domingo, 22 de agosto de 2010

Tres poemas atormentados


La muerte

es un proceso lento,

y acelerado a la vez,

como la vida misma.

Comienza

en el preciso momento

que lloras

al nacer.


Tu llanto reconoce

que empezaste

a morir

y no verás

todo el mundo

que deseas observar

con esos ojos

que apenas ven

a un centímetro de distancia.


Gimes porque tus deseos

ya no son órdenes

sino planes ordenados

por el caos

que no llegas a comprender

sino demasiado tarde,

cuando el tiempo

se apresura a engullirte

con sus dientes de engranaje,

es decir,

en cualquier momento.


La muerte

anda a minúsculos pasos,

cobrador que te sorprende

con un contrato

que firmaste al nacer.

Entonces no quieres

atenderla,

le dices

venga después.


Pero nada.

Ella va solo una vez.

Rápido.

Y ya.

De Instantáneos



El grueso nudo

que me ahogaba

no era el de la condena

a muerte

sino el de la melancolía

que me sentenciaba

a vivir

cada instante

como el último,

siendo el primero

de un sufrimiento interminable.


Hasta que llegaste tú,

con algo mejor que un indulto,

con puro amor

y tu tierna mano

me libró de la pesada soga

y de la venda

de condenado enceguecido

para vivir intensamente contigo

toda el resto de infinita vida

que nos queda.

De En el principio de la vida



Hace muchos años

yo no creía

que de este material

tan amargo

pudiera brotar

una palabra

que valiera la pena


Ahora tampoco


Pero me empeño

en un ensayo

en una posibilidad

en la prueba

de una hipótesis del deseo


Quiero creer que la inutilidad

de mi sentir

puede tomar cuerpo

en el papel

para vengarme de su mala paga

De Breve pesadumbre


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