En esta Lluvia de hojas vienen traídos por el viento pesadumbres y fantasmas de diversa procedencia, además de una serie de fuentes de la Juventud que cae a cántaros y no como esa llovizna tranquila que dura una eternidad.
El primer texto son cinco textos de Fuentes de la Juventud, una serie de relatos brevísimos que se hallan en un libro aún inédito sobre temas de la ciencia, la ficción y el disparate humano.
El segundo texto es un relato de la ocurrencia de fantasmas en la niñez. Pero, por supuesto, se hace a través de la vivencia, de la reminiscencia del niño de la casa, personaje que ya ha aparecido, no como fantasma, en este mismo sitio.
Tres textos de breve pesadumbre cierran el ciclo de hoy. Sí, son de un libro de poesía, aún inédito, titulado Breve Pesadumbre.
La lluvia está cayendo. Refrésquese con ella el lector.
En el sueño recordé aquella olvidada fuente de soda donde pasaba gratos momentos de mi juventud. Me sentí como entonces, pleno de vida. El futuro era una posibilidad real y no una negra trampa.
Desde entonces he tratado de encontrar ese lugar, pero se oculta persistentemente en mi selva onírica.
FUENTE II
El estallido del pozo hizo brotar el petróleo como una negra fuente de malos augurios. Por varios días todos los exploradores se alegraron del hallazgo. Algunos se bañaron del negro bitumen tratando de encontrar en sus efluvios fétidos y en la oleaginosa oscuridad de esa crema, la reparación de los excesos cometidos en su juventud.
Años más tarde sólo algunos pudieron constatar que esa fuente de donde brotaba la juventud del planeta hecha cadáver, se convertiría también en su precoz vejez.
FUENTE III
Al llegar a la fuente de la eterna juventud, el descubridor encandilado por las promesas de su febril mente se bañó en aquellas aguas por excesivo rato.
Al emerger hecho un niño, se asombró. Quiso entonces, de regreso a la civilización vender embotellado el acceso a su secreto. Nadie creyó en aquellas puerilidades.
FUENTE IV
Encontró la fuente de la eterna juventud en el patio trasero de su casa. Desde entonces ocultó su descubrimiento mientras el tiempo transcurría y él continuaba con la lozanía de sus tiempos mozos. Para preservar su secreto no se casó ni tuvo descendencia. Ni siquiera hizo dinero con el hallazgo. Sólo repitió semanalmente el baño milagroso para su exclusivo solaz.
Cien años después de su descubrimiento le confiscaron la casa tras un breve juicio, puesto que nunca pudo probar que alguien tan joven fuese el propietario que las escrituras de la casa delataban, si viviese, como un hombre de ciento veinticinco años.
El nuevo adjudicatario de la vivienda cegó el pozo, tan solo al verlo como un real peligro para su integridad y la de su familia.
FUENTE V
Caminó por las sendas que el antiguo mapa iba trazando sobre la tierra desconocida. Después de mucho tiempo, cansado y viejo llegó hasta las puertas pétreas que daban acceso a la fuente de la eterna juventud. Instruido por el tiempo y el camino en el mecanismo de apertura no tardó sino unos instantes en entrar al sagrado recinto de todos sus anhelos.
Sobre sus espaldas las infranqueables puertas se cerraron a cualquier otro mortal.
Allí en aquel recinto amplio e iluminado por unos inexplicables rayos de luz cenital que alumbraban de día y de noche, estaba la fuente de cristalinas aguas rejuvenecedoras. Sin perder un instante se despojó de sus harapientas ropas y se sumergió en el líquido hasta que todos sus pesares y dolores hubieron desaparecido.
Emergió como un joven de unos veinte años, fornido, alegre, esbelto, lleno de la belleza que siempre quiso poseer.
Desechó sus ropas aunque no tuviese más atuendos a la mano, ahora nada importaba y todo era posible. Sabía que su juventud se prolongaría para siempre.
Durante tres días observó detenidamente el recinto de donde manaba tan fantástica fuente. Y se dio cuenta que no le era necesario comer, beber ni procurar satisfacer ninguna otra necesidad corporal. Entonces decidió volverse a su tierra para prosperar por siglos hasta ser el más poderoso señor de la tierra.
Fue cuando reparó que no existía salida de aquel lugar.
Los ángeles cantan en el coro en las noches de invierno. Eso dice la madre y el niño se resiste a tranquilizarse y menos a creerle. Sopla la lluvia a través del vidrio de colores rotos que sólo lanza tinieblas y destellos centellantes. Y los tubos del órgano suenan solos. Graves y agudas se alzan sus voces hacia la oscuridad solemne de la iglesia solitaria.
Pero parecen fantasmas. Sus cantos suenan a gritos perdidos en el tiempo. Y el niño ve en sus sueños a los maestros de capilla muertos, organizados en un grupo vocal de lamentos insepultos que se transforma en clamor que llega hasta las regiones subterráneas y no al cielo como corresponde a las armonías beatíficas.
Como en caricaturas blanquinegras salen, entonces, atravesando sus lápidas, los otros difuntos que pueblan el suelo y las paredes de la iglesia desde hace siglos. Cantan todos juntos ahora una sinfonía tonta que se prolonga hasta la mañana poblada de grises.
El niño revisa el escenario de su descubrimiento onírico, cuando el templo está pleno del vacío y el sopor de mediodía. Sólo encuentra recuerdos recientes de los villancicos, casi gritados desde allí la última navidad; y la sombra del organista que ejecuta en las bodas, con arrebato, la tocata y fuga de Bach a modo de marcha nupcial.
Encuentra una brisa cálida y más amable, atravesando el vidrio roto que mira hacia la plaza, una corriente capaz de levantar las virutas de madera que aún se ocultan de la escoba, tras la última restauración del instrumento.
Encuentra una nueva perspectiva de la nave central, el dominio de la visión casi divina, de quien todo lo ve sin ser visto.
Y descubre el poder del sonido de los lugares, capaz de evocar las imágenes de seres que sólo conoció en sueños.