domingo, 22 de agosto de 2010

Creación, creaciones y palabras atormentadas


La Lluvia de Hojas de hoy derrama una serie de reflexiones que aunque puedan parecer frías como el agua, se calientan ante el pensamiento y la emoción. El proceso creador se muestra en algunos aspectos poco explicativos y se desgrana, más bien, con descripciones que, sin llegar a ser ejemplares, al menos quieren señalar al lector puntos para la reflexión.

Y esto es lo primero que se hace, reflexionar sobre la naturaleza misteriosa del texto. Esto que el lector ve, es objeto de la propia reflexión. Apenas es un atisbo. Una indicación, un asomo. Pero con ello se emprende una vía de interiorizar sobre lo que hace el escritor y el lector.

Luego un relato sobre un Autómata, de la misma serie que hemos publicado otros, pone el ejemplo preciso, al menos como pretexto, para preguntarnos sobre ese proceso creador y la relación que existe entre creador y cuerpo creado. Prolongación pues de la reflexión anterior en tono de narración.

Tres poemas, como siempre, atormentados esta vez, cierran la Lluvia de hoy.

Que el lector vea recompensada su lectura con algún refrescante beneficio.


El texto, un misterio


Ante un texto literario, sea cual fuese el género que trate de asirlo a una catalogación, la impresión del lector avezado, cargado de la misma ingenuidad que permite descubrir la vida, se maravilla del hecho que tiene ante sus ojos y que ha penetrado en su mente.

El pensamiento ajeno se hace propio por influjo de unos caracteres visuales o táctiles o incluso por las voces que lo expresan auditivamente. Un pensamiento logra atravesar las distancias de la geografía o de los complejos mecanismos del discurrir humano, logra vencer obstáculos físicos y mentales para llegar hasta nosotros y hacerse parte de nuestro propio contenido, como si nosotros mismos fuésemos un nuevo texto.

Tal vez le costó mucho al ser humano lograr ese paso definitivo y definitorio de trasladarse en pensamiento hasta otros. Pero lo hizo. Explicar cómo lo logró es labor de diversos especialistas que se distraen en esas elucubraciones. Pero fue la palabra, en síntesis, quien consiguió este logro.

No obstante, el texto como un complejo de palabras organizadas continúa revelando el misterio de esa comunicación. El texto en sí mismo es un objeto que se transmite como un todo de uno a otro individuo. Aunque su comprensión sea fragmentaria, siempre será un todo, un cuerpo complejo, que viaja de uno a otro ser.

En su llegada ya no es el pensamiento original. Ha sido expulsado del paraíso de su creador y ha llegado al mundo, a la tierra de quien lo recibe como suyo. Allí el texto se transforma o permanece. Crece o se desintegra. Y vuelve a la tierra al polvo de las palabras de donde surgió. Las palabras retornan a su origen.

Un texto siempre que por algún medio se preserve, va a superar la existencia limitada de su creador. Sin embargo, la mayoría de los textos no logran ni siquiera sobrepasar la reducida distancia entre su creación y el vacío exterior, no logran dar un paso fuera de la la cuna de papel o virtualidad donde nació.

Pero otros textos se expanden hasta una casi infinitud. Hacia ese texto es donde apunta el escritor. Eso es lo que quiere. Un hijo que sueñe con la inmortalidad. Sin importar que esta aún sea perecedera.

A veces ese sueño es más breve y moderado. Tan solo tocar un alma, tan solo llegar a penetrar en la interioridad de un lector es suficiente para que el texto haya cumplido su cometido.

Lo que empezó siendo la organización de un pensamiento se constituye en pensamiento autónomo que adquiere otra dimensión en el entendimiento de cada lector.

Y aunque se explique el proceso, este poder del texto siempre será un misterio.


Autómata 6


El viejo autómata había aprendido todo lo que sabía su creador, un extraordinario inventor muy reservado, quien gustaba mantener en secreto sus descubrimientos, tanto que muchos de ellos los había olvidado por el extraordinario celo en restringir las miradas de ajenos, en las que solo advertía intenciones malsanas de robo, plagio o falseamiento. Pero el autómata nada dejaba de recordar.

El viejo autómata era un fiel servidor de su amo. Lo ayudaba en toda labor en donde se necesitase la fuerza, la destreza y el conocimiento de alguien fornido, lúcido y de un aprendizaje a prueba de la desmemoria por indeterminados siglos. Cualidades que ya el anciano docto no podía dominar, igual que sus esfínteres.

El viejo autómata a lo largo de su artificial vida, por el contrario, había mejorado su aspecto, desde el de un robot mecánico tradicional al de un hombre maduro de piel sintética bastante natural y ceñudo rostro, poco dado a las expresiones emotivas. Lo hizo él mismo, por cuenta propia. Poco a poco, mientras su amo se ocupaba de otras cosas o cabeceaba en un sillón leyendo algunos números atrasados del Journal of Neuroscience.

