domingo, 30 de enero de 2011

El pasado que regresa para juzgarnos



La Lluvia de Hojas nos trae un viaje al pasado. No a cualquier pasado como si se tratara de una máquina del tiempo de uso común. Sino al pasado de quien escribe. El hallazgo casual de unos papeles, en medio de un inventario de vida, conforma el detonante de estas publicaciones.

En un primer texto viene una reflexión sobre Los hallazgos y la memoria. Cómo el simple hecho de reencontrar papeles extraviados en el tiempo y en el espacio, hace recuperar espacios perdidos de nuestra vida.

Luego, Encontrarse en lo que cree espejo, un relato casi oloroso a moho, proveniente de Un largo olor a muerto, libro de una treintena de años bien cumplidos, trae el destello de una figura breve, de alguien que se mira en un espejo.

Los Poemas de un libro olvidado constituyen el complemento de la reflexión primera, el anexo que la origina, su punto de partida, los papeles reencontrados. Son textos de juventud. Poemas que creía desaparecidos de la faz de la tierra y habitantes ya de la gran memoria universal, pero que repentinamente encontré en el sitio menos esperado y regresaron oportunamente a su vida de papel. Son poemas con mucho de narración breve. Cada uno de ellos constituye una fotografía que se describe a sí misma en la soledad. Reflejo de un reflejo. Palabra del silencioso discurso de la imagen. Que el lector los juzgue con clemencia y severidad.

Espero que esta Lluvia le sea de provecho, como me ha sido a mí.

Los hallazgos y la memoria



Encontré unos papeles que pertenecen a quien era, ese ser que se halla en los sótanos del alma. Allí, tras el mapa que representan, descendiendo al interior de mi propia tierra, y me redescubro. Lo olvidado en las sombras se vuelve una instantánea. Luz y oscuridades combinadas, en perfecta armonía, o al menos, en justa convivencia.

Sólo en ese acto de descenso podemos alzarnos hasta nuestra torre de observación del mundo con una mirada más diáfana. Nuestros ojos acostumbrados a percibir los diminutos atisbos de claridad en nuestro subterráneo, mirarán más lejos y calmarán el impulso por expeler palabras fuera de espacio y tiempo.

No es casual que, haciendo inventario de vida, encuentre estos papeles viejos, de ese que fui y del que pervive el que soy. Poemas totalmente olvidados. Sustraídos a la selección natural darwiniana de las palabras escritas. Esa selección que se vale de tantas artimañas como extravíos en cualquier sitio o por cualquier evento u olvido.

Al menos por los momentos los he recuperado. Papeles sueltos que se encontraban agazapados en la modorra de una carpeta amarillenta con olor a tiempo retenido. Textos mecanografiados, con tachaduras y enmiendas en tinta azul. Papeles destinados a la nada, últimos suspiros de un árbol herido de muerte, que de pronto vuelven a tener significado y a dar sentido a ese ser vegetal que los retuvo.

Pero son un rompecabezas, un reto de reconstrucción y un enfrentamiento en un laberinto a mi propio Minotauro. Cuánto he cambiado. Pero el que permanece habla por mis palabras. Y las regresa de la imposibilidad para enfrentarse de nuevo a esta luz de hoy, para convertirse en materia virtual después de estar suspendidas en el limbo de cualquier posibilidad.

Todo lo que se escribe corre la misma suerte. Por instantes, por años, por la eternidad, la de estar sometido a la posibilidad de existencia, de recuerdo u olvido.

Por eso, al tener entre mis manos de nuevo estos papeles amarillentos, que revivieron en mi memoria al joven que aún persiste en mí, he tenido el deseo de compartir este hallazgo que sólo el lector podrá calificar de afortunado. Y el tiempo dirá el resto, si sobreviven su segunda oportunidad de vida, su resurrección.

Encontrarse en lo que cree espejo



Desierto a un lado y al otro y él en el centro, creyendo ver un espejismo que ni siquiera es tal, porque sólo es un vidrio azogado cuyo reflejo lo ciega breves instantes con la sensación de hallar a alguien cerca.

Pero no. No esperaba a ninguna persona.

No esperaba a ningún rescatista de los que llegan a última hora en las películas, como lo hace imaginar el haz de luz que el vidrio proyecta en sus ojos.

No esperaba sino verse a sí mismo, retenido un instante, para saber que su existencia persistía.

Esa vida que le transmite su reflejada figura y se escapa entre una irresistible sed que no mitiga al beberse la sangre de las heridas que se produce con el espejo que le muestra su propio fin.

De Un Largo olor a muerto (1980)

Poemas de un libro olvidado



Extensa pradera

virgen

apuntada por un rayo

luminoso

plana aun

se reduce

a un rectángulo

atrapado

entre páginas

de un libro.



Edificios grises

abiertos a la soledad

se empañan

con sombras indefinidas

de quienes no permanecieron.



Larga,

igual a su vestido,

sin preocuparse

del paso

dado

o del siguiente,

baja

estática

una escalera

desaparecida

como ella.



Bailan

tango,

ven

la cámara.

Intentarán

para siempre

movimientos

imposibles.



A pesar del tiempo

lo retrata bien

la mano en el pecho.

Toca una ausencia.

No guarda corazón.