domingo, 21 de marzo de 2010

Felicidad, éxito, tiempo, dudas y certezas.



La Lluvia de hoy trae reflexiones a través de palabras organizadas de distinta forma. No es un acertijo. A veces todo lo que uno escribe ronda las mismas preocupaciones existenciales o el intento de reorganizar la vida, encontrando resolución a los problemas más inmediatos. Y ello se puede hacer directamente, planteando la reflexión o bien por otros medios más sutiles que reconoce nuestra interioridad, nuestro ser, nuestro inconsciente o como queramos llamar a ese constructo que no es el que utilizamos a medias en la vigilia, sino el que nos conduce por senderos extraños en la vida.

Así, en un relato que se pregunta por la edad y el tiempo o en unos poemas o intentos de poemas se pueden también encontrar las preguntas que nos muerden el alma o su sustituto, sea cual sea.

Por ello esta Lluvia precipita ese relato en el que el sempiterno niño de la casa se pregunta por los años de vida o el sentido de una vida, sea corta o larga, interrogación que en el fondo es la misma que sobre la felicidad. Aunque se escriba de manera distinta.

También en los textos poéticos se abordan similares inquietudes. Generalmente rodeadas de una oscuridad que pareciera precipitar una tormenta, terminan dejando una apertura a la esperanza. Pero para qué explicar lo que el lector puede comprender directamente empapándose de los textos.

Que la Lluvia de hoy le refresque en todos los sentidos. Incluso en aquellos que aún desconocemos.


Camino al Éxito



…el éxito es uno de los caminos más seguros y rápidos a la infelicidad.

Bigas Luna (Entrevistado en El País, 11/03/2007)

La llamada literatura de autoayuda tiene en el tema de éxito su punto medular. Parece que la construcción de una persona es la construcción de sus éxitos. Por esa vía, se proponen, a través de la exposición, los ejercicios, las vivencias, las afirmaciones y la demostración, lo que cada individuo debe hacer para conducirse hacia la felicidad perpetua. Es decir, al éxito.

Se confunde lo que puede ser un concepto de logro, mensurable fácticamente, con lo que es una emoción ante un hecho particular, ante una expectativa o incluso una ilusión. Y más grave aún, se confunde el logro material con la obtención de un estado del ser que generalmente se identifica con la felicidad.

Comienza mal ese sendero hacia el éxito trazado por la llamada literatura de autoayuda. La que muchas veces no es literatura y que en la mayoría de los casos tampoco constituye una ayuda que se da el propio individuo sino una repetición de fórmulas para que los deseosos de superar sus limitaciones crean ir por el camino hacia la felicidad. Un camino que, según mucho de lo escrito en ese subgénero, debe pasar por el logro material para alcanzar la meta buscada. Después de allí, no sabemos qué podrá hacer el humano. Será abanicarse con el libro de autoayuda y esperar el final de sus días.

Parte todo esto de un supuesto bastante frágil. El logro no constituye un sitio en el cual se alcance algo más que cifras o medios cuantificables. Aunque ello dé satisfacciones. Es por eso que el camino mismo puede dar la felicidad, como intuyen mejor los poetas que los expertos de la ayuda humana. Pero nunca se puede prometer el cielo si no se posee. Y el cielo estará más allá de nuestras manos cada vez que nos acerquemos a él.

Al igual que el cielo, la línea del horizonte es una medida imposible de traspasar. Porque siempre estará en función de nuestra posición actual. El éxito es una línea en el horizonte. En el momento que creemos alcanzarla, vemos que se encuentra más allá, más lejos. Y que lo que acabas de lograr es una meta que si bien te llega a proporcionar cierta alegría, incluso te puede restar la felicidad como una posición ante la vida. Porque en ese camino, el estrés agota al emprendedor eficiente y las trampas y caídas terminan por hacer una vía dolorosa el itinerario del hombre o la mujer que se creen llamados al éxito.

Al éxito se le confunde con un logro cuantitativo, directamente relacionado con las posesiones materiales del individuo. Incluso, autores fundamentales en la teoría de la autoayuda, como el propio William James, de amplio prestigio pero superado en muchos aspectos, proponen el logro material como una fuente de satisfacción que construye la autoestima, concepto, por cierto, ya bastante distorsionado.

No obstante, la vivencia de lo alcanzado, la sabiduría acumulada, el amor por el trabajo realizador es lo único que persiste después de obtenida una meta material. Tal vez allí esté la raíz de la felicidad.

