Siguen volando hasta la mirada del lector hojas sueltas que traen reflexiones sobre la vida. El dispensador de las Hojas de Lluvia se permite, en esta oportunidad, reflexionar sobre su cumpleaños. No es una banalidad, como pudiera pensarse, sino un acto de reimpulso de su vida.
Como su destino es el del escritor, un relato inusual sobre un tema tópico continúa la Lluvia de Hojas. La página en blanco se explica a sí misma. Tal vez lo logre en algún momento.
Prosigue esta Lluvia en el polvo del camino andado, trayendo tres textos poéticos que también reflexionan sobre el sentido del tiempo, la vida, la oportunidad y otros recodos punzantes del paso del humano sobre la tierra.
Tierra suelta es esta lluvia. Polvo que desea meterse en el pensamiento y la emotividad del lector. Pero para refrescarlo de sus cotidianos afanes.
Los cumpleaños son celebraciones que terminan resultando extrañas. Se festeja llegar a cumplir un año más de vida. Ello, por sí mismo, es una proeza poco encomiable en lo que a nosotros respecta. No depende exclusivamente de nuestros designios. Hay tantas circunstancias que nos ayudan a ese feliz o infeliz término que poco es lo que nosotros podemos atribuirnos de ello. Tan solo la voluntad de vivir de una manera digna para uno mismo y los demás. Igualmente, en muchas ocasiones, no sabemos si cumplir un año más es realmente un beneficio o un castigo. Cumplir un año también es acercarse al fin. O sacar cuentas de una experiencia que tal vez no nos sirva directamente a nosotros mismos. Entonces ¿por qué celebramos? Para tratar de contestar esto y otras cosas, dejaré de hablar generalidades y me referiré a mi propia experiencia.
La fecha de mi cumpleaños es el cierre de un ciclo que tuvo muchos altibajos. La vida me presionó en una cantidad de puntos sobre este traje y esta existencia, que a veces, de tan incómodo que me sentía, no supe si podría llegar indemne a este término. No porque la salud no me lo permitiera. Siempre soy optimista en términos de salud. Sino por la enorme cantidad de circunstancias que se embotellan en lo que llamaremos el ánimo, en este lapso de tiempo, embotellamiento emocional que hace que parezca que todo va a estallar de un momento a otro.
Cumplido pues ese ciclo, un ciclo de grandes cambios, tras grandes conflictos, aunque muchos de ellos no sean perceptibles a simple vista, comienza otra etapa. Todo cambio es un nacimiento. Todo regreso al mundo genera dolor. Por eso, estas fechas cercanas a mi nuevo nacimiento son fechas dolorosas, aunque me rodee de la máxima felicidad.
Muy a menudo la convención social nos dicta la pauta de la celebración para hacer menos punzante ese punto en el que dejamos atras algo y comenzamos otro período de nuestra vida. La celebración nos distrae, nos apacigua la ansiedad, nos da ciertas alegrías efímeras. Todas muy limitadas, en realidad, puesto que lo que se nos viene encima es lo desconocido. Y ante ello siempre cabe, al menos, un desasosiego.
No todos los años son de grandes cambios. A veces nuestra vida transcurre plácida entre una y otra fecha, sin otras preocupaciones que las que nos presenta la cotidianidad. Pero las grandes crisis existen. Los momentos en los que uno se pregunta sobre la vida y ella trae como respuesta una oportunidad de transformación. Allí es donde me encuentro.
Han sido varios años en los que me he acercado paulatinamente hasta este punto. Gradualmente las circunstancias fueron haciendo más difíciles las situaciones cotidianas. Cambié de vivienda, cambié de vida, todo se hizo más arduo, hasta que me toca decidir un profundo cambio en mi existencia.
De hecho ya ese cambio está decidido. Quien nace hoy es alguien que se construyó con las piedras del ayer pero totalmente redispuestas. Quien despierta a la vida en esta mañana es alguien decidido a ser feliz. Para ello no he de luchar como un cruzado. Simplemente aprovecharé las señales y las oportunidades que me va dando la vida. Las aprovecharé con humildad y decisión.
No hay otra posibilidad. Si dejo pasar esos indicios de buenos augurios, si dejo ir la felicidad, ella se alejará definitivamente de mi vida. No sé entonces si tendré tiempo de esperarla a que cumpla su elíptico ciclo y regrese. No al menos en esta existencia.
Tendré que correr el riesgo de pasar por egoísta, procurándome la felicidad que me he negado en mucho tiempo, bien sea por convenciones sociales, por compromisos, por afectos, por cualquier excusa. Pero la felicidad vale la pena de aceptar el reto y vivir plenamente en ese intento. De vivir enteramente en el amor.
El escritor se enfrentó al dilema más tópico de su oficio, la página en blanco. Allí se trabó en serias disquisiciones. Estuvo días enteros viéndola. La miraba de soslayo, en ocasiones. En otras oportunidades la veía fijamente a los ojos, como si la superficie blanca fuese un solo ojo ciego homérico y sabio. Ante ella comía. Bebía abundantes tazas de café y algunos tragos de whiskey. Fumaba incontables cigarrillos. La página, a pesar de todo seguía en blanco.
Tras cuarenta días y cuarenta noches de bloqueo, el escritor estuvo a punto de romperla. Ya incluso no era una página en blanco. Tenía rastros amarillos, de humo y café. Y tal vez de comidas hechas en su presencia. Pero ante el impulso destructivo, un ángel detuvo su mano.
No se planteó entonces que él debía llenar la página con las ideas que provenían de su mente o de su cerebro o de donde estuviera el pensamiento y los sentimientos. Ya a estas alturas eso noimportaba. Era la página misma la que debía dictarle su historia. Para llenarla con sus propios recuerdos.
En ella vio un bosque de eucaliptos, casi a punto de ser devorado por las llamas de una sequía abrasadora. Y encontró que la lluvia había salvado esa cultivada floresta. Miró entonces cómo los leñadores hicieron el trabajo que el fuego no pudo y cómo un gran troncó cambiaba su erecta posición por una horizontalidad en pocos segundos.
Despertó entonces para volver a dormitar y una gran masa se revolvía en enormes cubetas. Una blanca nube cubrió la memoria para que del otro lado salieran finas láminas húmedas de papel.Solo después de un tiempo tuvo la sensación de estar apretujado entre cientos de otras páginas en blanco, rumbo a lo desconocido.
Al poco tiempo despertó en un aparato. Pasó por un sitio caliente y salió ennegrecida. Escuchó que había salido mal la fotocopia. Y en segundos la arrugaron y echaron en un cesto de basura. De allí la sacó alguien cuidadosamente y la puso con miles de otras hojas desechadas. De vuelta a la fábrica se repitió el proceso de su descomposición en una masa blancuzca y su estiramiento hasta estar en otra resma de hojas como ella.
Despertó de nuevo en esa casa, ante ese hombre que solo la miraba con ansiedad. Y que tuvo en un momento el impulso destructivo, evitado por un ángel de papel. Así que decidió recordar su corta y triste historia y sus memorias aparecieron sobre ella.