Ante el espacio en blanco para el poema, el creador guarda un silencio casi reverencial. Algunas veces es sólo la parálisis, el instante sin aliento que precede al acto creador. O el asombro de la frase inicial, el arrojo de cometer una osadía como pretender asir la belleza o el tiempo u otra forma, casi insustancial si no la fijásemos al cuerpo denso de las palabras.
Ese primer acercamiento al hecho creativo del texto poético es una declaración de principios de vida en relación a la poesía.
Ante ella pensamos con harta frecuencia que estamos frente a un misterio. En otras ocasiones, sabemos que es la boca por donde el grito del corazón se desahoga. Es, en todo caso, el espacio que le da forma a lo que estaba disperso. Es el orden dentro de nuestro caos. La poesía es eso, dar equilibrio a nuestro desconcierto interior, trazarle un plano al laberinto de nuestra consciencia. Un mapa de palabras que nos guían hasta salidas temporales.
Si nos acostumbramos a ella, la poesía es un fenómeno que nos asalta frecuentemente. Una pulsión que desea su expresión constante. Poner afuera lo que pertenece a ese mundo de nuestras profundidades o de nuestras relaciones con el mundo. Ese acto, de por sí, traza una intención de vincularnos a un lector o a otro individuo que comparta o con quien compartir esas vivencias.
Nunca parece suficientemente extenso el mundo de relaciones del poeta. No importa cuántos lo lean, siempre el poema, la intención de creación, estará destinado a quien descubra su estructura de pensamiento. En la cotidianidad las palabras parecen objetos utilitarios, aún siendo símbolos de la realidad, en la poesía conservan esa vestidura original o ese despojamiento primordial de ser símbolos en movimiento.
La poesía solo se aprende en su propio territorio. No en los libros que la pueden contener, sino en el hecho creativo, en la vida de donde se nutre, en el deslumbramiento de descubrirla en nuestro mundo circundante, en los hechos de la cotidianidad. Por eso pertenece a todos los seres humanos, sin distingo de ninguna especie, pero solo si estos se acercan hasta ella con los sentidos bien abiertos y el entendimiento sensible.
Quien descubre la poesía jamás podrá abandonarla. Se nutrirá de ella, la hará su lenguaje, se sorprenderá hablando poesía, porque esta habrá tomado su vida. La poesía es la vida que se transmite en palabras, en silencios, en gestos perceptibles para la aguda alma que sabe que ella es su existencia.