domingo, 24 de octubre de 2010

La noche cada día



La Lluvia de Hojas de hoy es nocturna. Lluvia oscura, llena de preguntas, sombras y dudas. Se ilumina con destellos de relámpagos donde se leen palabras aisladas en la soledad de la noche. Trae recuerdos y olvidos. Corre hacia el día, a ras del alba.

En el primer texto una reflexión sobre la memoria y el olvido, nuevamente retomando el sueño y la vigilia como los equivalentes más inmediatos de estos fenómenos psicológicos en la vida física.

El relato que le sigue es extraído de los recuerdos. La sombra aproxima un definitivo silencio es su título, y está tomado de mi libro Un largo olor a muerto, que cumple treinta años de publicado; así que, tal vez, merezca una segunda exposición a la vista pública.

Tres poemas sobre la noche finalizan la Lluvia de hoy. En ellos lo nocturno toma diversos trajes con el pretexto de vencer las oscuridades interiores, los temores y acercarse a una mañana después de la tormenta.

Que el lector se recree con esta Lluvia.

Memoria y olvido 2



No recuerdo haber tocado los mismos puntos de este tema. Sin embargo es recurrente volver a sus recodos que siempre guardarán sombras e inextricables sorpresas. Tanto que de ellas no sabremos nunca.

Recuerdo haber comparado el olvido al sueño y la vigilia a la memoria. Habría que explicar bastante esta simplificación. Tal vez solo una imagen impactante para exponer que la memoria se nutre de la conciencia de vigilia de los hechos. Distinta a la conciencia ética o moral que podría suponer. Poco tiene que ver. Esa conciencia de vigilia parece repetirse en el sueño, al menos en algunos claros y distintos donde vivenciamos pormenorizadamente todos los sucesos, las cosas, el paisaje, el ambiente y las sensaciones. Luego las recordamos al despertar, pero como una vida paralela. Si no anotamos nuestro sueño, se irá desmoronando a pedazos a la luz del día, como si se tratase de un vampiro vuelto a las cenizas del olvido.

Lo que en general sucede es lo poco que recordamos los sueños. Y lo mucho que olvidamos el día y nuestra vida en ellos o en ese estado. En el sueño fisiológico caemos en una inconsciencia que a través de los siglos ha prefigurado la muerte, el gran misterio irresoluto. En los episodios oníricos, accedemos a otra vida, no sujeta en absoluto a las leyes de la existencia de cuando estamos despiertos. Nos transformamos en otros seres posibles, con algo de nosotros mismos, pero de nuestra parte desconocida. Para ello olvidamos la jornada en sus términos de cotidianidad verificable y la transformamos en una dúctil materia. Con el advenimiento de las luces del despertar, ese fenómeno hipnopómpico, se rompe el hechizo y volvemos a ser quienes rutinariamente éramos. Pero por unos instantes, conservamos la memoria de esos sueños. A veces tan brevemente que desechamos toda fijación y nos ponemos los zapatos del lo habitual.

Son tan pocas cosas las que fijamos en el recuerdo que nos sucede, como en el sueño. Apenas una mínima parte permanece fiel. Otra gran parte se distorsiona y la mayor parte se sumerge en las profundidades de la oscuridad, de la noche interior. Y allí, como en un depósito de inutilidades, de piezas perdidas, permanecerán hasta que algo ilumine esas estancias y veamos cosas que por años no recordábamos.

El acto de escribir es una forma de mantener la memoria, de rescatarla para que permanezca o de inventar una nueva memoria, casi como en un sueño, pero despiertos. De allí que, una y otra vez, quien escribe se refiera siempre de alguna manera a su vida y sus vivencias en todos los inventos que hace utilizando las palabras. Toda ficción tiene algo de recuerdo recuperado. No obstante, también de olvido o de reformulación de la vida. Tal vez olvidamos para enmendar lo que no queremos. E inventamos para hacer lo que quisiéramos. Tal vez.

