domingo, 30 de mayo de 2010

Entre decisiones, fantasmas y tiempos escurridizos



La Lluvia de Hojas hoy nos trae un repertorio clásico. Una cantidad de reflexiones sobre múltiples aspectos de nuestra cotidianidad. Así en un primer texto se plantea al lector el poder de una decisión. Es un simple postulado, la escogencia siempre la tendrá el paciente lector.

En un segundo texto que nos cae hoy viene un relato. La búsqueda de un fantasma extraviado en una casa grande y vieja, nos lleva a reflexionar sobre la vida, más que sobre su inevitable término.

Tres poemas terminan este número de hoy, haciéndose compañía, revisitando el problema sempiterno del tiempo, las raíces y la identidad del ser humano. Las palabras nos guían planteando dilemas. Las palabras de quien lea le llevarán a conclusiones.

Que la Lluvia sea propicia al lector para el pensamiento y el sentimiento oportuno.


Decisiones



El destino del ser humano parece depender de muchas circunstancias. No todas lucen a su alcance. Pero algunas son fruto de sus propias acciones. De sus decisiones.

Una decisión puede marcar una vida en un sentido o en otro. Es el momento exacto donde puede el individuo escoger su camino en una bifurcación o en un enorme cruce de múltiples vías. En ese instante está construyendo el futuro, su futuro e incluso contribuyendo al de otros seres.

A veces no sabemos si nuestra decisión es la apropiada sino mucho después que caminamos en esa vía. Pero al final siempre nos damos cuenta. Podemos equivocarnos y rectificar.

Una decisión puede ser la apropiada si conduce al ser humano hacia la realización y la felicidad. O puede ser equivocada y llevar al humano hasta las puertas del infierno, pero desde adentro del infierno mismo y devolverlo nuevamente hasta ese centro, a ese estado de sufrimiento, donde se encontraba.

Una decisión equivocada se reconoce por sus resultados vitales o, mejor dicho, mortales. En ocasiones los individuos sostienen sus decisiones erradas durante toda su vida. Creen firmemente que les es imposible escoger otra opción. Los cerca el temor.

Pero a vida es opción, una constante elección entre alternativas. Estamos inmersos diariamente en la selección de múltiples preferencias. Pequeñas y mayores. Nuestra existencia termina siendo el resultado de esas escogencias. Podemos cambiar de opción en la vida. Salvo en algunos casos extremos. Cuando únicamente el resultado es la muerte. Y aún así hay posibilidades.

El mantener decisiones equivocadas sobre nuestra vida es sostener una mentira. Y toda mentira es un parapeto que termina derrumbándose. Junto a ella quien la sostuvo o quien se sostuvo sobre ella.

La vida es riesgo, muchas veces, riesgo de cambio en nuestras decisiones. Riesgo de cambio de vida. Pero siempre hay oportunidades. Nadie puede afirmar que estos cambios sean fáciles. Pero son los únicos que nos garantizarán una existencia plena como seres humanos.


Fantasma extraviado 1



Cuando compró la casa que decían habitaba un fantasma, nunca supo la sorpresa que le daría un simple espejo en el desván.

Era una vieja villa, de esas construidas a finales del siglo XIX o principios del XX, a las riberas del río que atravesaba el entonces apacible valle, entre árboles en una urbanización nueva llamada El Paraíso por su pretensión idílica de constituir un remanso de paz recobrado, para la gente acomodada de una ciudad que se les hacía pequeña y vulgar.

Ahora, en esta época de bulla constante, de humo y vejaciones a la más remota calma nocturna, creyó que lo del fantasma era una simple conseja antigua, una forma de bajar el precio a la mansión o de engordarla para que un edificio tomara posesión de su espacio inmisericordemente, sin temores ni recuerdos de nada.

La villa en cuestión, de un estilo híbrido, entre afrancesado y georgiano, tenía siete habitaciones, tres salas, un gran salón con araña de cristal de roca, una biblioteca que alguna vez habitaron viejas enciclopedias, degustadas ya por la polilla, una cocina amplia, dos comedores, habitaciones para el servicio, baños suficientes, algunos modernizados y otros remodelados en el camino del tiempo y un oscuro desván donde las horas se detenían entre las telarañas y los objetos guardados por lástima para su posterior desguace en el camión de los desechos.

Los jardines necesitaban el cuidado de antaño. Las yerbas empezaban a poseerlo lúbricamente. El gazebo del posterior apenas se sostenía en sus delgadas y carcomidas columnas de madera y la fuente del anterior era un pozo de aguas verdes sin fondo preciso, perfecta para que habitasen monstruos o, simplemente, bacterias diversas.

El trabajo que se le imponía para restaurar la casa era titánico. Así que decidió tomar con calma la labor. Él mismo arreglaba una cosa hoy y otra al día siguiente. Sin apuro. Nadie lo esperaba. Al fin y al cabo era un hombre solitario de mediana edad –de la que no quería acordarse– con medios suficientes para no hacer otra cosa sino preparar su futuro retiro. Ya sus rentas trabajaban duro por él. No se creía aún retirado porque se ocupaba de ciertas actividades personalmente. Esta supervisión de su nuevo hogar era la que invadía ahora todo su espacio.

