domingo, 2 de mayo de 2010

La felicidad y el Paraíso, encontrados a pesar de todo



La Lluvia de hoy trae promesas de felicidad y de encuentro del Paraíso perdido. Es emocionante, hasta para mí mismo, esta oferta. Y lejos de ser publicitaria o engañosa nos devuelve a la más cruda realidad de las cosas. Al mundo de las posibilidades.

En una primera reflexión la felicidad se nos aparece como posible. Desde la perspectiva de quien escribe, desde su propia experiencia, van surgiendo sentencias de viabilidades, mas nunca imposiciones de felicidad forzada para nadie. La felicidad es una actitud de vida.

En el relato que le sigue, el protagonista busca durante toda su vida el Paraíso Terrenal, perdido en las oscuridades del tiempo y el inconsciente, en los recodos del alma humana. Veremos si puede recobrarlo.

Tres poemas nada laborales finalizan la Lluvia de hoy. En ellos se vuelve a reflexionar sobre el sueño, el vacío, la palabra. Temas eternos que tienen en estos textos una versión de la transitoriedad vital.

Espero que la Lluvia refresque al lector gratamente.



La felicidad posible



Sé que la felicidad es posible. La he sentido cerca. He compartido con ella momentos estelares de mi vida. La felicidad me acompaña en el camino de mis progresos. Pero también está a mi lado en instantes cuando menos creo encontrarla.

En los momentos difíciles la felicidad parece esconderse. Veo hacia mi lado y no aparece, miro a lo lejos y no está. La busco entre las personas y sólo en algunas me parece reconocerla.

Pero aún estando solo puedo reencontrarla. Ella no aparece en el bullicio, no nace en la euforia, a veces solo un aspecto de ella se manifiesta en el ruido externo.

La felicidad nace dentro de mí. La felicidad me acompaña en todas las circunstancias de la vida, porque es la forma como miro la vida, como siento la vida, como escucho sus latidos, como mejor me suena la vida.

Hoy decido mirar dentro de mí y encontrar la felicidad. Descubrir que es una buena actitud hacia todo lo que sucede.

Hoy quiero encontrar la felicidad como parte de mi equipaje en el viaje por la vida. Hoy quiero encontrar la felicidad hecha acción. Hoy decido ver con los ojos de la felicidad los hechos, los sentimientos y las personas.

Hoy compruebo que la felicidad es posible.

Esa posibilidad real la compruebo con una de las experiencias más asombrosas en mi vida. Ese conocimiento vivo es el de sentirme bien, conmigo, con los demás, con la naturaleza, con el mundo, con la vida. En ese momento determino que estoy en estado de felicidad. Todo aparece lleno de sentido. Mi existencia está plena del sentido que le infunde el sentirme feliz. Es un círculo, sí, pero un círculo virtuoso.

La felicidad es esa plenitud. Ese sentirme lleno, valioso, que estoy bien encaminado. Así quiero sentirme a cada instante. Así quiero sentir mi vida entera.

En ocasiones, las circunstancias externas me golpean. Si mis pensamientos se transforman en sentimientos de tristeza, de melancolía, de negatividad, mi energía decrece y me siento vacío. Pero en ese instante decido regresar a las vivencias que llenan mi vida. A los momentos felices. Y me doy cuenta que proceden de mi ser interior. Es allí donde reposa la verdadera felicidad para darme el ánimo que necesito.

Nuevamente, en ese instante, comienzo a sentirme lleno de fuerzas, lleno de posibilidades, de las posibilidades que me da la vida. Y la plenitud regresa a mi ser al reencontrar mi actitud de felicidad ante la existencia.

Puedo elegir sentirme lleno o dejar que el vacío me domine. Elijo sentirme lleno de posibilidades. Escojo la felicidad como modo de vivir, aún en las dificultades. Pienso, siento y ejecuto la felicidad en cada momento de mi vida.


Paraíso perdido 1


El investigador de misterios dedicó muchos años de su vida a descifrar mapas y a leer libros que hablaban sobre el tema de su pasión. Creía fervientemente en poder encontrar el Paraíso terrenal, perdido en los orígenes mismos de la humanidad por un acto de estulticia en equipo, según sostenía en sus continuas discusiones sobre el tema con otros docentes de la universidad.

