La Lluvia de Hojas hoy nos trae reflexiones que parecen remontarse a las nubes o a regiones etéreas. Sin embargo, para lamentación de muchos, no van allá de la vida misma en esta tierra de gracia y desgracias. Todo tiene existencia en este territorio, sin que por ello niegue ningún otro. Pero es aquí donde el ser humano se empina o se precipita en busca de su destino.
En la primera reflexión vuelve a caer en suave llovizna el tema de la felicidad, esta vez como búsqueda de trascendencia. Tendría el lector que preguntarse el significado de la trascendencia para completar la propuesta.
Un segundo texto relata una aventura muy breve en una isla fantástica. La búsqueda de la trascendencia en su más terrenal sentido termina en una forma, tal vez, imprevista.
Tres textos en forma de poemas, van del cielo a la tierra, tratando de encontrar significados, nada ocultos sino expresos en los sentimientos y emociones más conocidas por el ser humano.
La Lluvia cae, que refresque al lector con su contenido.
Reflexionar sobre la felicidad es un ejercicio que puede llevarnos siglos o segundos. Intentamos nuevamente acercarnos a su significado, una acepción que rehúye a veces las palabras para encontrar sentido en el ser, simplemente.
La experiencia de darme cuenta que soy un sertrascendente me llena de felicidad. Percibo que latrascendencia es mi capacidad para ir más allá de loevidente, más allá de lo perecedero, más allá de lasataduras del mundo material.
Cuando siento la cercanía con lo verdaderamente real,con el espíritu, mi alma se regocija y soy feliz.Compruebo que mi vida tiene sentido. No solo elsentido de pasar por el mundo sino de contribuir a laevolución de este mundo donde estoy situado.
La verdadera felicidad se oculta tras las expresionesde alegría pasajera, tras los gozos materiales, parapermanecer oculta y visible a la vez en el verdadero descubrimiento de mi sertrascendente.
La trascendencia no es simplemente la fama o lafortuna de figurar en la historia del género humano.Es la vivencia de que mi vida vale, de que ellacontribuye a la superación de la humanidad.
Si los hechos de la vida diaria se convierten en unatentación para el desánimo, me impulso con la ideas yel sentimiento de que soy un ser trascendente. Todo loque hago, pienso y siento contribuye a reafirmar mitrascendencia sobre la temporalidad de estaexistencia. La felicidad que procede de midescubrimiento me alienta, me impulsa, me vivifica.
Sé que la felicidad es descubrir lo trascendente en mi vida.
Empeñó toda su vida y su capital en encontrar una isla donde él, Segismundo Urbano, sería rey y señor, además de edificar el núcleo de una sociedad perfecta en armonía con el universo.
Pocos creían que podía lograr su propósito. Trató de comprar algunas islas, pero la mayoría le disgustaron por ser prefabricadas o estar ya muy contaminadas por el ser humano, según apreciaba.
Aquellas que le agradaban no estaban a la venta ni podían ser conquistadas como en remotas épocas pues eran celosamente guardadas por marinas enteras o nativos aguzados.
Así que estudió muy bien la situación y decidió que sería dueño y señor de una isla nueva. Para eso estudió el comportamiento de la Tierra.
Durante tres años esperó el nacimiento de su isla. Cosa bastante infrecuente pero no imposible, así que una vez hechos los cálculos sobre el lugar donde vendría el advenimiento, emprendió viaje, con una pequeña flota de yates y peñeros como apoyo, hasta una superficie de mar desolada. Allí nacería su territorio, situado en aguas internacionales, fuera de toda discusión de derechos.
Dispuso cámaras devideo de alta definición para registrar el evento y él, en un alarde de arrojo, vistió de buzo con escafandra y demás portentos antiguos para respirar bajo el agua, sumergiéndose en el erizado y cálido mar.
Quienes serían testigos del evento –como en realidad lo fueron– lo esperaron durante cinco dilatadas horas. Un tiempo exageradamente largo para mantenerse en una profundidad desconocida. Al cabo de ese tiempo, ya prestos a regresarlo a la nave matriz, observaron un movimiento inusual de olas y una ventisca que no procedía del aire sino de la propia profundidad de las aguas.
Con enorme ruido emergió la isla y él, Segismundo Urbano, estaba montado sobre una de sus laderas, portando una bandera impermeable a toda interpretación.
El asombro de los presentes se convirtió rápidamente en algarabía y vítores al nuevo rey, para pasar, casi inmediatamente, a la angustia y el espanto.
La pelada isla de unos centenares de metros cuadrados y apenas dos decenas de metros de altura, empezó a rugir descontenta.
Después de varias semanas, cesó la erupción y el árido peñasco en medio de la nada fue bautizado como Segismundo Urbano, en honor a la única víctima de la explosión volcánica.