Hoy trae de todo un poco. Como cualquier precipitación se viene con todo. Una reflexión sobre la verdad, hecha a modo de pequeñas sentencias, abre la caída libre en el sitio. Un tema a menudo empantanado por las opiniones, aquí se trata de visualizar, desde la perspectiva del lector.

Luego caemos en El Tanque, un relato sobre el niño que persiste en andar por estos espacios, arriesgándose a explorar territorios desconocidos sin salir de su casa.

Tres poemas, como siempre van en procura del lector, interrogándose sobre palabras borradas, sobre el tiempo y la memoria y otras preocupaciones filosóficas que pueden tan solo servir para que el lector se refresque con esta lluvia.


Algunas personas creen que nada es verdad.


Pero se niegan hasta su propio pensamiento. Si nada es verdad, su afirmación tampoco lo es.


Esta contradicción en el plano de las palabras e ideas manifiesta en cierta forma la naturaleza de las verdades en nuestro mundo de ideas.


La negación o la afirmación absoluta parecen no ser valederas para lo que expresamos en palabras.


La verdad absoluta puede existir sólo más allá de las palabras. Y probablemente sería una convicción inexpresable.


Afirmar la inexistencia absoluta de la verdad es también completamente inútil y absurdo.


Sucede a menudo que esta negación se basa en el hecho de un enfrentarse con la apariencia de las cosas.


Mucho de lo aparente es incierto, es tan sólo una simulación. Pero ello no basta para desestimar la verdad como algo posible.


Quien niega la verdad es porque en algún momento ha creído en ella y se ha desilusionado. Entonces la descalifica.


En el punto de desilusión es mejor aceptar la posibilidad de la equivocación. Y esperar que la verdad funcione en nuestras vidas también como una posibilidad.

De Cinco Sentidos sobre la vida


El Tanque


La tarde está nublada. Así ha estado todo el día. La humedad del tanque se acentúa en verdes más oscuros que el anochecer. El niño de la casa emprende, en ese momento, la excursión hacia el solar vecino, acompañado de varios compañeros.

La pared que lo separaba de la parte final del colegio ha caído bajo el peso de una lenta remodelación, lo que dejó al descubierto una balaustrada fácil de trepar y un muro no muy alto pero algo sombrío, por la edad que parece sufrir.

El niño puede ver por vez primera en todo su esplendor, desde su base, la palmera que aposenta las corujas y ese amplio patio con diversas plantas, frondosas en su descuido. También observa las caminerías laberínticas de piedra y las derruidas tapias.

Pero el tanque es lo que más llama su atención. De hondas aguas verdes, se sitúa al lado derecho del patio, desde la entrada que improvisaron los intrusos, dominando con su humedad el solar.

Algunos de los compañeros del niño inventan que es una piscina donde pueden nadar. El niño se detiene a observarlo cual pila bautismal donde vive el miedo. Su oscuro verdor cala los huesos. El niño imagina al monstruo que lo habita, escuchando los gritos de los niños. Ve cómo espera, agazapado, que alguien caiga en su tentación.

El monstruo del tanque sabe cuándo hace calor y aguarda ansioso por sus presas. Aunque el niño no tiene noticia de ninguna, sabe que los hechos verdaderamente espeluznantes no guardan testigos. De lo contrario, serían sucesos policiales que salen publicados en las Noticias, con crueles fotos que nunca han debido permitir los involucrados.

El monstruo aguarda. Tiene paciencia a que los niños terminen los juegos y quieran sumergirse en el tanque. Sabe esperar por siglos. Es más, piensa que mejor si se sumergen tarde, si casi son las seis y la luz se esconde en la frondosidad del patio y sus tapias. A esa hora no se ve el fondo y lo que parece un resbalón accidental es el ataque del monstruo.

Por eso el niño no se baña en esa oscura secreción del solar vecino. Prefiere observar cómo se arriesgan sus compañeros. Tal vez, con la esperanza de que no los ataque el monstruo.

O tal vez sí, porque así él sería un testigo de excepción.


Tres textos queriendo llegar a poemas


Las palabras

se sumieron

en la oscuridad

de donde venían.

En menos de un segundo

desaparecieron.


Qué murmullos

de niebla

habrían traído.

Cuáles serían

los trémulos recuerdos,

las dudas inquietantes,

las lágrimas

que recorrían su cuerpo

de tinta virtual.


Tal vez

estaban hechas de polvo

y volaron

ante la brisa

de una voz

festiva.


Quizás

se construyeron

con restos

de naufragios

y entierros ancestrales.


No conoceremos sus

facies

demacradas

por el encierro

en la caverna

de los miedos.

Ni sus vacilantes

designios

capaces de enajenar

el futuro

con su aliento absorbente.


Con su huida

hacia la tinieblas

de donde brotaron

nos hemos privado

de la nada

para vivir

la posibilidad

de permanecer

en el amor.

De Instantáneos



El tiempo le quita optimismo

a algunos seres

que languidecen en sus edades provectas


No piensan que han sido afortunados

en vivir

todo ese largo espacio,

en poseer el mundo de las posibilidades

para derrocharlas como hubiesen preferido

o hacer algo con ellas


.

Pero tal vez no han sido tan afortunados

y Cronos se los ha devorado

como hot dogs callejeros

junto a las posibilidades que tenían.


Así que acuden al desespero

Cuando no hay prisa por llegar al final,

convirtiéndose en angustia potable,

que deja sus huesos como las gaseosas,

llenos de necedad hueca


Ahítos de melancólicos suspiros,

ecos de olvidada reflexiones,

plenos de confusiones erráticas

de lo creyeron ser

y que no fueron

se entregan a la nada

sin la fortuna de una esperanza

De Vacío Optimismo



Una campana

tañe

movida por el viento

Sonido metálico

del aire

que rompe

su silencio

para anunciar

cómo vuela

el tiempo

en cada palpitación

del mundo

En cada doble

por el segundo

pasado

muerto

irrecuperable

De Espacios Temporales