domingo, 27 de junio de 2010

Optimismo, mar y paleografía



La Lluvia de Hojas de hoy viene con una carga de optimismo que empapa toda la extensión virtual de esta página. Pero ese optimismo viene dosificado y con diversos sabores, incluyendo el amargo.

En un primer texto reflexivo se propone la posibilidad del optimismo, no solo como una actitud que podría hasta catalogarse como escapista, sino como una necesidad real de pensamiento, intención y acción.

La Lluvia continúa con una narración, nuevamente el niño de la casa se pasea en las cercanías de un personaje real que salvó de la polilla y el destierro grandes archivos coloniales. Dos visiones del mundo se enfrentan en el texto. Pero ambas confluyen en el mismo territorio.

Tres poemas, como es costumbre, cierran la Lluvia de hoy. Tres reflexiones, tres historias, tres percepciones sobre la realidad o la irrealidad.

Que el lector se refresque como siempre.

Posibilidad del Optimismo



Ya en una oportunidad expresé que el optimismo es un ejercicio excepcional en el mundo de hoy. Todo tiende a que la oscuridad sea vista como sinónimo de futuro. La guerra, el terrorismo, la destrucción del medioambiente, del hombre y su casa, la tierra, hacen difícil de concebir la posibilidad del optimismo. Pero hoy la ratificaré.

La vida cotidiana, incluso, tiene un lado sombrío, que hace del optimismo un ejercicio difícil. El optimismo es una vía angosta pero necesaria de concebir y vivir en el mundo. Es exigente, pero aporta extraordinarios resultados en la existencia de quien lo practica.

La tentación del pesimismo es inmediata y proyecta una visión de la realidad oscura y sin salida. Si nos detenemos a reflexionar por un instante, observaremos que esta visión fatalista para nada nos sirve. Bajo esa óptica, la agresividad, la desesperanza y la destrucción es la más pronta consecuencia.

El mundo y su devenir tienen una variedad de tonos, de claroscuros, de altos y bajos, de asperezas y suavidades. Estas diferencias son las que le dan matices a la vida y la hacen interesante. Si todo estuviera hecho, si todo estuviera resuelto no tendríamos la misión de construir nuestras vidas.

En ese existir podemos plegarnos con mucha facilidad a percibir sólo los lados sombríos, las dificultades, los aspectos desagradables y hacer un juicio definitivamente pesimista de la vida. El optimismo es más exigente.

Sin embargo, el optimismo es posible y además necesario. No sólo para la supervivencia del ser humano sino para su crecimiento como persona y para la creación del mundo que deseamos. El optimismo, entonces, es más que una posibilidad. Es una necesidad de quien quiere seguir adelante en la vida.

El optimismo exige la voluntad de tomar la vida en las manos propias. Exige creer que podemos hacer de nuestra vida una existencia digna. El optimismo exige creer pero también sentir y sobre todo hacer realidad lo que queremos. El optimismo es una necesidad de realización positiva. La única que nos permite vivir realmente en este mundo.

Sarriá y el tesoro



En ese tiempo llegó otro cura a la iglesia.

Llevaba su alergia con gran placer, entre libros antiguos de los que extraía datos en una serie de cuadernos tan amarillos como los documentos que ojeaba. Su letra ya parecía la de los manuscritos que sólo él entendía. Su olor era el del polvo de los volúmenes históricos que le provocaban el enrojecimiento de la nariz.

El padre Sarriá vino de Cataluña hace mucho tiempo a organizar el archivo de la casa, para ser precisos el de la Iglesia, y el del palacio Arzobispal. Su trabajo es de paciencia, luchando contra la polilla y las palomas de la torre donde reposan cajas de documentos que lo esperaban ansiosamente para sobrevivir.

El niño de la casa admira el trabajo del padre Sarriá. Lo observa a cierta distancia, según su propia recomendación, escrutando las hojas amenazadas por el tiempo y la inadecuada conservación, según explica. Se percata de su método de clasificación y su celo por las páginas agujereadas o manchadas. El niño ve nacer de aquel rompecabezas libros completos, traducidos simultáneamente en los cuadernillos del padre Sarriá, experto en la paleografía.

