domingo, 4 de abril de 2010

Lluvia de primavera, múltiples colores formas e ideas



Este día la Lluvia nos precipita una serie de pensamientos que caen como flores, algunas un tanto secas y otras aún en su breve plenitud. Solo persisten como ideas en este plano de lo intangible, en este espacio de lo virtual, de lo posible.

Así, en un primer intento se revisa el valor de la tolerancia. Extraño a nuestros tiempos pero tan necesario a la convivencia y a la simple supervivencia humana. No es un ensayo que vaya más allá de la reflexión inmediata y de la acción urgente pero alguna duda debe dejar al lector o lectora.

Un gran salto y nos introducimos en un relato breve sobre un autómata. Lo posible toma forma a través de la palabra que es la forma como la imaginación se revela.

Tres poemas, como casi siempre, finalizan la lluvia de hoy. También reflexivos sobre oscuridades de nuestra realidad cotidiana colectiva, tal vez puedan decir algo en su ahogada voz de angustia.

Tome el lector las flores que desee y que se empape de buenos bríos para encarar las realidades.


La tolerancia en tiempos de la ira


El valor de la tolerancia es extraño a nuestro mundo. Sumido en guerras y otros conflictos que sustituyen a las guerras con la misma crueldad, sumido en desigualdades que parecen insalvables, sumido en un caos que parece destruirlo, la tolerancia viene a establecer un punto de equilibrio exacto para evitar la caída total, el derrumbamiento de todo lo que conocemos como nuestro universo humano.

No trataré de conceptualizar sobre lo que es la tolerancia. Tan solo precisaré que esta virtud nos permite existir junto a otros seres que poseen posiciones, ideas, sentimientos y generan acciones diferentes a las nuestras. Nos permite coexistir. La tolerancia se da en un ámbito de diferencias, únicamente. No podemos ser tolerantes si no existe la discrepancia, el desacuerdo, la individualidad, distinta entre todos los seres humanos. O incluso entre los no humanos, los animales. Porque sobre estos últimos el ser humano tiene posiciones tan crueles injustas e intolerantes como consigo mismo. No hay diferencia en el modo en el que, en ocasiones, algunos seres que se dicen humanos tratan a un cetáceo y el modo en el que lidian con otras personas que les son diferentes por raza, posiciones, conductas o creencias. Un ser que se llama humano y se cree inteligente actúa cegado por la irracionalidad. Toda una paradoja.

Los individuos, por definición misma, son diversos y desiguales. La igualdad es un principio de derecho de oportunidades, mas no una característica individual. Hasta los gemelos idénticos desarrollan una personalidad propia y sutiles diferencias que los identifican como seres únicos. De estas diferencias individuales debe partir el sentido profundo del valor de la tolerancia.

Si en cuanto a lo puramente fisiológico y conductual somos distintos, cada uno, a los demás, en el sentido cultural, en el desarrollo de costumbres, creencias, sistema de valores, ideología, es decir, en todo el pensamiento, el sentimiento y las acciones nos diferenciamos más profundamente los unos de otros. Nuestras experiencias han sido diversas y los resultados de ella así nos vuelven múltiples. Ello, lejos de ser algo que nos distancie, debería ser un punto para buscar nutrirnos mutuamente. Pero el primer paso en este crecimiento humano sostenible es respetar las diferencias de la otra persona.

De allí que sólo si respetamos esas diferencias individuales podremos desarrollarnos dentro de nuestras diferencias y llegar a una interrelación profunda y productiva con los demás seres. De lo contrario tenderemos cada vez más al aislamiento, a la desconfianza y a la fragmentación que nos hace imposible aprovechar las experiencias ajenas en nuestro propio desarrollo individual.

Pero ¿cómo comienza la práctica de la tolerancia? Evidentemente que comienza por casa. En el núcleo fundamental de la sociedad se dan patrones que seguiremos a lo largo de nuestras vidas. Allí aprendemos a respetar al hermano, aún cuando tenga diferencias con nosotros. Pero ello no es fácil. Lo natural es el egoísmo más salvaje. La convivencia social en el núcleo familiar nos prepara para ser tolerantes con quien tiene ideas, posiciones o conductas distintas a las nuestras. Pero quienes modelan ese comportamiento son las figuras significativas. Los padres o quienes hagan sus veces. Ellos serán quienes se muestren en coherencia con una actitud tolerante o simplemente excluyentes e intolerantes con lo que no creen es lo correcto.

No es fácil esta enseñanza. Generalmente nos debatimos en conflictos al querer formar normas claras de conducta y al permitir cierta libertad a nuestros hijos o crías. En ocasiones parece que las normas trasuntan más de creencias sin otro fundamento que prejuicios raciales, sociales, culturales o políticos, que en el fondo conforman lo mismo, una actitud de animadversión contra el pensamiento diferente.

