domingo, 23 de enero de 2011

El río de la palabra llena su cauce



La Lluvia de Hojas hoy nos trae nuevamente un río de palabras, si no crecido, al menos dentro de la normalidad de su cauce. Una vez experimentada la brevedad, tal vez no la máxima pero si la precisa, se regresa a este fluir normal.

Incluso la primera propuesta reflexiva es En contra de la brevedad. La propia contradicción para alguien que ha afirmado que la brevedad es la máxima aspiración del lector y el escritor. No obstante al fin de la cuenta no hay reconvención.

Luego discurre una narración corta titulada Perseo tal vez sin tanta suerte, donde el protagonista explora con su vida de forma bastante atroz, como debe ser, la experiencia mitológica.

Tres poemas del regreso finalizan la Lluvia de este día. Explicar estos poemas es quitarles el sabor de la boca. Si es que esas palabras puedan tener algún sabor.

Que el lector se refresque en el río que nunca termina de pasar.

En contra de la brevedad



Tras la brevedad viene la pausa. Tanto laconismo puede extenuar al lector que espera que las palabras lo arrullen para dormir con el canto coral de enormes volúmenes que sobrepasen los mil folios y el ancho de sus almohadas. Libros mullidos. De lomo suave y contenido de plumas de ganso. Escritos con plumas de ganso, leídos con voz de arroyuelo cantarín o disfónico río, da igual. Puede incluso escucharse como bolero de Carmen Delia Depini, gloriosa musa de la cotidiana calle décadas atrás.

Las palabras siempre han sido un masaje. Las palabras dichas con esa intención. Las expresadas con el grito desalentador o tenebroso, las amenazantes o destempladas constituyen todo lo contrario a cualquier esperanza de sosiego. Las palabras son un rio donde nadamos a gusto mientras no haya crecida emocional.

La abundancia no es crecida. Los monumentales ríos se ven tan pacíficos con sus caudales formidables. Las múltiples palabras juegan el mismo rol. Hacen ver ese paso verboso como un reto a de nado para lectores avezados. Alguien siempre aspira a leer un libro en la vida. y cuando se adquiere el hábito devorador de páginas cualquier cosa, el grueso del libro es fundamental.

Cuánto nos gustaría un libro que no acabase nunca, un libro río que nos fuese llevando al mar de las palabras para perdernos en el e ir a otros mundos. Algunos creen que la brevedad nunca puede lograr eso.

Pero la brevedad también tal vez lo logre. Este es un camuflado ejemplo. Ya todo está dicho.

Perseo tal vez sin tanta suerte



Perseo enseñó la cabeza que guardaba en el saco de yute que le prestó su mujer Ariadna con el pretexto de ir al mercado por vegetales y cerdo. Todos se quedaron petrificados en la sala del consejo. Nunca creyeron que hablaba en serio cuando le pidieron que trajera la cabeza del enemigo. Aunque las moscas y el nauseabundo olor delataban un contenido aborrecible, la putrefacción de las mercancías y especialmente del cerdo podía ser la lógica causa del asco que despertaba a su paso.

El consejo le pagó con desagrado la suma acordada. Ya no había vuelta atrás. Pero demasiadas señales había dejado Perseo en el camino hasta esa sede secreta del consejo como para que el oculto cuerpo colegiado estuviese expuesto a la acusación de una autoría intelectual del crimen.

Lo despidieron con presurosa ansiedad, haciendo que se llevara su presa como recuerdo. Pero como él ya no la quería, la arrojó en un aplastado contenedor de basura en la parte posterior del edificio. Y contando los billetes con desconfianza y sigilo creyó perderse en la oscuridad.

Para despistar a cualquier perseguidor insidioso, se cambió de nombre. Creyó que el de Teseo, le protegería de caer en trampas. Pero su mujer resultó una informante de la policía a instancias del propio consejo, seducida por una cuantiosa herencia duplicada por el favor del olvido.

Cuando se vio acorralado por los gendarmes supo que era imposible huir de la adversidad. Había ingresado por equivocación en un laberinto, su falsa identidad no le daba pistas de salida. El olor a muerte le anunció que no podría emerger con vida. Y conoció entonces la suerte del Minotauro.

De: Náufragos en la calle

Tres poemas de regreso


Bajar hasta las profundidades

del infierno

es fácil.


Sólo dejarse caer

por sus empinadas escaleras

circulares

dando curvas precisas

en cada vuelta de campana,

pregonera de un fondo

que nunca llega.


El regreso

Ese sí es arduo.

Salir del foso

con las piernas rotas,

sin alas,

es cosa seria

que hace pensar

en lo inconveniente de esa caída,

en la imposibilidad de la tarea,

en el ascenso

como única forma

de redención

casi negada

hasta por la esperanza.

De En el inicio de la vida (2010)


La soledad

es un cuarto vacío,

sin ventanas,

con la puerta olvidada

en una pared

ya inexistente.


La soledad

es una mano

que escapa

en la noche

dejando únicamente

el calor

de un recuerdo

que pronto

se extinguirá.


La soledad es esperar

que vengas

eternamente,

sabiendo

que los días del regreso

ya pasaron.


La soledad

es una esperanza

escondida

donde nadie

la pueda hallar.

De Instantáneos


No son planas

las fotos que me acercan

a tu mundo.

Están dimensionadas

de asombros

y sensaciones de cercanía

con tu piel,

con tu alma.


Es la fricción

de nuestros cuerpos

a la distancia.


Una mezcla exacta

del coctel de alegre

melancolía

con que brindamos.


Te tengo,

distante.


Me tienes.


Te atrapo

en retratos que vuelan

hasta nuestro tiempo y lugar,

casi imposibles,

pero sólo lejanos.

De Extensa Brevedad