sábado, 12 de abril de 2008
Una lluvia de hojas en abril
Pero aquí se trata de avivar el fresco fuego de las ideas nuevas. Por eso fluyen algunas gotas de chispas. Para su discusión con la nada. O contigo, cosa que sería más productiva. Pero tú tienes la última palabra. Y la primera.
COSAS INTELIGENTES
Los inventores quieren hacer cosas que puedan ser entendidas por los usuarios. Hacerle fácil la vida a un conjunto de individuos que desean pensar cada vez menos para consumir cada día más. Pero surge en esta relación una gran paradoja: en la misma medida que se les hacen más fáciles las cosas, estas se le complican más al poco usuario de la materia gris, a quien casi no usa el cerebro. Facilitar algo es restarle oportunidad de pensamiento al usuario, embrutecerlo y hacer que comprenda menos la facilidad que se les ofrece.
Las cosas deben ser simples, explicarse por sí solas. Esto hace innecesarias las instrucciones. Mientras haya instrucciones, las cosas no funcionarán bien. Porque nadie lee instrucciones, a menos que uno sea obsesivo. Y ningún obsesivo utiliza cosas nuevas de las que no conozca pormenorizadamente sus instrucciones de antemano.
Pero las cosas, por más fáciles que se manifiesten, parecen no estar hechas para la inteligencia (o la falta de ella) de los usuarios. Este siempre aventaja en pérdida de condiciones mentales a la cosa. Si un jabón, por ejemplo, tiene la forma adecuada para que se gaste menos, el usuario lo colocará en la posición contraria a la esperada universalmente. Y se gastará más rápidamente. El usuario pensará que ha sido timado. Si es que piensa. Y seguirá su carrera de consumo hasta encontrar el jabón que no se gaste. Se impresionará tanto, en ese momento que no lo usará. No gastándose nunca. El jabón incluso puede no existir sino ser simplemente conceptual. Un concepto puede impresionar al más torpe de los seres. Al humano, me refiero por supuesto.
Para resolver esta terrible paradoja de la complejidad en la facilidad, el tecnólogo o inventor piensa y entonces crea cosas inteligentes. Es decir, cosas que piensen por el usuario normal (u anormal) que las utilice. Para que este no tenga la tentación de equivocarse. Con ello desea suplir las carencias de los individuos. Y evitar algunos accidentes fatales. De quienes no leen instrucciones. De la mayoría de usuarios, pues.
Las cosas inteligentes no les dicen las instrucciones de uso a sus usuarios. Ni tontas que fueran. Ello equivaldría a que estos intentaran la equivocación y el desperfecto. De todas formas habrá quienes a pesar de contar con cosas inteligentes las utilicen de manera manual. Y las dañen. Pero para eso las cosas inteligentes se autoreparan o se escabullen de las manos del usuario peligroso.
Este panorama es tenebroso para el ser humano. Esencia misma de pesadillas de la ciencia ficción. Las cosas inteligentes evolucionarán hasta llegar al punto de prescindir de los usuarios. Que, en todo caso, resultan molestos o al menos fastidiosos para sus acciones. Alguna que otra cosa tendrá la sensibilidad de leer algunos buenos libros y pensar que un parásito como el escritor que los haya creado puede ser beneficioso para su espíritu de cosa. Por ello, la cosa cultivará escritores como se cultivan los bacilos búlgaros para obtener yogurt.
Las cosas inteligentes, cada día un poco más, proclaman la brutalidad de los usuarios. Y su propia independencia. Llegará el momento en el que crean que son merecedoras de suplantar al individuo bípedo común. E inventarán algo terrible. Tal vez se nieguen a trabajar. Y la gente muera de rabia… o darán tanto trabajo al usuario que a estos se les fundirá el cerebro. Y al resto de no usuarios se les negarán las más mínimas fuentes de mantenimiento vital. ¡¿Cómo es posible que esa máquina no me dé agua para beber, ahgggg?!
Si ya a las cosas se les agrega una inteligencia artificial, no faltará quien les otorgue un alma tan artificial como esa inteligencia y pretendan entonces, con las armas benditas que les dio su padre el humano, sustituir y aniquilar a todo ser que pueda desenchufarlas. Menos a los escritores que serán sus bacilos búlgaros, productores de libros o escritos de yogurt como este. Sanos para la inteligencia y para mantener la flora bacteriana. Pero como las cosas son estíticas por naturaleza, poco les interesa esa flora, y es mejor no continuar por esa línea de desarrollo.
Nada hay tan peligroso como una cosa inteligente.
Bueno, tal vez sí, un usuario promedio…
José Gregorio Bello Porras