José Gregorio Bello Porras
Antes que los ánimos se caldeen al fragor o al rescoldo de una incomprensión de mis palabras debo advertir que no trato de descalificar al consecuente visitante de estas páginas o a quien por vez primera las recibe, quienes recorren estas palabras buscándole algún sentido, en un intento de informarse, deleitarse, pensar o desecharlas.
No está en la escogencia de esta última opción del lector la referencia a una respuesta emocional del escritor, caracterizada con un grueso epíteto. Quien escribe debe estar acostumbrado a que sus palabras no son monedas de oro – sino sólo para el editor– para gustarle bien a todos, como expresa la letra de una ranchera del mexicano Cuco Sánchez (1921-2000) convertida en célebre himno de auto-reconocimiento y extensamente interpretada en diversas ocasiones por un cantor bastante popular.
Tampoco es una descarga en contra de quienes no leen. Pagarían los justos que se dedican a la lectura por quienes se dedican a otras cosas menos lucrativas para la inteligencia. Absurdo pagarlo entonces con quien lee.
Bien. Pero si no trato de insultar al lector, me refiero al intento de algunos escritores. El título de esta oscura reflexión, pues, proviene de la existencia de muchos textos que sí desean insultar al lector, aunque no lo digan. Sobre todo cuando quieren pasar un felino mensaje solapado disfrazándolo de veloz lepórido corredor.
El lector es inteligente. El sólo hecho de tratar de descifrar lo que intentó decirle un distante ser, da el indicio de una búsqueda que sólo emprende alguien con capacidad de raciocinio.
Una de las primeras cualidades del lector, en un mundo de fáciles mensajes, es la de ser pensante. No hablaremos de los grados de tal atributo, que los hay muchos. Pero es un error creer que el lector no es capaz de interpretar lo escrito de diversas maneras. Un primer insulto es, de esta manera, tratar la lector como un ser de escaso seso. Como un castrado mental, como un bruto.
Piense ahora, estimado lector, ¿cuántas veces no lo han subestimado sobreexplicándole lo que ya intuía desde el principio de la lectura? Sutil insulto, pero inadmisible. Esto, evidentemente no quiere decir que la lectura sea sólo para mentes geniales y que todo intento de divulgación sea un agravio. No. La divulgación se sabe tal y no intenta ser otra cosa. El insulto está en la mala escritura de alguien que se cree superior a quien lo lee y le explica lo obvio.
Un segundo insulto es tratar de llevar al lector como cordero hasta el matadero de las ideas del escritor. Y decimos matadero porque, generalmente, de allí no pasan esas nociones elementales que tratan vanamente de escapar de la mente del pretendido comunicador. El seudoescritor les da muerte prematura o violenta, después de pocas explicaciones, todas reiterativas, pretendiendo hacer cómplice al lector de sus propias opiniones. Así que también la subexplicación de las ideas, los palimpsestos del razonamiento, los saltos y las sobregeneralizaciones, intencionales todas, se convierten en un insulto al lector.
Pero sobre todo, el pretender contar con la solidaridad incondicional del lector, cuando el escritor asume una posición, es una subestimación de la capacidad del destinatario de nuestros mensajes. El lector puede llegar a acompañarnos, únicamente por el acompasamiento en las argumentaciones que hagamos o de las formas expresivas que utilicemos y que le lleguen a tocar realmente sus sentimientos.
El término acompasamiento es verdaderamente útil en este sentido. Es ir a un mismo ritmo, es sentir cada una de las piezas y movernos al mismo son. Eso sí es posible. Cuando una lectura mueve a un lector es porque llega a su razón y a su sentimiento, por igual, en una especie de melodía compartida.
Al lector no lo insultan palabras soeces ni situaciones límites de cualquier tipo. Le insultan quienes creen que no está preparado para recibir la información, la descripción, la esencia de esas situaciones que tan sólo muestran al ser humano en sus cumbres y en sus simas extremas.
Ya existen pocos escritores que insultan al lector con gazmoñerías. Pero aún los hay. Claro, son ahora de nuevo tipo. Ya no hablan de flores y aves, para mencionar un célebre símil utilizado para arremeter el tema de la sexualidad. Ahora simplemente convierten en un circunloquio sin fin el hablar sobre cualquier tema que exija alguna toma de posición. El final de tales intentos es una pared, de la cual el escritor cree que el lector no debe pasar. De eso no se habla, es su lema. Pero el único que no traspasa su pared mental y que no habla de eso es el propio escritor.
Quienes desean controlar al lector, también se vuelven insultantes. Controlarlo con sugestiones que se dan con el uso de ciertas palabras, controlarlo con mandatos implícitos, controlarlo por la vía fallida que utilizó la publicidad en muchos momentos. Esto es así porque yo digo que es así y lo digo públicamente, parecieran expresar los exponentes de semejante insulto.
Insultan también al lector quienes sencillamente escriben mal y pretenden perseverar en su pésima expresión, simplemente por un deforme entendimiento de la honestidad. ¿Y, cómo hago si yo soy así y hablo de esta manera? dicen en su descargo. Vale la primera vez. Vale en un comentario. Pero no en la perseverancia del mal hablar que le revienta los oídos internos al lector. No me refiero a quienes ex profeso, hablan de determinada manera para que el lector se divierta con sus disparatados modos y argumentos. Sino de aquellos que por tener los medios de hacerlo, de escribir, simplemente lo hacen y lo hacen mal, sin saber o a sabiendas de su crimen.
Insultan al lector quienes pretenden no decirles nada, hacerles perder el tiempo, mantenerlos rehenes de las palabras hechas verdaderas redes. Y hay más de una red para perder al lector en el laberinto.
Finalmente, y por ahora, insultan al lector tanto quien lo ahuyenta con improperios, como quien utiliza el fastidio como forma de organizar la palabra, para dormitarlo y no para hacerlo despertar de tanto falso sueño y sumergirlo en verdaderos sueños, reveladores de nuevas realidades más profundas, estimuladores de la creatividad, sueños creadores, sueños posibles, aunque luzcan inalcanzables.