Ante un texto literario, sea cual fuese el género que trate de asirlo a una catalogación, la impresión del lector avezado, cargado de la misma ingenuidad que permite descubrir la vida, se maravilla del hecho que tiene ante sus ojos y que ha penetrado en su mente.
El pensamiento ajeno se hace propio por influjo de unos caracteres visuales o táctiles o incluso por las voces que lo expresan auditivamente. Un pensamiento logra atravesar las distancias de la geografía o de los complejos mecanismos del discurrir humano, logra vencer obstáculos físicos y mentales para llegar hasta nosotros y hacerse parte de nuestro propio contenido, como si nosotros mismos fuésemos un nuevo texto.
Tal vez le costó mucho al ser humano lograr ese paso definitivo y definitorio de trasladarse en pensamiento hasta otros. Pero lo hizo. Explicar cómo lo logró es labor de diversos especialistas que se distraen en esas elucubraciones. Pero fue la palabra, en síntesis, quien consiguió este logro.
No obstante, el texto como un complejo de palabras organizadas continúa revelando el misterio de esa comunicación. El texto en sí mismo es un objeto que se transmite como un todo de uno a otro individuo. Aunque su comprensión sea fragmentaria, siempre será un todo, un cuerpo complejo, que viaja de uno a otro ser.
En su llegada ya no es el pensamiento original. Ha sido expulsado del paraíso de su creador y ha llegado al mundo, a la tierra de quien lo recibe como suyo. Allí el texto se transforma o permanece. Crece o se desintegra. Y vuelve a la tierra al polvo de las palabras de donde surgió. Las palabras retornan a su origen.
Un texto siempre que por algún medio se preserve, va a superar la existencia limitada de su creador. Sin embargo, la mayoría de los textos no logran ni siquiera sobrepasar la reducida distancia entre su creación y el vacío exterior, no logran dar un paso fuera de la la cuna de papel o virtualidad donde nació.
Pero otros textos se expanden hasta una casi infinitud. Hacia ese texto es donde apunta el escritor. Eso es lo que quiere. Un hijo que sueñe con la inmortalidad. Sin importar que esta aún sea perecedera.
A veces ese sueño es más breve y moderado. Tan solo tocar un alma, tan solo llegar a penetrar en la interioridad de un lector es suficiente para que el texto haya cumplido su cometido.
Lo que empezó siendo la organización de un pensamiento se constituye en pensamiento autónomo que adquiere otra dimensión en el entendimiento de cada lector.
Y aunque se explique el proceso, este poder del texto siempre será un misterio.
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