Hoy la Lluvia de Hojas nos deja nubes en el cielo para que imaginemos cualquier cosa existente o por existir. Lo hace con un ensayo fotográfico. ¡Otro ensayo fotográfico! Pero cómo hablar sobre las nubes si no señalamos algunas. Que el visor las complete en una diaria vista a las alturas del firmamento.
Baja también de la nube un microensayo sobre Trabajar en red.Aunque le falta la red de los gladiadores, el lector se verá atrapado por estas disquisiciones cercanas a la locura cotidiana.
Finaliza la Lluvia de hojas con varios mares de diversa agua donde se suceden tres Naufragios. Textos éstos del libro Náufragos en la Calle.
Que el lector en la red tenga a bien comentar todo este etéreo material. O aunque sea mentarlo a otras amistades, si le gustó. Y si no, también.
La nube es un misterio. No porque no conozcamos su extraña composición. Cualquier químico de nubes la conocería con exactitud. Yo no.
La nube es una incógnita. No porque no se hayan clasificado sus características. Los meteorólogos las tienen bien determinadas, conocen todas las posibles categorizaciones. Cirros, cúmulos, nimbos y sus mezclas. Pero no han logrado especificar todas sus formas esquivas, instantáneas, fugitivas.
La nube es una inspiración imaginativa. Por eso el ensayo fotográfico de hoy está dedicado a algunas de ellas.
Allí veremos lo que queramos. Aparte de colores y blancos diversos, formas que nos recuerdan nuestra infancia. Árboles de nubes, cohetes, dragones, mundos todos paralelos a nuestra materialidad cotidiana.
La nube tiene esa propiedad. Aunque es materialidad nos recuerda al sueño, a la vida, al universo. Por eso, tal vez vivamos en una nube llamada tierra.
Últimamente he explorado el deseo de muchas personas, amigas, conocidas o por conocer que expresan que quieren trabajar en red.
Aparte de ser una expresión que todos creemos comprender, si estamos leyendo esto por este medio, tiene además una serie de connotaciones interesantes.
Tal vez la primera persona históricamente conocida en trabajar en red vivía en el mundo mítico, un mundo tan real que entra fácilmente en los territorios de lo perdurable tal vez más que el nuestro. Lo que muy pocos de nosotros en esto que creemos realidad puede hacer. Y digo que ese ser que inició el trabajo en red fue Ariadna. Con su hilo conectaba realmente a la gente. Y ¡cómo la conecta! Sin esa conexión ¡Puf! Estás fuera.
Más primitivamente algunos creían que el primero en trabajar en red era Spiderman. Pero se quedaban muy cortos de hilo. Está bien que el superhéroe haya hecho un buen trabajo. Pero sus conexiones son todas consigo mismo, con su propia y torturada vida de post adolescente. Además, insiste en utilizar diarios impresos para dar a conocer sus trabajos – y darse a conocer a sí mismo – lo que lo distancia del mundo de la red y lo deja en una pequeña telaraña. Tal vez su mejor interconexión haya sido que lo reconozcamos como un héroe que salta de los comics a la televisión y de allí al cine, formando parte de la mitología contemporánea, pálido reflejo de la verdadera mitología tradicional.
Más cercanos a los oficios tradicionales de trabajar en red están los pescadores. Ellos de verdad conectan y unen. Por un lado a los peces que tratan de escapar de sus redes y terminan cayendo más en ellas. Y por el otro lado, reuniendo a un gentío en un oficio para la subsistencia humana, para la vinculación y el afecto. Toda pesca termina en una gran fiesta, en una gran comida, donde la gente grita, aunque sea de contento a quien tiene al lado.
Fíjense que el pescador solitario no utiliza la red, solo un hilo como el telefónico. Y está tan absorto en su quehacer como una persona cualquiera en la calle hablando por celular, bien con el aparato pegado al oído o hablando solo, como un loco furioso urbano, con su dispositivo de manos libres y mente concentrada en otro mundo. Este acto de comunicación solitaria nos impide vivir el entorno. Nos aísla.
De todas formas yo utilizo el celular. A todo momento. Caminando como un torpe por las calles llenas de agujeros, trampas y humo. Porque no en todo momento puedes estar trabajando en red.
Pero trabajar en red sigue siendo una metáfora llena de belleza. Nos conectamos en un tejido invisible. Nos interconectamos formando una gran nube con todos nuestros contactos. Vivimos en esa nube como neuronas de un gran cerebro, haciendo sinapsis, llevando señales de un lugar a otro del planeta. Aunque sea al de la computadora de al lado.
Trabajar en red nos revela como coprotagonistas de una trama urdida colectivamente. Una trama de amistad, amor, terror, suspenso y otros contenidos diversos, aparte de las cadenas de mails, especie de tejido adiposo cuando no maligno que atrae a los más sedentarios, en los que el deslumbramiento por la posibilidad que nos ofrece la tecnología no deja de sorprenderlos. Esto, seguramente, porque esperábamos que la tecnología nos destruyera o intentara al menos hacerlo, como Terminator.
