domingo, 8 de agosto de 2010

La palabra, el silencio y un fantasma.



La Lluvia de Hojas de hoy viene densa, mas no en oscuridades como las negras nubes que anuncian tormenta. Es como agua clara que empapa. De alguna manera nos afecta, refrescándonos es la mejor forma de hacerlo, más que resfriándonos. Es una lluvia sobre las palabras, de palabras.

En el primer texto, tal vez siguiendo los fragmentos reflexivos anteriores, se revisa esa particular conexión entre el escritor y su obra. En este caso específico el narrador y su creación. Una relación extraña para algunos, en la que el uno se refleja en la otra, pero a la vez autonomiza a la obra. El lector completará las reflexiones que esto pueda traer.

Un relato sobre un fantasma, también extraviado como otros que erraron por estas páginas, continúa la Lluvia de hoy. El espectro de hoy busca, en cierta forma, la misma corporeidad que desea el escritor al plasmar su obra en palabras.

Tres poemas, como siempre, sobre el silencio y la palabra, cierran esta Lluvia, para que al lector le sea de agrado y provecho.

El relato como extensión de la vida



Escribir es una forma de supervivencia a través de un objeto incorpóreo. Pareciera una real y fatal estupidez esta pretensión. Pero es lo que hacemos cuando lanzamos en una página virtual o de papel un grupo de palabras organizadas de tal forma que luzcan como extensión de nuestro pensamiento. Apenas como una extensión y nunca como el pensamiento mismo.

Damos autonomía a las palabras formuladas por aquí. Toman su propia corporeidad. Mantienen su existencia particular ya fuera de nosotros. Podemos desaparecer, olvidarnos y ellas permanecen en esta nube de la posibilidad.

Si lo que escribimos es un relato, el fenómeno adquiere visos más interesantes. El personaje toma vida y puede persistir en su subsistencia durante tiempo indefinido. Vuelve a nacer y a realizar sus hazañas o sus desafueros. Nada aprende, todo lo repite. Pero el lector penetra en su mundo y se adueña de su quehacer, lo hace suyo y empieza a formar parte de la vida de otro. El personaje se nutre de la vida de los lectores.

El narrador una vez concluido su propósito puede descansar como un pequeño dios, parafraseando la famosa frase de Huidobro sobre la poesía, olvidándose de su obra, dejándola a su arbitrio que no es sino repetirse infinitamente a merced de los piadosos lectores.

El narrador vive por su obra sin ser su obra. Pero, en cierta forma o en forma muy cierta, allí expresa su existencia. Por más que intente librarse del lazo que lo une a su escritura, a sus personajes y acciones, se proyecta a través de ellos. Aún cuando lo que escriba sea el reflejo pálido de una historia escuchada, de un relato antiguo leído en otros labios, de unos restos de palabras vistas en hojas carcomidas por el tiempo, siempre, al escribirlo va a plasmar su propia vida, su propia visión, su entendimiento, sentimiento y voluntad. El relato va a develar la vida del narrador de una u otra manera.

No todo lo que escribe un narrador es autobiográfico. A veces casi nada lo es. Pero todo lo que pone en papel o en formato visible será siempre su ejercicio de ser. Su manera de desenvolverse. Aunque tome el disfraz del personaje. La voz prestada de los sueños, las poses de otros reflejos o la transparencia de los fantasmas, siempre será su obra, llevará sus genes de pensamiento, el ADN de su forma de escribir.

Tal vez se pueda clonar al escritor. La falsificación y el plagio son viejas costumbres mefíticas, enrarecen la sustancia donde toma existencia la escritura. Pero nunca esos cuerpos vacíos de alma propia, sustituirán a la esencia del escritor realmente.

Porque escribir es un oficio de persistencia donde exhibimos nuestro ser único a través de la carne de la palabra.

Fantasma extraviado 4



Un fantasma vagaba por el cementerio municipal al atardecer. A esa hora de las sombras largas, cuando los pocos visitantes vivos abandonan el lugar de aparente reposo de los difuntos o de sus huesos y cenizas, melancólico paseaba el etéreo ente, mirando las tumbas entretenido, mientras buscaba una que no sabía a ciencia cierta de quien podría ser. Mientras tanto, pensaba en el triste espectáculo, no de esos despojos enterrados sino de la consideración que le tienen los vivos a esa nada, un mayor respeto que el que tienen en los centros de salud, donde atormentan a los enfermos con largas conversaciones que los irritan hasta el cansancio pero nunca con el sueño, hasta la agonía pero nunca la muerte. Preocupaciones sociales las del fantasma.

Tras peinar poco a poco el camposanto –estaba plagado de cruces y estatuas de mármol de ángeles y beatos en poses extáticas– creyó reconocer en una lápida un nombre. Acercó bien sus incorpóreos ojos hasta un extremo cercano a lo ridículo, incluso para un fantasma, para leer bien su propio nombre. Aquella comprobación lo llenó de terror. Sus temores antiguos se veían justificados, al patentizar, finalmente, sus sospechas de que era un espectro cabalgando entre el mundo de la muerte y el de los vivos.

Se sentó, entonces, con las últimas luces de la tarde y las primeras de la noche, junto a un fornido ángel que sostenía la trompeta que tocaría en el día del juicio final. Le hizo varias preguntas a esa piedra fría. Pero el silencio de la noche advenediza fue la respuesta.

Pensó entonces en lo que iba a hacer con su vida de muerto.

Desde entonces, para entretener sus largas jornadas que recorrerían la infinita secreción del tiempo, se dedicaría a escribir. Eso es solo una expresión elegante de decir las cosas, porque al no poder asir instrumento alguno en sus transparentes manos, el fantasma me ha dictado palabra por palabra estas breves memorias de su aburrida vida en territorios de la muerte.

Tres poemas de silencios y palabras



Solo el silencio

habla

con poderosa voz

de insondable belleza.

Es

el suspiro de la nada

la respiración de los espacios

vacíos

habitados por ocultas sombras,

posibilidades inmanifestadas.


Ante ese sobrecogedor sonido

que se viste

con las galas más vistosas

de la ausencia,

inaudible

para los oídos necios,

la palabra calla.

Solo instantes,

porque inflamada por la esencia

de su magnética plenitud

lanza sus rupturas

de velo nocturno

crepitando al viento,

sus gritos

de ave migratoria en viaje

programado e incierto,

sus llamadas

de animal en celo

ante la obligante premura

de la fecundación.


Pero un soplo es la palabra

ante el silencio aplastante

del vacío universo.

Ante la contundencia

de tu mirada.

Ante el paso seguro e incierto

de la hormiga.


La palabra

es

aspiración

del silencio.

De Instantáneos


Me seguiré haciendo preguntas

Que no responderá

mi razón

Me seguiré haciendo preguntas

Que mis sentimientos

no develarán

Me seguiré haciendo preguntas

Que sólo

contestará

el silencio

De El paso de la serpiente



Penetro en la lluvia

que es el silencio

Gotas insonoras

caen despacio

y se cuelan en mi sensibilidad

para captar lo grande y lo pequeño

o lo pequeño y lo grande

sin distingo


Puedo escuchar el trote

desordenado de las hormigas

Las motas de polvo

que caen en el agua

Los sorbos de la araña

Cuando bebe a su presa


Pero también

el suave abrir y cerrar

de unos ojos enamorados

Un sonoro beso en la distancia

Dos corazones

que laten con premura

al unísono

en la sinfonía del amor

De En el inicio de la vida