El éxito, es una fugaz sombra. El individuo está en búsqueda de su realización como persona humana. Y ese recorrido, esa construcción, es la que vale la pena destacar en cualquier texto de la llamada autoayuda.

Lo demás puede ser entregado al molino de las palabras en el vacío.

Una edad de dos cifras


En esta casa no pasa nada, dice el niño la mañana del día de su cumpleaños. Lo único excepcional es un hecho invisible, una cuenta, una fecha, un número. Pero ninguna otra cosa especial. El día comienza con la mañana, como todos los días. Todo el mundo está igual. Nadie se da cuenta de lo que sucede. Como todos los días. Y hacen las mismas cosas de todos los días sin darse cuenta. Sólo el niño sabe. Y hay algo de tristeza y rabia en su conocimiento.

El niño empieza a percibir cómo es eso de tener una edad de dos cifras. Y que los hechos del intelecto parecen lucir invisibles a los ojos de quienes están embebidos por la rutina. Pero él está seguro que eso de cumplir diez años sólo se da una vez en la vida. Y que ayer tenía nueve, una sola cifra y hoy amaneció con una edad de dos cifras como las que tendrá en adelante y para siempre seguramente porque casi no conoce gente que tenga edades de tres cifras.

Se acuerda entonces de su bisabuela Juliana, a la que cree la inventora de las ensaladas de ají, quien murió a los ciento cinco años, de muerte natural, después de una peregrinación de siete kilómetros a pie.

Al llegar de la religiosa caminata sólo dijo: estoy muerta de cansada y se acostó prácticamente en su sepulcro. Pero, en realidad, no la conoció personalmente. Y solo la vio en una foto en blanco y negro en la que aparecía de largo vestido, sentada en una mecedora verde, también bastante vieja, con la que él sí estaba familiarizado porque era donde el abuelo le contaba sus historias.

Allí, en esa foto, aparece ella con cara de harta preocupación, como si cada año de vida agregara una terrible noticia y una enorme responsabilidad. Y el niño duda en el beneficio de contraer tales edades.

También conoce a doña Sofía, la señora que nunca se quita un gorro tejido que la hace aparecer como una reina antigua o un Papa renacentista y ya casi no se levanta de la cama. Es la abuela de un sacerdote conocido, quien le celebra misas en su cuarto mientras ella duerme como si fuese una difunta.

El niño recuerda que a ella le festejaron los cien años con torta y piñata porque jugaba con muñecas desde los noventa y cinco y esos motivos infantiles cada vez le gustaban más. Todo el mundo en esa fiesta se puso a retozar y a alborotar y al niño le pareció bochornoso y ridículo el espectáculo, a pesar que le gustara tanto a su madre y a las personas mayores.

Todo eso lo puso sobreaviso sobre la vejez extrema. Ahora, cuando el niño ve a doña Sofía, sospecha que su sombrero tejido guarda un gran vacío, y se asusta de las edades de tres cifras.

Pero él sólo tiene una de dos, desde hoy. Y el aire es el mismo de ayer para todos los mayores que cada vez más se parecen a doña Sofía en el olvido de lo realmente importante. Un aire tal vez igual de transparente para quien no ve el aire. No para él. Pues percibe que es más denso y encierra el elixir de la conciencia de cada instante, de cada detalle, de cada transcurso del tiempo en este cumpleaños.


Otros tres textos, intentos, intextos poéticos



La lluvia cae

queriendo preñar la tierra.

Pero no trae semilla.

La humedece,

la plena,

la barre

con furia

y de ella no nace

arbusto siquiera.

Pero qué sería

de la semilla

seca

sin el alivio

propiciador

de la lluvia.

Un pedazo de vida

en un sarcófago.

Una palabra

no dicha.



Trozos de cielo negro

se precipitaron

hechos astillas.

Punzaron mi cuerpo

desprevenido

que no se atrevió

a mirar a las alturas.

Por fortuna,

pues hubiera enceguecido.

Quise averiguar

la razón del desplome.

Pero no había.

Solo un agujero

donde hubo

ilusiones.

Solo nada

donde acostumbraba

anidar

la risa.

Solo vacío

donde hubo

plenitud.



La vida tiene vueltas

Ascendentes

Descendentes

Pero todas sus circunvoluciones

están

en el mismo plano

En el mismo accidente

biográfico

o geográfico

y conducen

hacia un inconfundible

sitio de encuentro.

Un territorio que se revela

con asombro

sólo

en el momento de la llegada.