A pesar de que era una casa antigua, nueva para él, imaginaba que allí había vivido toda su vida. Sus pasillos se le hicieron familiares y los retratos con la que los pobló, descendidos del espacio de los recuerdos, del desván, constituyeron una parentela inventada que le estimulaba la imaginación.

Poco a poco, tal vez pasaron meses, no sabía, fue tomando posesión absoluta de su hogar. Llegó a conocer pasadizos secretos que unían estancias e incluso salían al exterior por disimuladas puertas. Día y noche trajinaba en ella, arreglando objetos, devolviendo perdidos enseres al espacio natural que ocuparon alguna vez, moviendo muebles hasta la sombra de sus sitios de siempre, dedicándose a conservar los detalles que hicieron de esa villa un lugar de distinción, de clase. En sus recorridos nunca encontró al desdichado fantasma que decían la habitaba.

El inusual espacio del desván fue adquiriendo tamaño, mientras sus objetos se mudaban de nuevo a los lugares de su pasado. Allí encontró retratos, jarrones, cubertería, muebles y cortinajes e incluso algunas viejas armas. Un Colt .45, con una caja de municiones y un rifle Remington, aún cargado, le llamaron la atención sobremanera. Eran piezas de colección, pero a la vez constituían pedazos de recuerdos ajenos que no terminaban de acoplarse. Prefirió, dejarlas ocultas allí, no exponerlas a la visión de nadie. Aunque él no recibía visitas, mejor prevenía la codicia de cualquier posibilidad. Y el fantasma que nunca aparecía no iba a llevárselas de allí tampoco.

Hacia comienzos de la estación lluviosa, cuando los relámpagos iluminaban los aposentos, las amplias salas y todo el sitio con su espectral luz, empezó a ver algunas sombras inquietantes merodeando los ventanales. Con cautela, iba a investigar, pero fugaces desaparecían ante su presencia. Creyó que eran indigentes lanzados a la aventura de aposentarse momentáneamente ante la inclemencia del tiempo. Debía tomar correctivos de seguridad en los muros de la mansión.

Constató, de día, que las altas murallas no permitían el paso a los intrusos y que la valla electrificada que la coronaba era todo un desaliento para las visitas inoportunas. Pero era innegable que había visto las sombras. Tal vez el fantasma, pensó.

La siguiente noche de tormenta, las sombras volvieron a acosarlo. Ahora eran más abundantes. Efímeras, pero copiosas como la lluvia. Así que, luego de constatar que el sistema eléctrico no funcionaba, subió al desván con una palmatoria encendida. Lo hizo con sumo cuidado. Allí se pertrechó con ambas armas. En algún momento dudó que los cartuchos pudieran estar operativos. Pero su presencia sería un elemento que pudiera hacer desistir de sus intenciones a cualquier intruso. Además, recordó que en una ocasión había accionado el Colt y el ruido fue tal que estremeció sus tímpanos al igual que la cristalería del sitio. Así que esas sombras, si tenían corporeidad, iban a sufrir al menos un gran susto. Se terció la Remington y se metió el Colt en la cintura. Casi de salida sin un impulso convincente, revisó, a la luz mortecina de la vela, unas viejas postales, colocadas en una caja de madera, venidas de diversas partes del mundo, dando tiempo, tal vez, a que las sombras abandonasen el lugar o se atreviesen a penetrar la casa por alguna puerta o ventana. Aguardó. Pero abajo la danza de celajes oscuros seguía impávido. Al salir, casi en las escalera de bajada, detrás de la puerta –sería por eso que no lo había notado– vio un gran marco tapado por una enorme tela polvorienta, un objeto que no había revisado en sus múltiples visitas al desván. Su curiosidad o su temor por las sombras lo detuvo ante lo que parecía, por su contorno, un gran espejo de sala y de un solo movimiento lo despojó de su ropaje de años. Allí estaba, comprobó, la enorme superficie azogada, apenas iluminada por la luz de la vela que no llegaba a alumbrar sino lo más inmediato del recinto. Sólo la llama del cirio permanecía flotando en un espacio sombrío. Su propio reflejo estaba ausente. Se había perdido, seguramente, hacía demasiado tiempo para recordarlo.


Tres poemas que se hacen compañía



Vas contra reloj
mas nunca
contra el tiempo
sobre el que cabalgas
hasta el sitio
de los sueños.


Huyes de la medida
pero el lapso
se estira a tu favor.
Permite que llegues
hasta la realización
de tus deseos.


Desarma las piezas
del cronómetro
que te controla.
Una a una espárcelas
en los surcos
de tu memoria.


Nacerán recuerdos nuevos
en primavera
y recogerás en estío
una cosecha de vida
sin premuras
ni sobresaltos.

De Instantáneos


Volver a mis raíces

ha sido enterrarme

en una profunda

agonía.


Volver a mis raíces

ha sido encontrar

el dolor

del inframundo.


En el subsuelo

vago,

tratando de encontrar

la luz y el aire

de una superficie

más profunda

que este deplorable sitio.

De En el inicio de la vida


Ya no seré nadie

Solo otro ser que pasa

Huella borrada por el aliento de quien me sigue


No hay otro tiempo

Para rehacer la ausencia

Sólo el ahora eterno


No hay modo de ser otro

Sino este

Imperfecto humano

Es decir

un perfecto humano

cualquiera

De El Paso de la Serpiente