En el hogar, en muchas ocasiones, se enseña que la diferencia racial, política religiosa o de pensamiento es una señal para la desconfianza del prójimo. Las mismas religiones, por momentos, se encargan de ahondar este pensamiento de que la idea diferente es señal de error o perdición y debe ser combatida por todos los medios. He aquí el principio de destrucción, no se combaten las ideas con otras ideas o con razonamientos sino con acciones que buscan aniquilar al disidente. Lo primero que surge, al propiciarse esta actitud, es el rechazo y enseguida cierta violencia en contra de quien tiene posiciones diferentes. De allí a las guerras solo hay cuestión de tiempo. La estrechez de pensamiento es pólvora sostenida en la misma mano que alza una antorcha de prejuicios.

Tal vez debamos practicar con nuestros hijos o con quienes criamos, la tolerancia a sus propios criterios, empezando por no reaccionar emocionalmente ofuscados ante una posición distinta de ellos. Es necesario comprender lo que sienten y dicen antes de proceder a execrarlos o a tomar actitudes en su contra. No es fácil a veces el diálogo y el razonamiento. Pero es la única vía para la comprensión mutua y adelantar el valor de la tolerancia.

Esto, tal vez, es lo único que podamos hacer efectivamente por incrementar la tolerancia en el mundo.

Autómatas 1


El primer autómata que creo fue perfecto. Lo hizo para llenar el vacío del mayordomo que había renunciado recientemente a su puesto para dedicarse a vender mercaderías de ultramar. Cuando estuvo totalmente listo –estaba hecho a semejanza de cualquier humano: un cuerpo bastante flexible, extremidades fuertes, con una cabeza de rostro metálico pulido con semejanza homínida– el invento se comportaba con toda delicadeza y precisión. Atendía todos sus asuntos sin que hubiese necesidad de mandarlo. Hablaba poco y tenía modales excelentes. Un programa informático se encargaba de todo ello. Y la inteligencia artificial que le infundió el inventor, su gran secreto, provenía de él mismo. Conocía, de esa manera, a fondo todas sus necesidades.

Un día, después de un largo paseo, el inventor sorprendió al autómata, al que había bautizado como Irving, en su taller. Le pareció extraño que estuviese allí a esa hora en la que no correspondía limpiar el sitio. Él siempre insistía en estar presente mientras realizaba esas labores, leyendo algunas revistas científicas, pero vigilando las labores del autómata. Muchos aparatos delicados ameritaban esa atención. Y aunque creía perfectamente hábil a Irving, tenía que someterlo a prueba durante un largo tiempo para certificar su perfecto funcionamiento.

Irving no se inmuto al ser descubierto y guardó un bulto grande y pesado, esto último era evidente por el tamaño del mismo, en uno de los armarios del taller. El inventor no quiso preguntarle sobre tal comportamiento, sino esperar y constatar luego de qué se trataba aquello. No obstante, al marcharse el autómata a sus oficios vespertinos, el inventor trató de abrir el armario y no pudo. Irving había cambiado la combinación de la cerradura del mismo.

Pocos días después el inventor descubriría de que se trataba aquel secreto del autómata. Simulando salir a su paseo, se quedó oculto en un recodo del taller, velado dentro de una gran caja de madera, en donde unos agujeros le servían como mirador.

Vio entonces cuando Irving abría su trancado armario y sacaba el enorme bulto. Lo miró extraer de él su contenido y constató que era una figura con aspecto humano, en la que, minutos después y a lo largo de dos horas, Irving trabajó febrilmente. Al final de ese tiempo vio cómo la figura cobraba movimiento y su autómata inventor lanzaba una silenciosa risa y asumía un extraño rictus su metálica cara.

El autómata había creado un autómata con perfecta apariencia humana, con movimientos y ademanes exactos a los de un hombre de mediana edad con una perfección desconocida, pero con ciertos rasgos que le eran familiares al inventor, pero que no lograba identificar.

Poco tiempo después de este primer asombro, el inventor del autómata que ahora se descubría como inventor también, se horrorizo.

Descubría en la faz del novísimo invento sus propios gestos y su angustiado rostro, una cara de esclavo que parecía mirarlo, atravesando los parapetos de su escondite.


Tres dispersos textos en forma de poemas



Las ofrendas florales

a los héroes patrios

terminan siendo

mustias

flores de tumba.


El bronce frío,

maquillado de barniz

para la ocasión,

abre sus ojos

al vacío

del acto.


Una batalla olvidada

el resto del año

apenas se exhuma

para que los buitres

exhiban

sus plumas

destinadas al olvido.


Quieren aprovechar

el resto

de los restos.

Solo recuerdo

de huesos

y cenizas,

sólo flores muertas

allí yacen.



Una aspiración

Eso es el hombre

Apenas un deseo

en un instante

del aire


Lucha

entre ángel y demonio

Movimiento perpetuo

Avances y retrocesos

en una gran polvareda


Hierba

preparada para la siega

o para el abono del campo

donde nacerá

de nuevo

Un recuerdo

que se aviva

o se extingue

en la memoria

de quienes le suceden

o de él mismo


Frágil

equilibrio

para mantener la vida

o acelerar la muerte



Busto pensativo

Fijos pensamientos

Sin brazos para la acción

Sin piernas para el movimiento

Sólo tiempo pasado

Apenas un recuerdo inmóvil

De Vísceras Públicas