O tal vez estamos viviendo, simplemente el sueño de Matrix en el que la realidad que creemos es una virtualidad y la verdadera realidad se encuentran al despertar del sueño y salir de la esclavitud de un software todopoderoso que crea y se recrea a sí mismo. Eso sí es trabajar en la red.
Nosotros aspiramos al menos a no movernos de la casa hasta que se nos alarguen los dedos y la cabeza se nos amplíe con forma de una bombilla antigua, no de las ahorradoras de energía, según la imagen que aprendimos en la prehistoria del futuro, de cómo serían los seres humanos evolucionados por el trabajo en red. El único inconveniente práctico de adoptar esa nueva forma somática es la vivir algunos millones de años para poder experimentar esos cambios. Lo máximo que podemos aspirar de esa hipótesis es obtener una cabeza radiante y feliz, sin un pelode tontos. Entonces pensaremos qué otra cosa más productiva podemos hacer aparte de trabajar en red.
Salió a la superficie con la última gran burbuja del naufragio. Ya se daba por perdido en las entrañas de acero del buque. Mientras ascendía creyó escuchar la sirena lastimera de su nave dándole el adiós al sumergirse hasta su tumba marina. Expulsado de la profundidad, lo aguardaban los más disímiles restos. Nadie entre ellos. Reconoció algunas pocas cosas entre el material flotante que le permitiría un descanso desasosegado. Lo demás era oscuridad. Ni siquiera recordaba cómo había pasado todo.
La luz del día lo retornó a la conciencia de la inmensidad de su prisión oceánica. Y que había nacido a la soledad de una vida donde sólo vislumbraba su destino final.
NAUFRAGIO 2
Sucumbe ante la página en blanco. Un mar inmenso, profundo, impenetrable que se extiende ante su vista, pero sobre todo ante su intelecto acobardado por el peligro de sumergirse sin remedio en la angustia y la parálisis frente a la nada de la palabra.
Fue arrojado allí por corrientes del pensamiento que lo alejaron de un rumbo que no sabía definir. Se dedicó a pasear por el océano de las letras visitando islas y tierras diversas brevemente. Pero se dejó seducir por los placeres de la charla y el debate brumoso que lo conducía siempre hacia ningún sitio.
Revela sus derroteros en inacabables tertulias regadas por las olas alcohólicas y los huracanados humos de un café situado en un amplio bulevar tomado a su vez por comerciantes de mercadería diversa que lo distraen entre chanzas. De allí cree salir de un bazar oriental y se deja navegar en sueños por las obras no escritas en el tiempo perdido de Proust y otros autores capaces de recuperarlo.
Su voluntad flaquea por la falta de apetito y la culpa en las tardes mañanas de resaca, delante del mar de la página en blanco cuyo vaivén le marea como si fuese el de la vida misma que sabe se le va acabando e irremediablemente lo llevará al puerto del naufragio.
NAUFRAGIO 3
Está enamorado de su sufrimiento de mujer sacrificada por la vida en el altar de la nada. Obsesionado por sus lágrimas perdidas en el camino, ya casi tan sólo simuladas por la costumbre, la necesidad y los boleros oportunos. Está fascinado por la belleza de un rostro acabado por el dolor, el llanto, los malos tratos y la pésima alimentación. El color amarillento de su faz, verdosa en ocasiones, le extasía. Desearía, en ese momento, poseer una cámara que captara no tanto la expresión de agudo color y dolor, sino el sustrato fisiológico de las emociones más deprimentes que recorren ese triste ser.
Él sabe que ese es un sufrimiento inútil. Que ella no alcanzará la gracia de la felicidad en las terminales de autobuses ni en los terminales de los números de las loterías, aficiones más usuales de ella. Pero él nada dice. Sólo la sigue sin expresar palabra. Captando sus sublimes silencios y lágrimas para su memoria.
Sólo una vez se encontraron de frente. Cosa que él siempre evitó. Le gustan únicamente las observaciones furtivas, entre penumbras, nunca con el sol en la cara y la mirada clavada en los ojos. Esa oportunidad bastó para que ella adivinara su vida e intenciones. Pero ella también calló, esperando de él una primera frase de acercamiento.
Nada dijo. Sabía que si lo hacía le disiparía el sufrimiento. Y sería un milagro. Porque él era mudo. Entonces tal vez ella se interesaría por su vida. Incluso, llegaría a enamorarse de él. Y hasta podría llegar a ser feliz.
Tal idea le resultaba inadmisible pues su amor hacia ella, hacia su inaguantable sufrimiento, habría desaparecido así inevitablemente.