sábado, 19 de abril de 2008

Carta al escritor

José Gregorio Bello Porras

Le confieso mi profunda admiración. Cosa que será bastante común para usted, acostumbrado a las adulancias y a las expresiones sinceras por igual en medios como este. Pero no importa. Tal vez estas palabras se disuelvan en el mar cargado de cartas embotelladas en E-mail. Suprimidos luego por fatiga o imposibilidad de respuesta personal. Al menos que un servidor electrónico o un sirviente inglés tenga la gentileza de reenviar una circular individualizada en la que acusa respetuoso recibo de la misiva, sin dejo alguno de otra esperanza.

De todas formas, permítame expresarle que pocos escritores despiertan en mí mayor entusiasmo que usted. Aparte de mí mismo, por supuesto. Hubiera querido escribir sus cuentos y novelas, de no haberse usted adelantado a ello con tanta propiedad. Igualmente, con pocos pensadores como usted me he encontrado tan identificado. Tanto, que incluso he parafraseado enteramente sus obras. Sin resultado significativo alguno, por supuesto. Pero el cariño es el mismo.

Si usted no fuese mi contemporáneo, permítame confiarle, seguramente me ufanaría de ser su reencarnación. Por supuesto, explicaría mis precarias condiciones, las que nos separan en el océano de la fama, la fortuna y el talento, diciendo que sufro las consecuencias de sus hábitos perniciosos. Si no ocurriese que también los comparto en su totalidad. Aunque no los conozca.

No crea en absoluto que estoy fuera de mis cabales por espetarle tales francas alabanzas. Aunque sean los locos quienes más se defienden diciendo que no lo son. No. Son el producto de encontrar en su prosa la forma exacta de reflejar la vida desde una página.

Es contemplar cómo las palabras encajan en ese rompecabezas que es el reflejo de una realidad que tal vez sólo existe en ese amplio y singular mundo de su imaginación.

Su imaginación. Un punto que lo contiene todo, que posee todas las eventualidades posibles, como el abecedario comprende todas las palabras dichas y por decir. Sólo el abecedario. Y no otra cosa escrita, porque ya los diccionarios vienen muy defectuosos. Y las enciclopedias no tienen el poder de síntesis de sus escritos pasados y por venir.

Pero, sepa una cosa, mi admirado escritor, su imaginación es la mía. Su existencia es la mía. De lo contrario usted sólo sería una seca y fría página que nadie lee. De la que nadie tendrá memoria.

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