domingo, 6 de febrero de 2011

Sufrimientos y alegrías al seguir el viaje hacia el pasado



La Lluvia de Hojas nos trae nuevamente retratos del pasado. De un pasado que evoca otro. Porque rescata unos viejos textos que generalmente tratan de temas también viejos y que repentinamente se actualizan y entran en funcionamiento como autómatas a los que se les da cuerda nuevamente o se recargan de energía.

Escribir tiene esa particularidad. Siempre se hace en un presente y se lee cuando ya es pasado. No obstante puede seguir evocando el presente, el pasado o el futuro.

En la reflexión que inicia los textos, Del sufrimiento y el goce en la escritura; se expone el viejo dilema de las penas como motor en el oficio de escritor. Ello puede llevarnos a la esencia misma del escribir. No obstante cada quien sabe y siente por qué lo hace.

El relato que le sigue, En negro vuelo hacia ella, aborda en su brevedad un episodio también efímero y lleno de referencias de lenguaje. Pretende crear una atmósfera en la que se desenvuelve la acción. Es un texto tomado del viejo libro Un largo olor a muerto.

Finalmente unos poemas agrupados en el título Otros poemas del álbum, van a finalizar la Lluvia, con citas a múltiples retratos e instantáneas que describen episodios de vida y sentimientos absolutamente fugitivos, de no retenerlos la palabra que alude a su inexistente cuerpo de papel.

Que el lector saque provecho de esta Lluvia.

Del sufrimiento y el goce en la escritura



Este es un tema recurrente. No por ello resuelto completamente. Aunque cada vez que se escriba sobre él parezca totalmente disuelto en un mar de misterios.

Para algunos es necesario que el escritor se vea sometido a padecimientos hasta injuriosos para poder producir una obra de valor. Parecen decir que el sufrimiento es el más poderoso motor para escribir. Como si el hambre lo fuese para generar cualquier cosa, incluyendo la comida.

Sobre este punto sería inacabable hablar. Habría que revisar las motivaciones del escritor, escudriñar y discutir la misma teoría de las necesidades, la psicología de las diferencias individuales y otras muchas ideas que tal vez nos conducirían a la nada. Nada concluyente.

El sufrimiento o el goce se transfunden a la escritura casi necesariamente al tocar el tema, en cualquier género que se escriba. Si se escribe de sufrimientos o de alegrías, necesariamente está presente el escritor, quien debe haberlas experimentado para transmitirlas con cierta verosimilitud.

Las circunstancias de vida de cada quien colocan cualquier tema, con su dosis de sufrimiento o alegría, al alcance del escritor, en el área de su vivencia. Pero no son las circunstancias las que escriben. Las circunstancias no obligan. Ni siquiera recomiendan, por ellas mismas, la lectura o la escritura.

A veces uno cree que es la vida la que toma la pluma o el teclado para pronunciarse acerca de ella misma. Válida representación porque la existencia se particulariza, tanto como se universaliza, en el escritor que sufre o goza.
Pero no son las circunstancias tristes o felices las que construyen la escritura. Es Plath o Neruda, por pronunciar el nombre de dos valiosos poetas, quienes escriben. Es el talento de cada escritor el que se expresa independientemente del sentimiento humano que esté tocando o el grado de padecimiento que haya tenido.

A pesar de las circunstancias y por sobre ellas, que lo retendrían en el goce o el sufrimiento, el escritor plasma su vivencia con palabras.

No es por la condición del escritor, de triste o alegre, de asceta o bohemio, de mártir o hedonista, de enfermo u optimista, de rico o de pobre, de ser que padece todas las grandezas o las vilezas humanas, por la que se construyen las obras con decoro y permanencia. Es, simplemente, por el talento que el ser humano ha desarrollado, durante su vida feliz o miserable. Por ese irrefrenable llamado a expresarlo todo con la palabra que nace en conjunción del corazón y la mente.

De no existir el talento, la primera brisa haría desaparecer ese cúmulo -túmulo- de palabras. De no existir el talento en el ser humano, nada persistiría más allá de un breve ahora.


En negro vuelo hacia ella



Hace retroceder la silla para levantarse de la mesa y pronunciar en su sitio el discurso. Con el tintineo de copas, platos y cubiertos disimula el del arreglo rápido del traje y las sonoras medallas donde se concentrarán las miradas de los presentes.

Damas y caballeros, he dicho, termina manifestando tras el recorrido de glorias patrias apropiadas para la ocasión de su homenaje. Con cada vez más moderados aplausos aprueban las palabras las miradas que se entrecruzan y suenan de nuevo los instrumentos para música de fondo.

Desea volver a sentarse y continuar la comida pero permanece levantado unos segundos, mirando hacia los lados si alguien nota su elevación a quince centímetros del suelo. Mas solo una mujer le observa.

Continúa ahora en sus apreciaciones gastronómicas, vencido el pequeño lapsus de indecisión debido a su vuelo intelectualizante. Sorbe con finura y servilleta en mano, aunque sin copa, todo el líquido de granate tibio que brota del cuello de la dama que lo miró.

De: Un largo olor a muerto (1980)

Otros poemas del álbum



El relámpago

los ciega

por una eternidad

breve,

de papel.


Al fondo

el paisaje,

aquí la mesita,

el traje de marinero,

el naufragio de su niñez.


Se asoma

a la barandilla

con pañuelo

en la alta mano.

Ya

apenas se le distingue,

no es el mar

el que se la lleva.


Oscurecidos

en togas y birretes,

no se les adivina

lo de la luz

del saber.


Disfrazado

de Neptuno

tridente

hipocampo

escamas

como traje

se hunde

en la observación

de su cuadrado límite

desigualado por el fuego.


Permanece

con la boca abierta

los músculos faciales tensos

exaltado

en un mudo discurso

que escuchamos

viéndolo.