sábado, 19 de abril de 2008

Esta vez caen otras hojas

Encendidas por el fervor patrio y la conmemoración las hojas caen para incendiar la pradera. Incluyendo a la pequeña casa. Y sus recuerdos de infancia. Todo se acalora, se torna iridiscente y se vuelve humo, densa nube negra, para regresar luego en lluvia que calmará los ánimos después de la guerra de independencia.

En esta lluvia de hojas va un texto de conmemoración o de Confusiones patrias, como hubiera deseado hacerlo cuando niño. Y un relato inédito titulado Carta al Escritor, de un libro más inédito aún, de cuyo nombre no quiero acordarme. Un homenaje, pues, al escritor en el día del libro por venir.

También irán tus comentarios, como siempre, si quieres abrir el fuego del diálogo. O el juego del diálogo o el juego del diávolo o como gustéis o si preferís As You Like It.

Confusiones Patrias


José Gregorio Bello Porras

La infancia y la historia se llevan mal. El olvido suele apoderarse de ambas y hacer que riñan entre sí. Hasta que uno acepta que la historia no es un cuento ni la infancia un simple recuerdo.

Pero, mientras tanto, uno creía que la historia era una enumeración de fechas y relatos. Y el aprendizaje de las fechas y sus relatos a veces complicado, no porque uno olvidara, sino porque no sabía cómo interpretar aquello, cómo nombrar el suceso. Lo digo por experiencia propia.

Cuando niño las fechas de conmemoración de la historia patria tenían, por lo general, nombres. Pero algunas eran sólo fechas. Para infortunio de mi comprensión infantil. ¿Qué es el 19 de abril? Pues, que… se conmemora el diecinueve de abril de 1810. Ajá. Y comenzaba el largo cuento del jueves santo aquel – ¡qué gente tan poco piadosa para armar ese alboroto en jueves santo! decía el niño formado en colegio religioso – que terminaba, como historia de un día de conmemoración religiosa, con la intervención silenciosa de un cura que dice en señas, con media señal de la cruz, lo que la gente tiene que decir. Y lo sella la famosa frase de malcriadez suprema del Capitán General diciendo que pues él era el zorro, pero el de Samaniego que al fin y al cabo no quería mando, ni uvas ni poder en una tierra tan tropical como esta. Sino sólo vacaciones.

Bueno, el cuento estaba echado pero, ¿qué es eso? Y respondían presurosos algunos maestros: el primer grito de independencia. Ah… Pero el primer grito fue silencioso y después vino un clamoroso no. ¿Quién pegó entonces el grito? Además, como nombre de fecha patria eso de grito es, por lo menos, extraño. Fíjense que aún no conocía Historia de América ni lo del Grito de Dolores. Lo hubiera confundido seguramente con un fenómeno de parto o con el título de una canción folclórica.

Pero a preguntas inquietantes, respuestas relajantes y cantadas. Entonemos Gloria al Bravo Pueblo. Y sólo después de pasar a etapas infantiles de mayor abstracción descubría uno que el pueblo dio ese grito. Aunque haya sido inducido por el canónigo que acompañó al Capitán General con el secreto fin de darle la extremaunción a su poder.

Con el tiempo los nombres de las fechas cambian. Y el del diecinueve de abril no es la excepción. Pero todos los nombres o los intentos de nombre se olvidan y queda fijada en la memoria ese grito primal que no lo abandona a uno, por más explicaciones que uno obtenga.

Distinto ocurre con el 5 de julio que se llama formalmente de la Firma del Acta de la Independencia. Cosa bien clara cuando uno ve el cuadro de Tovar y Tovar y observa la cola de gente que va con disposición de rubricar un libro de actas. Muy gráfico todo.

Pero sucede, a veces, que uno cree que ese es el día de la independencia, como el cuatro de julio: Independence day. Y no. La independencia aquí es algo más complejo que cosa de un día y una firma. Ese, digamos, fue el día del compromiso formal, le explican a uno. El día del , como el otro fue el del no.

Pero muchas fechas tuvieron que pasar flotando en ríos de sangre para darnos cuenta que aún ese proceso no terminaba de consolidarse. Aunque ese día sea el de la conmemoración de una decisión seria. Como un matrimonio. Igual, nunca se sabe si, al fin, va todo lo bien que se dice. Si se consolidó todo lo posible. Sólo en las fotos sonreídas o en los cuadros patrios familiares tomadas o pintados por Tovar y Tovar, aparecen los hechos estáticos. Sin dudas. Pero se voltea la página o se abandona la sala de exposiciones y el recuerdo cae en la cascada del olvido.

Como todas las fechas, la historia contada va pasando sus hojas amarillas. Nuevas voces nos dicen lo que ven en las imágenes de ese álbum. Nos explican lo que se conmemora el diecinueve de abril o el cinco de julio o el doce de octubre o el cuatro de febrero o el trece de marzo. Pero siempre uno regresa al recuerdo de lo que le dijeron en la infancia. Esta es tu fecha de cumpleaños. Como ésta la del cumpleaños de un conglomerado humano y de recuerdos que quiere llamarse patria. Y que nació, como todo niño o niña, con un grito prendido entre sus labios.

Carta al escritor

José Gregorio Bello Porras

Le confieso mi profunda admiración. Cosa que será bastante común para usted, acostumbrado a las adulancias y a las expresiones sinceras por igual en medios como este. Pero no importa. Tal vez estas palabras se disuelvan en el mar cargado de cartas embotelladas en E-mail. Suprimidos luego por fatiga o imposibilidad de respuesta personal. Al menos que un servidor electrónico o un sirviente inglés tenga la gentileza de reenviar una circular individualizada en la que acusa respetuoso recibo de la misiva, sin dejo alguno de otra esperanza.

De todas formas, permítame expresarle que pocos escritores despiertan en mí mayor entusiasmo que usted. Aparte de mí mismo, por supuesto. Hubiera querido escribir sus cuentos y novelas, de no haberse usted adelantado a ello con tanta propiedad. Igualmente, con pocos pensadores como usted me he encontrado tan identificado. Tanto, que incluso he parafraseado enteramente sus obras. Sin resultado significativo alguno, por supuesto. Pero el cariño es el mismo.

Si usted no fuese mi contemporáneo, permítame confiarle, seguramente me ufanaría de ser su reencarnación. Por supuesto, explicaría mis precarias condiciones, las que nos separan en el océano de la fama, la fortuna y el talento, diciendo que sufro las consecuencias de sus hábitos perniciosos. Si no ocurriese que también los comparto en su totalidad. Aunque no los conozca.

No crea en absoluto que estoy fuera de mis cabales por espetarle tales francas alabanzas. Aunque sean los locos quienes más se defienden diciendo que no lo son. No. Son el producto de encontrar en su prosa la forma exacta de reflejar la vida desde una página.

Es contemplar cómo las palabras encajan en ese rompecabezas que es el reflejo de una realidad que tal vez sólo existe en ese amplio y singular mundo de su imaginación.

Su imaginación. Un punto que lo contiene todo, que posee todas las eventualidades posibles, como el abecedario comprende todas las palabras dichas y por decir. Sólo el abecedario. Y no otra cosa escrita, porque ya los diccionarios vienen muy defectuosos. Y las enciclopedias no tienen el poder de síntesis de sus escritos pasados y por venir.

Pero, sepa una cosa, mi admirado escritor, su imaginación es la mía. Su existencia es la mía. De lo contrario usted sólo sería una seca y fría página que nadie lee. De la que nadie tendrá memoria.