La Lluvia de hoy nos trae nuevamente el tema del amor. No podremos decir en tono de queja ¡otra vez! Porque son tantas las facetas del mismo que podría hacerse muy extenso un tratado sobre este tema. Revisaremos aquí, apenas, su cualidad como sentimiento fundamental, en un texto reflexivo que encabeza esta lista.
Luego viene un relato. En él se despide a un personaje, con la música de orquestación que él mismo buscaba inútilmente.
Tres poemas de distinta procedencia pero del mismo autor, buscan constituir el fundamento del decir. En estos poemas se hace ejercicio del lenguaje y del contenido que a través de él se expresa.
Así va esta Lluvia. Que el lector se empape de bienestar recibiéndola.
Es común encontrarnos con personas que creen saber lo que es el amor. No porque hayan hecho estudios sobre la naturaleza de esta vivencia, sino porque la han experimentado. Sin embargo, en el momento de traducir su práctica en palabras, su creencia se tambalea.
A veces sabemos poco de aquello que creemos saber. No quiere decir esto que no sepamos, únicamente que no logramos expresar en palabras esa vivencia.
Pero ¿por qué es importante tener una idea expresa de lo que es el amor? Bastaría simplemente vivenciar plenamente el amor. Hacer una práctica de este sentimiento. Sin embargo, como hemos visto y dicho anteriormente, si no organizamos nuestras ideas acerca de un tema tan esquivo, estaremos propenso a hablar de muchas cosas creyendo que hablamos sobre el amor.
Habremos, seguramente, sembrado la semilla de la incomprensión. Porque si hablamos de cosas distintas, en algún momento creeremos que la otra persona no nos ama, cuando lo que sucede es simplemente una incomunicación, cuando lo que pasa, sencillamente es una diferencia entre lo que creemos que es el amor.
El amor es, en muchas oportunidades, punto de desencuentro entre seres que dicen profesarlo. Por amor, o algo que se llama de esa manera, se sufre y hasta se cometen excesos. Para algunos amar es sufrir, para otros es poseer, para otros es entregarse plenamente. Incluso para muchos, el amor es sólo una ficción.
Poco sabemos, en ocasiones, de esta experiencia única en la vida, de esta singularidad que nos caracteriza como humanos.
Pero podemos aprender qué es el amor. Y también perfeccionar nuestra natural capacidad para el amor.
Este aprendizaje no es cosa de simple técnica. Sino de consciencia sobre lo que sentimos en un tiempo siempre presente. Para aprender sobre el amor necesitamos saber si lo que sentimos es lo que queremos llamar amor. Para amar necesitamos saber y sentir. Con frecuencia se define el amor como un de los sentimientos fundamentales del ser humano, caracterizado por el apego a una persona, animal o cosa. Como sentimiento, viene acompañado de sensaciones y percepciones fundamentalmente de nuestro cuerpo y de nuestra interioridad.
Sentir el amor trae consigo una sensación de bienestar corporal, ocasionalmente acompañada de palpitaciones, aumento de la temperatura, variaciones en el ritmo de la respiración, dilatación de las pupilas, entre otras manifestaciones corporales. Sin embargo, tales fenómenos no definen plenamente el sentimiento de amar.
De la misma forma hay alteraciones en nuestra ideación. Pensamos con más frecuencia en el ser o en el objeto de nuestro amor, referimos gran parte de nuestras experiencia a la vivencia primordial de sentir amor, e incluso distorsionamos nuestras ideas, por el afecto que sentimos. Pero este conocimiento de los pensamientos asociados al amor tampoco definen plenamente el sentimiento al que nos referimos. El amor nos conduce a grandes y pequeñas obras. Algunas veces desemboca en actos heroicos o simplemente admirables. En otros momentos nos puede llevar a acciones de las que nos arrepentimos. El amor se transforma en acciones, aunque no es un acto particular.
Este sentimiento que llamamos amor es capaz de mover nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestro ambiente con su fuerza. Por ello, más que un simple padecer, el amor es una actitud que transforma nuestras vidas. Tiene de emoción, de pensamiento y de acción. Pero conserva inequívocamente su carácter de sentimiento.
En el pasillo de la vieja estación del teleférico se sentaba el hombre orquesta. Su equipo lo componía un tambor con pedal para tocarlo con los pies, una trompeta colocada en un casco con una especie de manguera para soplar desde un distribuidor de aire colocado en su boca, especie de tubo en Y de donde salía también el aliento para ejecutar una armónica, una guitarra con una extraña mano postiza sobre las cuerdas y que iba apretando con movimientos de piernas, unos platillos que tocaba con las rodillas y una pandereta adosada al brazo con el que rasgaba la guitarra, además de un organillo interpretado por la mano libre y no por el mono que lo acompañaba para recoger en un pocillo los céntimos que la gente le ofrecía.
El hombre orquesta vino a estas tierras desde Ecuador. Y nunca más se fue. Siempre salía con su instrumental y, además, próximo a su conjunto, con un gran fardo de tristezas acumuladas durante años de maltratos por parte del cruel público. También llevaba un gastado álbum donde aparecía en distintas capitales, climas y épocas haciendo siempre lo mismo.
Durante sus presentaciones, frente a su puesto de música, una señora vendía manzanas acarameladas. Bastaba con que él comenzara a tocar para que la gorda mujer iniciara el voceo de sus manzanas, tal como se imaginaba el niño de la casa que era la bruja de Blanca nieves pero con un nuevo disfraz. Su cascada voz arruinaba la música.Y ella parecía satisfecha con una mueca de desprecio. Pero al hombre orquesta ya no le era enojoso este incidente permanente. Tan solo veía a la mujer con una triste sonrisa y lástima. Cosa que a ella le enfurecía.
El hombre orquesta y la mujer de las manzanas habían estado casados. Y al separarse compitieron por el sitio privilegiado en la estación de teleférico. Y siguieron rivalizando hasta que el hombre orquesta cerró el espectáculo por vía de muerte natural. Estando en una presentación sonó la trompeta con un lastimero chillido y el estruendo de los instrumentos fue el redoblante que anunció su final.
Dicen que la mujer apenas gritó. Y que a ella se le ocurrió la idea de disfrazar la urna con todos los instrumentos de hombre orquesta.
Cuando lo trasladaron al cementerio municipal toda su parafernalia sobre la urna tocaba una desafinada marcha fúnebre, muy adecuada a la triste ocasión, pero incomprensible a cualquier oído educado. La gorda mujer sonreía, comiéndose una de sus manzanas.