La Lluvia de Hojas de hoy nos trae un amplio abanico de temas para pensar o disentir. Se viene torrencial con una reflexión sobre la pobreza, tema amplio y extraño en estos territorios. Porque se ha dejado para el uso exclusivo del político profesional, no obstante, el ciudadano silvestre tiene mucho que aportar. Más, incluso, que el que lo ha vuelto un tópico descorazonado.
Sigue la Lluvia trayendo el relato de un sueño paradisíaco. En medio del Jardín del Edén, el protagonista discurre sobre su realidad onírica. Tal vez vivamos en un sueño permanente, angustioso postulado que nos reta.
Tres poemas de luminosidad limitada, dado el poder de la palabra, terminan, como siempre la Lluvia de hoy. Son tres poemas que vienen con sus luces tenues a plantearle imágenes y sensaciones al lector. si lo logran serán bienaventurados. Los poemas, claro.
Que el lector se refresque con todo este dispar contenido.
Menudo tema, nada fácil. Más que tópico de discurso o discusión es una difícil realidad. En mis recorridos diarios por la ciudad, de un extremo a otro, en muchos tramos, veo el enorme agolpamiento de miles de viviendas que están en el límite de una vida posible y una existencia digna. Es solo un reflejo de la pobreza que vive entre ellas. No puedo juzgar a sus habitantes, la mayor parte trabajadores, expertos en el ejercicio de la supervivencia, del salir adelante ante toda dificultad. Esa tenacidad, ese espíritu de lucha insoslayable es meritorio. Pero tales virtudes pertenecen al individuo, la pobreza no es su productora.
No es sencillo explicar por qué viven allí, la circunstancia de cada quien, la historia personal que los llevó a ese sitio. Muchos se empinan por salir y lo logran, convirtiendo en transitorio su paso por esa prueba de fuego. Porque vivir en los barrios pobres es una exposición a múltiples riesgos y problemas, aunque haya valores que enaltezcan a muchos de sus habitantes. Vivir allí con una sonrisa es cosa de tenacidad, pero no para llevar ese modo de vida a los altares de la novela rosa.
El hecho de la existencia de la pobreza es un reto al ser pensante. Que se encuentra en cualquier sitio, tanto en lo alto del cerro como en la colina o en la calle. No pocos la conciben como algo inherente a la naturaleza humana, una especie de necesidad entre las diferencias individuales. Otros lo toman como un castigo, bien sea divino o sea humano, en este último caso debido a un sistema económico, político o social. Hay quienes creen que no corresponde a ninguna de estas afirmaciones sino que es el mero resultado, la consecuencia de una inconsciencia humana, de una inconsistencia entre el ser y el deber ser, de una injusticia. Se podrían enunciar muchas fórmulas que tratan de explicarla, como forma de encontrarle una manera de erradicarla, si es que eso propone el postulado de sus principios.
Para algunos es imposible una erradicación de la pobreza, ya que ella es una actitud humana. No obstante, olvidan que las actitudes pueden ser cambiadas mediante una adecuada educación, a menos que ya se convierta en una forma de existencia, aceptada plenamente, que no se quiera cambiar o que por desórdenes mentales no se pueda transformar del todo.
La solución del problema es sumamente compleja. Debe atacar los niveles educativos, incidiendo en los valores, de relaciones sociales, de la economía, de la política. Una armonización de todos estos elementos, junto a acciones decididas, permitiría vislumbrar alguna resolución inicial. La pobreza como problema es un reto que puede enfrentarse. Porque todos los días nos afrenta.
Pero como todo reto, comienza en la conciencia individual, aunque parezca que esta es poca cosa para cambiar nada. Pero de la conciencia se pasará a la disposición, a la fortaleza emocional y a la acción que genera cambios en nuestro entorno. Tal vez un cambio individual sea mínimo, pero es una gota en un mar que puede ser consciente de su debilidad y de su fortaleza como un todo.
Sueño que estoy en el paraíso, un lugar realmente encantador, un planeta primigenio, feraz, con animales coloridos, manso y con la feliz apariencia de seres extraídos de cromos hiperrealistas para niños. El lugar ofrece abundancia de frutos y música celestial ubicua. Paseo por sus interminables jardines sin perderme, no hay forma de ello, porque todo ese sitio es para mí, mi casa, y estoy siempre en el mismo lugar a pesar de ver múltiples plantas, animales, paisajes y todos sus detalles fascinantes.
Me recuesto de un árbol a descansar y pienso que estoy tranquilo y que tal vez en ello consista la felicidad. Pero algo me inquita repentinamente. Una serpiente interior me tienta. Trae consigo un libro de tapas rojas abierto en una página. En ese momento pienso que eso que miro en mi interior es un sueño. El libro, abierto me dice …si la eternidad es la repetición de esa existencia que llevas, llegará el momento en que ella sea el suplicio de la monotonía. Abro los ojos y constato que aún estoy en el paraíso gozando de la fresca sombra del frondoso árbol cuya fruta me alimenta en ese instante. Mientras como, pienso en mi sueño instantáneo y la frase leída me empieza a producir agrura. El paraíso, en ese mismo momento, ha comenzado a dejar de serlo.
No obstante, me incorporo y encuentro que además vivo en la soledad. Camino como un peripatético, hablando conmigo mismo y el paraíso resuelve, al acto, darme una serie de seres de buen talante, sonreídos, que conversan sobre los temas más dispares con enorme erudición. Nuevamente caigo en el letargo al escucharlos e intervenir a tramos comentando algunos de sus asertos. Se sonríen más. Y me transmiten cierta paz que ya conocían los maestros zen de oriente con el viejo arte del poder de la sonrisa.
Nuevamente el libro rojo de mis sueños se abre en una página y repite la frase ahora de otra forma …si estás condenado a vivir de esa manera, ¿te parece eso un lugar de felicidad? Comento la frase, interrumpiendo toda otra conversación y sin perder la sonrisa los seres del paraíso me contestan con mil argumentos, explicándome que nunca habrá un tema realmente agotado, que las palabras mutan y rehacen el pensamiento, que los seres se turnan y no me parecerá nunca aburrido, que siempre podré optar por la soledad o la compañía. Mi tranquilidad reaparece junto con la sombra del libro rojo.No permito que se abra de nuevo. No sin antes preguntar si en el lugar hay una biblioteca para consultar libros. Un recuerdo antiguo me trae esa inquietud. Me contestan que puedo acceder a toda la información posible. Que no hay una biblioteca sino el acceso a la información de los libros que quiera en uno solo, porque no existe un lugar que pueda contener todos los libros existentes pero sí un libro que los contiene a todos. Descreo. El paraíso se derrumba otro poco dentro de mí.
La sonrisa desaparece de mis labios. Termino de abrir el libro rojo. …y si estuvieras soñando todo esto… repito la frase a mis interlocutores. Sus sonrisas se desvanecen junto a ellos, con la misma sutileza de nube con la que aparecieron.
Despierto y me doy cuenta que estoy en el sitio de siempre. En una inmensa biblioteca. Tal vez sea la del propio infierno o la del verdadero paraíso. Pero decido seguir soñando allí, en ese lugar de las múltiples posibilidades.