domingo, 10 de octubre de 2010

Memoria de una torre casi olvidada


La torre es el último refugio de los sueños. También lo es en casos de inyección o vacunas. Es una altísima estructura que cobija las campanas y millares de objetos exiliados de la iglesia. Bancos, manos de santos, libros viejos que el padre Sarriá no había tocado aún, maderas inclasificables, candelabros huérfanos, palomas vivas y disecadas, murciélagos y ratones, al igual que cucarachas convivían en ese espacio turbado sólo por repiques y el paso de monaguillos emocionados por el oficio de tocar las campanas.

Allí reina el niño quien aprendió el arte del llamado a misa, el veintiuno, el rebato festivo y el luctuoso doble. Pero prefiere vagar en ese territorio en sus ratos libres y en las largas vacaciones escolares, organizando el caos en silencio.

La torre es el punto más alto de observación del mundo. De allí se divisa la llegada de ambulancias a la Policlínica, un centro de salud cercano a la casa, el deambular de los vecinos en sus viviendas, el vuelo de las aves y el acecho de los gatos.

A ella se sube por una irregular escalera que en ocasiones tiene elevados peldaños y en otras angostos y bajos que permiten poner sólo un pie de lado. La subida es empinada y es necesario, en su parte más elevada, sujetarse muy bien del pasamanos de cemento o asirse de las mismas gradas superiores. La bajada es un deslizamiento en posición sedente hacia el vacío, venciendo el vértigo y la nausea al encontrarse animales descompuestos.

El niño es feliz en esas alturas, como lo fue dando la vuelta al mundo de la cúpula en menos de ocho minutos.. Allí casi siempre se siente en libertad, excepto cuando la utilizaron como vía de escape del asalto, en contra de su recomendación de recurrir a la calle. Sabía, por su corta experiencia, que allí no había más escapatoria que la mental. O la ayuda de los ángeles para la ascensión al cielo. Porque el tocar las campanas tan sólo pondría en peligro a las personas cautivas en la casa. En ese momento la torre se convirtió por primera vez en un calabozo, en la Torre de Londres, en la torre de los cuentos de hadas que custodiaban princesas o príncipes y no el familiar campanario por donde pasan los querubines cuando van a misa.

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