Escribir es una forma de supervivencia a través de un objeto incorpóreo. Pareciera una real y fatal estupidez esta pretensión. Pero es lo que hacemos cuando lanzamos en una página virtual o de papel un grupo de palabras organizadas de tal forma que luzcan como extensión de nuestro pensamiento. Apenas como una extensión y nunca como el pensamiento mismo.
Damos autonomía a las palabras formuladas por aquí. Toman su propia corporeidad. Mantienen su existencia particular ya fuera de nosotros. Podemos desaparecer, olvidarnos y ellas permanecen en esta nube de la posibilidad.
Si lo que escribimos es un relato, el fenómeno adquiere visos más interesantes. El personaje toma vida y puede persistir en su subsistencia durante tiempo indefinido. Vuelve a nacer y a realizar sus hazañas o sus desafueros. Nada aprende, todo lo repite. Pero el lector penetra en su mundo y se adueña de su quehacer, lo hace suyo y empieza a formar parte de la vida de otro. El personaje se nutre de la vida de los lectores.
El narrador una vez concluido su propósito puede descansar como un pequeño dios, parafraseando la famosa frase de Huidobro sobre la poesía, olvidándose de su obra, dejándola a su arbitrio que no es sino repetirse infinitamente a merced de los piadosos lectores.
El narrador vive por su obra sin ser su obra. Pero, en cierta forma o en forma muy cierta, allí expresa su existencia. Por más que intente librarse del lazo que lo une a su escritura, a sus personajes y acciones, se proyecta a través de ellos. Aún cuando lo que escriba sea el reflejo pálido de una historia escuchada, de un relato antiguo leído en otros labios, de unos restos de palabras vistas en hojas carcomidas por el tiempo, siempre, al escribirlo va a plasmar su propia vida, su propia visión, su entendimiento, sentimiento y voluntad. El relato va a develar la vida del narrador de una u otra manera.
No todo lo que escribe un narrador es autobiográfico. A veces casi nada lo es. Pero todo lo que pone en papel o en formato visible será siempre su ejercicio de ser. Su manera de desenvolverse. Aunque tome el disfraz del personaje. La voz prestada de los sueños, las poses de otros reflejos o la transparencia de los fantasmas, siempre será su obra, llevará sus genes de pensamiento, el ADN de su forma de escribir.
Tal vez se pueda clonar al escritor. La falsificación y el plagio son viejas costumbres mefíticas, enrarecen la sustancia donde toma existencia la escritura. Pero nunca esos cuerpos vacíos de alma propia, sustituirán a la esencia del escritor realmente.
Porque escribir es un oficio de persistencia donde exhibimos nuestro ser único a través de la carne de la palabra.