José Gregorio Bello Porras
NAUFRAGIO 1
Salió a la superficie con la última gran burbuja del naufragio. Ya se daba por perdido en las entrañas de acero del buque. Mientras ascendía creyó escuchar la sirena lastimera de su nave dándole el adiós al sumergirse hasta su tumba marina. Expulsado de la profundidad, lo aguardaban los más disímiles restos. Nadie entre ellos. Reconoció algunas pocas cosas entre el material flotante que le permitiría un descanso desasosegado. Lo demás era oscuridad. Ni siquiera recordaba cómo había pasado todo.
La luz del día lo retornó a la conciencia de la inmensidad de su prisión oceánica. Y que había nacido a la soledad de una vida donde sólo vislumbraba su destino final.
NAUFRAGIO 2
Sucumbe ante la página en blanco. Un mar inmenso, profundo, impenetrable que se extiende ante su vista, pero sobre todo ante su intelecto acobardado por el peligro de sumergirse sin remedio en la angustia y la parálisis frente a la nada de la palabra.
Fue arrojado allí por corrientes del pensamiento que lo alejaron de un rumbo que no sabía definir. Se dedicó a pasear por el océano de las letras visitando islas y tierras diversas brevemente. Pero se dejó seducir por los placeres de la charla y el debate brumoso que lo conducía siempre hacia ningún sitio.
Revela sus derroteros en inacabables tertulias regadas por las olas alcohólicas y los huracanados humos de un café situado en un amplio bulevar tomado a su vez por comerciantes de mercadería diversa que lo distraen entre chanzas. De allí cree salir de un bazar oriental y se deja navegar en sueños por las obras no escritas en el tiempo perdido de Proust y otros autores capaces de recuperarlo.
Su voluntad flaquea por la falta de apetito y la culpa en las tardes mañanas de resaca, delante del mar de la página en blanco cuyo vaivén le marea como si fuese el de la vida misma que sabe se le va acabando e irremediablemente lo llevará al puerto del naufragio.
NAUFRAGIO 3
Está enamorado de su sufrimiento de mujer sacrificada por la vida en el altar de la nada. Obsesionado por sus lágrimas perdidas en el camino, ya casi tan sólo simuladas por la costumbre, la necesidad y los boleros oportunos. Está fascinado por la belleza de un rostro acabado por el dolor, el llanto, los malos tratos y la pésima alimentación. El color amarillento de su faz, verdosa en ocasiones, le extasía. Desearía, en ese momento, poseer una cámara que captara no tanto la expresión de agudo color y dolor, sino el sustrato fisiológico de las emociones más deprimentes que recorren ese triste ser.
Él sabe que ese es un sufrimiento inútil. Que ella no alcanzará la gracia de la felicidad en las terminales de autobuses ni en los terminales de los números de las loterías, aficiones más usuales de ella. Pero él nada dice. Sólo la sigue sin expresar palabra. Captando sus sublimes silencios y lágrimas para su memoria.
Sólo una vez se encontraron de frente. Cosa que él siempre evitó. Le gustan únicamente las observaciones furtivas, entre penumbras, nunca con el sol en la cara y la mirada clavada en los ojos. Esa oportunidad bastó para que ella adivinara su vida e intenciones. Pero ella también calló, esperando de él una primera frase de acercamiento.
Nada dijo. Sabía que si lo hacía le disiparía el sufrimiento. Y sería un milagro. Porque él era mudo. Entonces tal vez ella se interesaría por su vida. Incluso, llegaría a enamorarse de él. Y hasta podría llegar a ser feliz.
Tal idea le resultaba inadmisible pues su amor hacia ella, hacia su inaguantable sufrimiento, habría desaparecido así inevitablemente.
1 comentario:
Saludos José Gregorio ¡Cuánto tiempo! Recién acabo de ver una foto tuya en los viejos álbumes familiares. Papá fue muy asiduo de Santa Rosalía en los tiempos del padre Porras. Gracias por el envío de tus Hojas de LLuvia. He disfrutado mucho las fotos y tus textos titulados Naufragios. Tengo también un blog, que no he podido actualizar mucho últimamente, pero ahora que tengo vacaciones podré ocuparme un poco más de él, la dirección es http://bitacoraparalugaresreencontrados.blogspot.com
Beatriz Alicia
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