La memoria y el olvido viven en el mismo sitio. Son gemelos siameses en nuestra vida. Separados, escindidos, la angustia asfixiaría a su poseso en un mar de dudas. La absoluta memoria con su carga de incertidumbres pesarosas, llenas de las sombras del insomnio, situándonos al borde de la desesperación de un saber ilimitado que se sabe ceñido a las circunstancias temporo- espaciales de la existencia individual. El olvido total, la amnesia, con su angustia de muerte y nacimiento súbitos, con el enorme orificio de la ausencia llamándonos al vértigo, si no se recibe el beneficio de la inconsciencia total de un pasado.

Memoria y olvido. Necesarias para sostener la vida en su justo desequilibrio.

La sombra aproxima un definitivo silencio



En la calma de la oscuridad observa que ha dejado de oír los pasos que lo persiguen. Callado en la invidencia, que la noche o la clausura le permite, medita las posibles consecuencias de un enfrentamiento. No cree librarse así del acecho constante que le tienden las sombras (descubrió que no es una sola).

Permanece en una espera parecida a la malévola vigilancia que sortea en otras horas de intranquilidad. Vela nada y la seguridad lo diluye en todo el ámbito oscuro.

Una raya lumínica le pone sobreaviso, fija la vista en el sitio que va apareciendo, la ventana toma su vacío y construye simultáneamente las paredes del recinto.

La persecución se reinicia con un sudor frío y una secuela de rápidos movimientos de cabeza busca ubicar la escurridiza presencia. Sitúa, a expensas del terror, el sótano cuya puerta se ocultó la noche anterior. Palpa las dimensiones y características del húmedo y subterráneo cubículo y percibe que no hay rendijas por donde se cuele la posibilidad de la presencia extraña y el ataque inesperado. Repasa, en el letargo del pesado ambiente, las circunstancias de su estado, los hechos que se sucedieron desde la captación del peligro en la superficie hasta los instantes de una inminente anterioridad: él, gozando de la tranquilidad del hogar y percibiendo, de súbito, el extraño movimiento a plena luz del día. Él, volteando la cabeza a cada momento en el cuido de sus espaldas. Él, sorprendiendo la presencia de la sombra que lo sigue nerviosamente. Él, huyendo hacia las sombras densas y captando que se liberará en ellas, a pesar de que de ellas huye. Él, en su agitado escape, clasificando las raras formas de sus atacantes potenciales, alargadas, gruesas, sutiles, múltiples, partiendo del mismo punto y en posiciones diferentes. Él, huyendo de lo que sabe es él mismo.

La permanencia en este sitio lo libra ya del azaroso escape en que se ha convertido su existencia. Su permanecer aquí se confunde paulatinamente con la huida definitiva, con su transformación total en sombra.

De Un largo olor a muerto (1980)

Tres poemas de la noche



Entre las sombras

te distinguí,

disfrazada de oscuridades.

Tu luz interior

te develaba

por los intersticios

del etéreo género

que te desvestía


Viniste,

tal como lo habías prometido

en un antiguo poema.

Te sumergiste en mi lecho

con suave fiereza

y en mis sueños

sin abrir las compuertas

de la niebla.


Allí viste mi corazón,

espejo

que te duplica

en el esperado asombro,

pues desde siempre

esa fue tu morada.


Las primeras luces descubrieron

nuestros cuerpos,

alientos jadeantes,

vapores del frío externo,

calores de nuestra interioridad.


Nos miramos un instante de eternidad

tan profundamente

que decidimos continuar el resto

de días y noches del mundo

juntos.

De Instantáneos


Ya siento acercarse

la tristeza

con sus ojos de vacío


Viene y se agazapa

en la oscuridad

se tapa con la noche

se cubre de secretos

que la disfrazan

de bestia


Mas es una pobre brisa

malsana

inflada de hojas muertas.


Una nada

que se cree todo

pero sigue siendo

polvo sin nombre.

De En el inicio de la vida


Al final de la noche

la oscuridad del día.

En el término de los sueños

la vigilia acezante

deseada sólo para emigrar

de las pesadillas más amargas


Al final de la noche

la noche de la noche

La noche eterna

donde en calma trabaja el alma

con la música relajante

del olvido


Al final de la noche

la conciencia se apaga

y la nada toma el cuerpo cotidiano

con el que me desplazo

por los días

De El paso de la serpiente