domingo, 24 de octubre de 2010

La sombra aproxima un definitivo silencio



En la calma de la oscuridad observa que ha dejado de oír los pasos que lo persiguen. Callado en la invidencia, que la noche o la clausura le permite, medita las posibles consecuencias de un enfrentamiento. No cree librarse así del acecho constante que le tienden las sombras (descubrió que no es una sola).

Permanece en una espera parecida a la malévola vigilancia que sortea en otras horas de intranquilidad. Vela nada y la seguridad lo diluye en todo el ámbito oscuro.

Una raya lumínica le pone sobreaviso, fija la vista en el sitio que va apareciendo, la ventana toma su vacío y construye simultáneamente las paredes del recinto.

La persecución se reinicia con un sudor frío y una secuela de rápidos movimientos de cabeza busca ubicar la escurridiza presencia. Sitúa, a expensas del terror, el sótano cuya puerta se ocultó la noche anterior. Palpa las dimensiones y características del húmedo y subterráneo cubículo y percibe que no hay rendijas por donde se cuele la posibilidad de la presencia extraña y el ataque inesperado. Repasa, en el letargo del pesado ambiente, las circunstancias de su estado, los hechos que se sucedieron desde la captación del peligro en la superficie hasta los instantes de una inminente anterioridad: él, gozando de la tranquilidad del hogar y percibiendo, de súbito, el extraño movimiento a plena luz del día. Él, volteando la cabeza a cada momento en el cuido de sus espaldas. Él, sorprendiendo la presencia de la sombra que lo sigue nerviosamente. Él, huyendo hacia las sombras densas y captando que se liberará en ellas, a pesar de que de ellas huye. Él, en su agitado escape, clasificando las raras formas de sus atacantes potenciales, alargadas, gruesas, sutiles, múltiples, partiendo del mismo punto y en posiciones diferentes. Él, huyendo de lo que sabe es él mismo.

La permanencia en este sitio lo libra ya del azaroso escape en que se ha convertido su existencia. Su permanecer aquí se confunde paulatinamente con la huida definitiva, con su transformación total en sombra.

De Un largo olor a muerto (1980)

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