No obstante este descuido de su amo hacia él, podría decirse que era devoto servidor de su inventor, solícito con su creador. Incluso no lo contradecía en sus errores evidentes sino que cuidadosamente los modificaba, a fin de que los experimentos y demás labores cotidianas resultasen totalmente exitosas y no en atronadoras explosiones y otros peligros mayores para la humanidad.

Fausto fue el nombre que adoptó el autómata a la mitad de su vida. Lo hizo por voluntad propia también, pues nunca su inventor le adjudicó apelativo alguno, más que un apodo, Tim, resultado de una vieja anécdota que ni el mismo autómata quería recordar, por el que poco afecto que le tenía a ese falso nombre.

En sus últimos días, ya decrépito de ancianidad, el profesor estaba enfrascado en el estudio experimental de la clonación. Había fabricado con cierta pericia, a través de Fausto, replicando algunos experimentos bastante conocidos, algunos ratones de laboratorio e incluso un mono con cara de perro. Un ser poco menos que monstruoso y chocante. Fausto, le seguía la corriente y precisaba los errores que el viejo profesor cometía en sus instrucciones.

Preparando una clonación humana acelerada, más por impulso del mismo Fausto que por esfuerzos del profesor, quien se hallaba ya postrado, el anciano científico llamó a su ayudante. Tim –le dijo mientras Fausto se amargaba internamente debes terminar ese experimento y publicar los resultados a mi nombre. Yo creo que no voy a resistir mucho.

Fausto le prometió que sería su obra, exactamente y que llevaría toda la gloria de ese experimento perfecto. Usted será reconocido, profesor, le replicó Fausto mientras, súbitamente, el anciano expiraba sin otro aviso.

Fausto hizo los preparativos para una cremación inmediata, según los dictados de su creador. Encargó el proceso a una agencia funeraria especializada y continuó incansablemente hasta obtener el resultado perfecto en su obra.

Un ser de carne y hueso se levantó de la enorme incubadora cargada de cables conectados a ordenadores. Vio a Fausto y preguntó, usando algunas de las trescientas palabras con las que lo había precargado, ¿Quién eres?

Soy Fausto tu creador, le respondió el autómata con un amago de sonrisa amarga. ¿Y yo quién soy? – le repreguntó el recién creado.

Entonces Fausto amplió su sonrisa y le dijo, tú eres Tim, mi ayudante desde ahora y hasta el fin de tus días en la tierra.

Mientras, decía con relamido gusto cada palabra, Fausto recordaba en el rostro del clon, de mirada perdida, los rasgos juveniles del profesor, extraviados cuando aún Fausto no tenía memoria ni presencia en el mundo, fisonomía sólo retenida en una vieja foto de graduación que aún colgaba hierática, llena de polvo, de la pared del laboratorio.


Tres poemas atormentados


La muerte

es un proceso lento,

y acelerado a la vez,

como la vida misma.

Comienza

en el preciso momento

que lloras

al nacer.


Tu llanto reconoce

que empezaste

a morir

y no verás

todo el mundo

que deseas observar

con esos ojos

que apenas ven

a un centímetro de distancia.


Gimes porque tus deseos

ya no son órdenes

sino planes ordenados

por el caos

que no llegas a comprender

sino demasiado tarde,

cuando el tiempo

se apresura a engullirte

con sus dientes de engranaje,

es decir,

en cualquier momento.


La muerte

anda a minúsculos pasos,

cobrador que te sorprende

con un contrato

que firmaste al nacer.

Entonces no quieres

atenderla,

le dices

venga después.


Pero nada.

Ella va solo una vez.

Rápido.

Y ya.

De Instantáneos



El grueso nudo

que me ahogaba

no era el de la condena

a muerte

sino el de la melancolía

que me sentenciaba

a vivir

cada instante

como el último,

siendo el primero

de un sufrimiento interminable.


Hasta que llegaste tú,

con algo mejor que un indulto,

con puro amor

y tu tierna mano

me libró de la pesada soga

y de la venda

de condenado enceguecido

para vivir intensamente contigo

toda el resto de infinita vida

que nos queda.

De En el principio de la vida



Hace muchos años

yo no creía

que de este material

tan amargo

pudiera brotar

una palabra

que valiera la pena


Ahora tampoco


Pero me empeño

en un ensayo

en una posibilidad

en la prueba

de una hipótesis del deseo


Quiero creer que la inutilidad

de mi sentir

puede tomar cuerpo

en el papel

para vengarme de su mala paga

De Breve pesadumbre