A los Lestrigones, a los Cíclopes
o al fiero Poseidón, nunca temas.
No encontrarás tales seres en el camino
si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita
la emoción que te toca el espíritu y el cuerpo.
Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al feroz Poseidón has de encontrar,
si no los llevas dentro del corazón,
si no los pone ante ti tu corazón.
C. P. Cavafis (Ítaca)
El ser humano tiene ante sí el inmenso campo de la realización personal. Eso de la realización personal parece a veces un concepto etéreo poco asible, sin embargo, cada quien puede admitir hasta dónde quiere llegar en la vida y desarrollar sus talentos conforme a esa ambición. Cómo en todo lo humano, el desarrollo personal tiene como medida la potencialidad individual y las limitaciones reales o autoimpuestas por el sujeto. Así que, fuera de las frases victoriosas de pura autosugestión, veamos uno de los límites de esa acción del desarrollo personal.
El desarrollo personal, aparte de ser un concepto bastante prostituido por la llamada literatura de autoayuda, corre por un territorio que no está exento de las trampas, juegos y seducciones de la vida, de laberintos inextricables, arenas movedizas, monstruos y fantasmas. Tal como en el cercano poema de Cavafis, Ítaca, será el recorrido lo mejor del viaje y nunca la llegada. Avanzar por sobre esas sombras personales, esos monstruos que habitan el corazón del hombre, será lo que permita un plácido viaje. Porque es el viaje de la vida lo importante y no la llegada a la muerte.
Territorio casi infinito, ese de la realización, línea del horizonte que siempre está más allá del alcance, no obstante se topa con el término de la existencia y con las limitaciones que el individuo posee, atesora como herencia o protege como su propia invención, de la que no desea despojarse.
Esta negación a ir más allá de una navegación de cabotaje tiene su más elaborado concepto en el conformismo. El ser humano desprovisto de todo anhelo, medra en sus recuerdos y lamentos y no osa avanzar en la vida. Espera la muerte sentado frente a su casa, sin aventurarse en la existencia porque cree que en ese camino encontrará su cruel y final compañera. Aguarda por años su extinción, decretada el mismo día de su nacimiento.
El conformismo es una actitud que colinda con el fatalismo. No obstante es el polo pasivo de éste que, activamente, piensa en el desastre inminente de la vida sin importar su acción consciente. El conformismo, por su parte, cree que las circunstancias son inalterables y se deja llevar por el torrente hacia el mismo destino absurdo de la nada. No navega, flota en esa corriente de seres que se confunden en el remolino final de la inexistencia.
El conformismo se da en muchos planos existenciales. No es solo el plano material e inmediato lo que lo caracteriza. Es una actitud y como tal tiene un componente emotivo, el miedo paralizante, un componente ideativo, expresión o tácita concepción de su idea de no poder avanzar y el componente volitivo que está dado por lo que antiguamente se llamaba falta de voluntad y perseverancia para proseguir en un camino plantado siempre de pequeñas o grandes dificultades. La voluntad siempre existe pero se manifiesta tan solo en lo más inmediato y primario en esos seres ganados al conformismo.
El conformismo se refleja en el campo intelectual, en el físico, en el material o en aquello que nos caracteriza como personas. Lo que define la personalidad, tal vez sea lo que más efectivamente exprese el conformismo o el inconformismo en el individuo. El conformismo se asienta en el interior del ser humano. Tiene su sede en la interioridad.
Pero cómo llegó hasta allí esa parálisis aberrante. Evidentemente el aprendizaje tiene mucho que ver. Un aprendizaje social o individual, pero nuevamente, esa disposición del individuo, que se llamaba temperamento, va a hacer que, de alguna manera, se manifieste con mayor o menor fuerza. En todo caso, pareciera que algunos seres humanos poseen una predisposición al conformismo y no a la lucha por superarse en los distintos planos de la existencia.
El que desarrolle uno u otro campo, el intelectual, el emocional, el de la personalidad o el material es prácticamente indiferente a la condición, a la actitud conformista. Alguien que logra progresos en cualquiera de esas facetas personales puede comenzar a desplegar las otras. Es una posibilidad aunque nunca un determinante. Por ejemplo, hay eruditos que son un completo fracaso en el resto de sus caracterizaciones vitales. No por ello se les resta méritos, pero el desarrollo armónico es lo que más conviene al ser humano. Igual que un poderoso ser hecho de músculos que nunca haya leído una letra, y posea una cultura basada en lo que le dicta la televisión, tampoco podría ser un ejemplo de inconformismo. A veces la gente se contenta con desarrollar un solo atributo en la vida. Es su decisión. Ni se les condena ni se les condona por ello. Solamente que las consecuencias de esta autolimitación serán inciertas.
En realidad no hay resultados garantizados en esta vida. Así como se perdió el manual de instrucciones, también la garantía expira en cualquier momento, sin previo aviso, o tal vez sí, pero sin posibilidad de protestar una vez que vence el plazo. Pero no por ello dejaremos de funcionar y buscar ser mejores cada día. Mejores que lo que somos en este ahora permanente.