El párroco lo anima en su trabajo, le ofrece todas las facilidades de las que puede disponer, e incluso imita su celo, recuperando él mismo archivos más recientes. El padre Sarriá publica en revistas especializadas sus hallazgos más curiosos, partidas de bautismo y de defunción de próceres de la independencia y datos obtenidos de libros de referencia histórica del siglo XVII.

A él se debe la restauración del Libro de Thamarón, una joya informativa sobre la economía y las costumbres coloniales. Allí también se constataba el despojo del que había sido víctima la iglesia en el transcurrir de malos administradores, según la apreciación del padre, expuesta en un estudio introductorio. Un aserto que nadie creía en la casa, porque todos tienen fe de que el tesoro aún los acompaña.

El padre Sarriá parece una especie de monje. Desprendido de todo lo material, rechaza con prudencia cualquier manifestación que pudiera envanecerlo en su trabajo. De esa manera no se presenta a la entrega de condecoraciones que gana por su paciente obra, aduciendo las más extrañas excusas para no ofender a quienes se las ofrecen.

Su gastada sotana, gris por el tiempo y el polvo, es objeto de chanzas por parte del padre González, de quien dice el padre Sarriá que huele a purgatorio, por la estela perfumada que deja a su paso y las vestiduras impecables que usa. Obtiene, entonces como respuesta que es preferible oler a purgatorio y no a jaula de monos, insulto máximo para alguien sensible a las comparaciones grotescas.

Las recopilaciones del padre Sarriá ven luz algún tiempo después de su partida de estas tierras de misión. Se celebraban los cuatrocientos años de la ciudad, motivo suficiente para la publicación.

Ya el padre González había abandonado las sotanas nuevas y el estado clerical, pero tuvo la oportunidad de reconocer los méritos de su adversario de ocasión en una pequeña nota de prensa.

A nadie se le hubiera ocurrido que el padre Sarriá hubiese sido quien desapareció el tesoro de Thamarón y Portillo. Pero hubo quien lo sospecho y lo mantuvo hasta el final de sus días.

Tres poemas un poco optimistas



Escribo sobre el polvo

de una habitación

en penumbras,

abandonada

por el tiempo

y ocupada por fantasmas

que viven en el pasado.


Todo su espacio está lleno

de asfixias

de trastes viejos

y palabras

para la desmemoria.


Dejo inscriptos

allí

mis pesares,

angustias

y desesperanzas.

Las abandono

apenas quedan fijas

a ese piso espeso

que no ve la luz

de una escoba

desde hace décadas.


Camino despacio

hacia atrás

sin levantar sospecha

ni mota alguna,

en silencio salgo.


Tranco las pesadas

puertas

del recinto,

sello

sus junturas,

lacro los ojos

de sus cerraduras,

pierdo la llave

en la carrera

del olvido,

inútil,

porque detrás de mí,

escondidas

en mi sombra,

salieron

innombradas.

De Instantáneos



El tiempo le quita optimismo

a algunos seres

que languidecen en sus edades provectas


No piensan que han sido afortunados

en vivir

todo ese largo espacio,

en poseer el mundo de las posibilidades

para derrocharlas como hubiesen preferido

o hacer algo con ellas


Pero tal vez no han sido tan afortunados

y Cronos se los ha devorado

como hot dogs callejeros

junto a las posibilidades que tenían.


Así que acuden al desespero

Cuando no hay prisa por llegar al final,

convirtiéndose en angustia potable,

que deja sus huesos como las gaseosas,

llenos de necedad hueca


Ahítos de melancólicos suspiros,

ecos de olvidada reflexiones,

plenos de confusiones erráticas

de lo creyeron ser

y que no fueron

se entregan a la nada

sin la fortuna de una esperanza

De Vacío Optimismo



Es mejor navegar

Navegar por el río de la felicidad

O de la locura bien canalizada

Evitando los rápidos

Los escollos y las orillas lodosas


Pero de todas maneras llegaré a la mar

donde me perderé

a pesar de ser guiado de la mano

por las corrientes

Submarinas

Profundas

Secretas


Inmenso depósito de las felicidades dispersas

Perdidas y encontradas

Mar

Para naufragios y ahogamientos

que con suerte llevarán

mis despojos

hasta las orillas

de una tierra seca

e infeliz

donde viven los humanos.

De El Paso de la Serpiente