Foto: Pal Rosti - Samán de Güere, 1857
“Nuevamente tuve
inconvenientes con el transporte de mis instrumentos fotográficos. Los burros
–como de costumbre– llegaron tarde y apenas comenzamos a andar cuando ya se
veían tan agotados que tuve que cargar parte de los aparatos en mi silla y
animar continuamente a los flojos animales con el mango de mi red de coger
mariposas…”.
Este texto forma
parte de las interesantes narraciones del viaje del científico húngaro Pál
Rosti, quien visitó a Venezuela en 1857, para realizar algunas exploraciones
científicas, probablemente atraído por las leyendas y mitos que se entretejían
alrededor del trópico.
Rosti aprovechó
extraordinariamente el invento fotográfico a pesar de los numerosos
contratiempos que tuvo a lo largo de su recorrido, plasmando sus vivencias en
su diario Memorias de un viaje por América, cuya relación correspondiente
a su visita al país fue editada por la Escuela de Historia de la Universidad
Central de Venezuela.
El viajero y
científico húngaro describe en detalle una Venezuela y ante todo una Caracas
que nos resulta irreconocible.
La vegetación
venezolana captura de inmediato su atención y dentro de ésta, de forma especial
el célebre Samán de Güere, ya mencionado por otros viajeros. El científico
relata su encuentro con el majestuoso árbol, de esta manera:
“...El camino es
hermoso y pasa por encantadores cafetales y floridos prados, o junto a
aromáticos arbustos y tupidas laderas... Pasando Turmero, en un amplio espacio
abierto, situado delante de una fonda, me encontré ante otro gigante del reino
vegetal, ante el famoso «Samán del Guayre»”.
Ei Samán de Güere y
no del Guayre, como dice Rosti, había sido objeto de admiración por parte de
uno de los más ilustres visitantes de la Europa del siglo XVIII, el barón
alemán Alejandro de Humboldt, quien pasó por el país en 1799, cuando apenas
faltaban cuarenta años para que se hiciese público el invento del daguerrotipo,
compañero casi obligatorio de los viajeros.
Siguiendo a su vez
el ejemplo de los muchos extranjeros que le precedieron –conquistadores,
exploradores y sacerdotes–, Humboldt trató de mostrar en sus crónicas –viaje
a las regiones equinocciales del nuevo continente y cuadros de la naturaleza–,
el ambiente que lo rodeaba.
En estas obras
describe los pobladores, sus costumbres y creencias, dedicándose sobre todo a
los paisajes cuya flora –como ya hemos señalado–, le impactó notablemente.
El rico texto está
Ilustrado con dibujos y grabados, técnicas que dominaba el alemán, quien se
destacaba por su esmerada educación artística. Para estos momentos existía la
necesidad de crear algún medio de plasmar la realidad que tuviera como
principales requisitos la claridad en la representación y la rapidez y
sencillez de su procedimiento.
Rosti reconoce
estas virtudes a la fotografía y justifica su uso por considerarla “el medio
más eficaz” de plasmar fielmente la realidad.
Un año después de
su viaje por Venezuela, en 1858, el científico se reúne con Humboldt, quien es
ya un anciano, para hacerle entrega de lo que consideró como el más precioso
obsequio, una copla de la colección de fotografías cuyo original donará al
Museo Nacional de Hungría: “…Para mi gran contento el glorioso anciano
reconoció al instante el gran samán, que en su juventud –hace ya casi medio
siglo– vio y describió, tan viva fue la impresión que causó en el alma del
entonces joven viajero el hermoso árbol, tan admirablemente fiel la memoria del
famoso hombre –que ya estaba tan cerca de la tumba– y tan mínimo el cambio
experimentado por el árbol gigante en cincuenta años”.
“Dos viajeros y un
solo recuerdo”. EL NACIONAL, Caracas, 11/05/1980, pág. A-5.
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