domingo, 16 de mayo de 2010

Trascendencia, intrascendencia y felicidad


La Lluvia de Hojas hoy nos trae reflexiones que parecen remontarse a las nubes o a regiones etéreas. Sin embargo, para lamentación de muchos, no van allá de la vida misma en esta tierra de gracia y desgracias. Todo tiene existencia en este territorio, sin que por ello niegue ningún otro. Pero es aquí donde el ser humano se empina o se precipita en busca de su destino.

En la primera reflexión vuelve a caer en suave llovizna el tema de la felicidad, esta vez como búsqueda de trascendencia. Tendría el lector que preguntarse el significado de la trascendencia para completar la propuesta.

Un segundo texto relata una aventura muy breve en una isla fantástica. La búsqueda de la trascendencia en su más terrenal sentido termina en una forma, tal vez, imprevista.

Tres textos en forma de poemas, van del cielo a la tierra, tratando de encontrar significados, nada ocultos sino expresos en los sentimientos y emociones más conocidas por el ser humano.

La Lluvia cae, que refresque al lector con su contenido.


La felicidad es descubrir la trascendencia


Reflexionar sobre la felicidad es un ejercicio que puede llevarnos siglos o segundos. Intentamos nuevamente acercarnos a su significado, una acepción que rehúye a veces las palabras para encontrar sentido en el ser, simplemente.

La experiencia de darme cuenta que soy un ser trascendente me llena de felicidad. Percibo que la trascendencia es mi capacidad para ir más allá de lo evidente, más allá de lo perecedero, más allá de las ataduras del mundo material.

Cuando siento la cercanía con lo verdaderamente real, con el espíritu, mi alma se regocija y soy feliz. Compruebo que mi vida tiene sentido. No solo el sentido de pasar por el mundo sino de contribuir a la evolución de este mundo donde estoy situado.

La verdadera felicidad se oculta tras las expresiones de alegría pasajera, tras los gozos materiales, para permanecer oculta y visible a la vez en el verdadero descubrimiento de mi ser trascendente.

La trascendencia no es simplemente la fama o la fortuna de figurar en la historia del género humano. Es la vivencia de que mi vida vale, de que ella contribuye a la superación de la humanidad.

Si los hechos de la vida diaria se convierten en una tentación para el desánimo, me impulso con la ideas y el sentimiento de que soy un ser trascendente. Todo lo que hago, pienso y siento contribuye a reafirmar mi trascendencia sobre la temporalidad de esta existencia. La felicidad que procede de mi descubrimiento me alienta, me impulsa, me vivifica.

Sé que la felicidad es descubrir lo trascendente en mi vida.

Isla fantástica 1



Empeñó toda su vida y su capital en encontrar una isla donde él, Segismundo Urbano, sería rey y señor, además de edificar el núcleo de una sociedad perfecta en armonía con el universo.

Pocos creían que podía lograr su propósito. Trató de comprar algunas islas, pero la mayoría le disgustaron por ser prefabricadas o estar ya muy contaminadas por el ser humano, según apreciaba.

Aquellas que le agradaban no estaban a la venta ni podían ser conquistadas como en remotas épocas pues eran celosamente guardadas por marinas enteras o nativos aguzados.

Así que estudió muy bien la situación y decidió que sería dueño y señor de una isla nueva. Para eso estudió el comportamiento de la Tierra.

Durante tres años esperó el nacimiento de su isla. Cosa bastante infrecuente pero no imposible, así que una vez hechos los cálculos sobre el lugar donde vendría el advenimiento, emprendió viaje, con una pequeña flota de yates y peñeros como apoyo, hasta una superficie de mar desolada. Allí nacería su territorio, situado en aguas internacionales, fuera de toda discusión de derechos.

Dispuso cámaras de video de alta definición para registrar el evento y él, en un alarde de arrojo, vistió de buzo con escafandra y demás portentos antiguos para respirar bajo el agua, sumergiéndose en el erizado y cálido mar.

Quienes serían testigos del evento –como en realidad lo fueron– lo esperaron durante cinco dilatadas horas. Un tiempo exageradamente largo para mantenerse en una profundidad desconocida. Al cabo de ese tiempo, ya prestos a regresarlo a la nave matriz, observaron un movimiento inusual de olas y una ventisca que no procedía del aire sino de la propia profundidad de las aguas.

Con enorme ruido emergió la isla y él, Segismundo Urbano, estaba montado sobre una de sus laderas, portando una bandera impermeable a toda interpretación.

El asombro de los presentes se convirtió rápidamente en algarabía y vítores al nuevo rey, para pasar, casi inmediatamente, a la angustia y el espanto.

La pelada isla de unos centenares de metros cuadrados y apenas dos decenas de metros de altura, empezó a rugir descontenta.

Después de varias semanas, cesó la erupción y el árido peñasco en medio de la nada fue bautizado como Segismundo Urbano, en honor a la única víctima de la explosión volcánica.


Tres poemas de siempre



Las aves de la mañana

son líneas de vapor

que atraviesan

el fuego

de la luz primera.


Trazan con ellas

una armonía

que sólo entendemos

cuando volamos,

dejando en tierra

cualquier inteligencia

que no sea

la del aire.


De Instantáneos



Las gotas se sumergen

en el mar

y crecen

Nadie ahora las separa

de la unidad absoluta.


Los humanos en torrente

se precipitan

al océano de las angustias

y se dispersan en granos de arena o cenizas.


Otra cosa sería

si fuesen inquilinos de la Luna.

Allí residirían en el mar de la tranquilidad

con la misma despreocupación del polvo

del que están hechos.


Sin el aire de la palabra

ni el agua que les da forma

vivirían en la Luna

sin darse cuenta que son humanos.


Casi igual que en la tierra

pero sin la preocupación

de la muerte

porque la vivirían eternamente.

De El Paso de la Serpiente



Camino por el estrecho puente

de la vida

asido de la mano amada.

Vamos juntos

en la búsqueda del horizonte.

Queremos tenerlo enfrente

mas no poseerlo

ni llegar a él.


Tan sólo que sea nuestra línea

de mirada

la medida de nuestra respiración,

observatorio de donde veamos

las tardes rojizas de sol,

las mañanas claras

o las noches

dónde se adivina de memoria

su vivificante presencia

permanente

y la nuestra.

De En el Inicio de la Vida