domingo, 29 de agosto de 2010

Entre la conciencia, fantasmas y soledades



La Lluvia de Hojas de hoy es heterogénea y hasta heterodoxa. Sus textos abordan temas diversos, son gritos en pisos diferentes de una construcción. Cada uno en un tono y con una intención. Uno es un llamado, el otro un lamento o un recuerdo, los otros una polifonía de soledades.

Nos cae primero con una reflexión muy particular, específica, de una realidad urbana contemporánea para hacernos caer en cuenta que la conciencia social es un hecho individual procedente de un valor.

Luego, un relato sobre un fantasma extraviado, continúa la serie de seres sobrenaturales que han venido desfilando por este mundo virtual.

Y finalmente, como siempre, tres poemas solitarios, más porque cada uno de ellos es una pequeña isla, que porque reflejen soledades, finalizan la Lluvia de hoy.

Mi deseo, también esta vez, es que el lector se refresque con este paseo de lecturas.


Conciencia social individual



Es extraño el comportamiento humano. Por más que uno quiera comprenderlo enteramente siempre tiene vericuetos por donde se escapa al entendimiento. La socialización tiene un cariz sumamente ambiguo. Obedece a ciertas normas muy bien descritas, incluso escritas pormenorizadamente, pero que a la vez se tienen como retos a ser burlados. Pareciera que la norma no fuese hecha sino para el otro y no para uno.

Vamos a una observación simple, antes de generalizar sobre ese problema de la normativa y su cumplimiento. Al relato de algunos hechos. En el Metro de Caracas, por ejemplo, hay una zona de asientos azules preferenciales. La norma reza que es para personas de la tercera edad, discapacitados y mujeres embarazadas. Aparte de ser una mínima cantidad de puestos en los vagones extremos, el hecho sería loable en cuanto a un señalamiento concreto de una conducta a seguir, de ceder los puestos a personas que los necesiten más que otras.

Pero los puestos azules entrañan una diaria discusión en los vagones donde existen. Una disputa permanente. Porque no siempre las discapacidades se notan a simple vista. Eso da pie a altercados e incluso peleas que tienen que dilucidar presurosos empleados de seguridad del sistema de transporte.

Más allá de que la norma fue creada para dar oportunidades y crear cierta conciencia, parece que se convierte en una estrecha forma de cumplimiento. En los otros vagones, salvo honrosas excepciones, es difícil que se le brinde un asiento a alguien con evidente necesidad. Algunos individuos son incluso capaces de indicarles a esas personas que deben ir a los vagones de asientos preferenciales. Las normas estrechan la conducta muchas veces.

En otras oportunidades pueden ensancharla. Pero siempre dependerá de la actitud de cada individuo. Quien cede su puesto en una zona no preferencial, lo hará porque tiene conciencia de la necesidad de esa otra persona o porque se coloca en el lugar del otro. Ese individuo no necesita que existan los puestos azules para ejercer lo que es un valor social.

Quien no está dispuesto a ceder su puesto porque dice que él pagó su boleto, por el contrario, no lo hará bajo ninguna circunstancia, sino por la fuerza, tal vez la fuerza de la opinión generalizada. Pero sólo en algunos casos. A veces sólo por la fuerza pública.

Las normas en numerosos casos solo se cumplen bajo presión del colectivo o de la autoridad y en pocos casos por conciencia del individuo. Llegar a esa conciencia es lo importante para sobrevivir y desarrollarse en sociedad.

Si creáramos un tren de puros asientos azules, ¿qué pasaría? Sería interesante verlo, pues nos diría que todos los asientos son preferenciales, son para quien los necesita realmente. Y nos diría, lo que es más importante, que está en la voluntad de cada quien hacer de la norma una conciencia social viva.


Fantasma extraviado 5



El fantasma esa noche soñó. Soñó que era una persona normal, viva, de carne y hueso y no de estas oquedades y transluminiscencias fosforescentes, como solía designar su aspecto al verse en espejos imaginarios.

Soñó que caminaba por una concurrida calle de la ciudad, bien trajeado, erguido y no con el peso de la muerte encima, feliz de respirar de nuevo. Se sintió bien, contento. Aspiró su propio aroma, de agua de colonia fresca y también el smog y los efluvios de la gente en una gama de múltiples percepciones olfativas, como nunca antes recordaba en su etapa fantasmal. Vio en el brillo de la mañana los cúmulos de nubes radiantes y gordas y recordó su niñez en la que imaginaba formas en esos fulgores de vapor.

Saludaba a todo el que se encontraba, con gran amabilidad, escuchando su propia voz de fuente nueva y no aquel eco sordo de oscuridades en lo que se había convertido su gemido simbólico que alguna vez fue lenguaje. No le importaba que la respuesta fuese el silencio, la extrañeza o el gesto ácido del ciudadano amargado por la rutina.

No quería salir de allí, detallando formas, saboreando sazones en comidas callejeras y en restaurantes de gran clase, tocando las paredes, los vehículos, los perros callejeros. Degustaba el roce de quien se le atravesaba, mirando los ojos de bellas mujeres para adivinar en ellos sus cuitas, alegrías y esperanzas. Acariciaba las cabezas de los niños en el parque y se miraba sus propias manos gozosas ante aquella oportunidad.

Así llegó a la noche y la apreció en toda su belleza de luces que paulatinamente se encendían con cansancio, con premura, con tranquilidad. Millones de focos en el firmamento y en la ciudad. Luces de colores y aromas de la nocturnidad lo invadieron cuando llegó a lo que creyó su casa.

Allí su mujer le acompañó en una charla sobre el día, sobre las cotidianidades, sobre el mañana. La tristeza le invadió.

Se acostó e hizo el amor con su mujer sintiendo las plenitudes que el tiempo había borrado. Y en el filo entre la felicidad y la melancolía quedó dormido.

El fantasma esa noche soñó.


Tres poemas solitarios


La sutil línea

que separa

una estupidez de otra

esta hecha de piedras sueltas.

Con ellas tropezamos

Nos entran en los zapatos

Nos molestan en la vía

Retrasan nuestro paso.


Estaba allí esa línea

de piedras pulidas algunas

y otras brutas

para indicarnos

que cada acto insensato

tiene su evento vecino

más mentecato que él.


Pero solo tropezamos

sin ver que las piedras

nos hablan a gritos

para advertirnos

que ahora nuestro paso

estará turbado

por esa pequeña conciencia

del escrúpulo.

De Instantáneos



La emoción

es un animal acechante

en los recodos de la mente,

en los intersticios del alma,

en las vueltas de nuestro cuerpo,

especialmente del corazón,

se agazapa.


Ofrece maravillas

en su circo ambulante

Atrae a una carpa oscura

a más de un incauto

le señala trucos

que no comprende

y lo deja ir triste

solitario

y vacío.


La emoción

transforma a su víctima

en un animal errante

que carga con sus vicios

hasta el fin del mundo,

sin aligerar esa carga

que lo retrasa

porque la cree

valioso equipaje

De En el Inicio de la vida



Ya no seré nadie

Solo otro ser que pasa

Huella borrada por el aliento de quien me sigue

No hay otro tiempo

Para rehacer la ausencia

Sólo el ahora eterno

No hay modo de ser otro

Sino este

Imperfecto humano

Es decir

un perfecto humano

cualquiera