En estos tiempos de descreimiento, nadie le presta atención a las señales que nos dan todas las culturas. Existió un sitio donde todo era paz, armonía y vida. Sostenía con fogoso verbo en salones, aulas y tabernas. Pero sus pares en la labor de enseñar, más que descreídos, estaban firmes en la creencia de que Milton –así se llamaba– estaba sufriendo de algún estado de perturbación mental. Y ello se hacía más patente después que había fallecido súbitamente su compañera sentimental de toda la vida, con la que nunca contrajo nupcias por falta de tiempo y por dedicarse con demasiado tesón a la investigación paleográfica en la que ella lo ayudaba con esmero.

Pero Milton le hacía poco caso a sus contertulios. Estaba firme su creencia en la legitimidad de unos hallazgos recientes donde, en un antiquísimo mapa, anterior al siglo XV y a su vez transcripción, según sostenía, de cartas y referencias que se perdían en la mismísima noche de los tiempos, se cifraba el camino de retorno al exacto edén.

Con las claves que había rehecho durante quinquenios de estudio, en lo que su extinta amada le había ayudado, estaba convencido de poder organizar un viaje de descubrimiento a ese lugar de perfección.

Contrariamente a lo que había pensado, según sus últimos cálculos, el Paraíso Terrenal no quedaba entre los ríos mesopotámicos. Incluso en algunas tablillas caldeas bastante misteriosas se había atrevido a leer esa misma afirmación, desestimando las creencias populares sobre ese respecto, tan en boga en otras épocas. También había encontrado que, lejos de coincidir con regiones remotas, de belleza inexplorada, el sitio a que apuntaban sus hallazgos estaban más cercanos de lo que alguna vez creyó.

Organizó la exploración con la suma de sus propios dineros. Nadie arriesgó un centavo en retornar al Paraíso. Pero Milton gustoso lo hacía porque en ese viaje de vuelta había una intención de homenaje a su amada. Era la Eva desaparecida que, a lo mejor, volvía a encontrar en ese sitio. Lo había visto en sueños, era un lugar más allá de la fábula, un lugar real donde se podría nutrir de una extraordinaria energía que le permitiría vivir por siempre, entre otros beneficios.

Se marchó hacia las puertas del Paraíso Terrenal el mismo día de su cumpleaños. Su exploración lo llevó por muchos caminos, algunos totalmente inexplorados, otros conocidos, cercanamente conocidos. Con la ayuda de una decena de empleados llegó, tres meses más tarde, a las puertas del Paraíso. Al verlas cayó de rodillas llorando.

Sacó entonces una herrumbrosa llave. Hizo un ademán a los ayudantes, para que permanecieran a distancia y destrancó la alta puerta.

Cuando penetró en lo que parecía una antigua mansión, todos sus pensamientos encajaron en su sitio y recobró un espíritu, dejado como jirones dispersos en el camino a lo largo de tantos años.

Entraba a la casa de su niñez. Había recobrado su Paraíso.


Tres poemas nada laborales


A veces los sueños

se caen de la cama

aparatosamente.


Despertamos entonces

sobresaltados

por el estrépito,

de un desplome

de animal herido.


Aparecemos

súbitamente,

azorados,

con sangre en las manos,

en nuestra vigilia

eterna,

en este universo

de ilusiones moribundas.


Los sueños en el suelo

agonizan lentamente,

fuera de su mundo

de agua onírica.


Se quiebran los espejos,

fraccionan

en miles de pequeñas

imágenes

la ya endeble memoria

de lo no acontecido,

de lo posible.


Los sueños

duran poco,

tanto como toda

la vida.


De Instantáneos



Risa estridente

de gordura obscena

Canción lastimera

radial

desplegándose como bicicleta

Ventilador asperjante

de calor líquido

Gaceta

Hípica

Municipal

Oficina pública

De quejas compartidas

De nada triturada

De espera del día de la aniquilación


De Vísceras Públicas



En algunos momentos

se apaga la luz interior

y si

reviso las páginas escritas

nada encuentro.


Más le valdrían estar blancas,

me digo.

Servirían a otro destino.

Construir aviones de papel,

tal vez.


Dobladas en mil formas

ostentarían la poesía del Origami.


Manchadas de mi torpeza

pueden volar

sólo al abismo

de la pesadilla.


Nada veo

sino una

plana hoja rellena de palabras,

ahíta del deseo expresivo,

gritando en la oscuridad

de una pesadilla.


Pero siempre amanece

a otro sueño

donde creo

que mis sentimientos hechos verbo

sirven para algo.


Como construir aviones

de papel

que vuelen alto

y caen en picada

hasta el atento ojo del lector.


De El Paso de la Serpiente