domingo, 13 de junio de 2010

Entre Señales, infancia, luces y otros destellos



La Lluvia de hojas de hoy nos trae si no una multitud al menos una muestra de gotas diversas. Una reflexión sobre las señales que van marcando el rumbo de nuestra vida, abre el torrente, pequeño si se compara a los efectos que dichas indicaciones casi invisibles tienen en el ser humano. Comprobar la existencia de un rumbo no azaroso en la existencia será el resultado de la reflexión de algún lector.

Un relato de infancia continúa la Lluvia de hoy. El niño de la casa va a una importante visita donde descubre prematuramente los prejuicios como una forma de discriminación pero también el valor del amor y la fraternidad como luces que vencen todo obstáculo.

Tres poemas, como siempre, dan cuenta de diversos temas que intentan impresionar el sentimiento y la razón del lector. La luz, el humo y el vacío son sus palabras iniciales y marcan el rumbo de su desarrollo verbal y anímico.

Ojalá refresque esta Lluvia al lector siempre atento.

Encuentro con las señales en tu vida



Con toda seguridad te has encontrado en tu vida con señales que te anunciaban que debías seguir determinado rumbo. Algunas veces has hecho caso a las señales. En otras oportunidades las has desdeñado. Y las consecuencias de una y otra conducta te han hecho reflexionar. Si hubiese hecho caso, habrás exclamado alguna vez, cuando ya no es posible tomar en cuenta la señal de advertencia que encontraste. O tal vez agradeces el haberte dado cuenta, en un instante, lo que debías hacer en un momento dado. Ese segundo marcó una diferencia entre el éxito y el fracaso.

Un solo instante establece la diferencia entre una decisión acertada y un error. Un instante donde actúas de una forma determinada o dejas de actuar. Un instante donde sintetizas toda tu experiencia anterior en función de una posibilidad de éxito.

Cada vez que te encuentras en una dificultad y quieres saber cómo actuar, aparecen las señales indicadoras del camino. Debes entonces escoger el sentido adecuado. Y actuar en consonancia, sin temor a la equivocación, con la confianza suficiente para saber que, en este momento, la opción que escoges es la mejor. En ese instante estás ante la presencia de las señales que te guían a través del camino de tu propia vida. Un camino por hacer.

A veces las señales son apenas perceptibles. Una corazonada, ese sentimiento extraño que muchas veces desechas, un indicio que aparenta ser una casualidad, una palabra oportuna de alguien o un recuerdo tuyo. De alguna manera la señal se presenta para guiarte hacia un acierto.

De igual manera, al hacer caso omiso a una advertencia de tu propio ser interior o al desdeñar por terquedad o desestimar una señal exterior de que no debías avanzar por cierto camino, te das cuenta de la singular importancia de esas señales que se atraviesan. Y te das cuenta de ello por las inevitables consecuencias que ese descuido te trae.

Parece que las señales tuvieran una intención siempre positiva. Y cuando te das cuenta de ello estás dispuesto a respetarlas en una siguiente oportunidad. Si la hay.

Las señales en la vía de nuestra existencia no se dan por casualidad sino por
causalidad. Obedecen a la intención de tu ser interior de llevarte hacia el
progreso en la vida. Si te mantienes atento lograrás percibirlas y tomarlas en cuenta. Así ellas se tornarán más luminosas más audibles, más tangibles. Si por el contrario te tornas ciego, sordo o insensible a las señales, ellas parecen desaparecer. Pero, para tu alivio, ellas continúan latentes, esperando que de nuevo las descubras en toda su importancia, en toda su realidad.

Paseo a un exilio cercano


La casa es un universo para explorar. Un universo gris y tenebroso. El niño ha visto algunas calaveras en viejos arcones y huesos de verdaderos muertos en escaparates que nadie se atreve a abrir. Sólo él, en sus juegos de soledad.

Cualquier salida al espacio exterior, entonces, el niño la celebra como un descanso de su destino de explorador o misionero en el laberinto de la casa. Aunque discierne que no toda salida es un verdadero escape, ni significa el alivio a la atadura de esa casa.

Los paseos con la madre suelen ser cortos. Y por lo general sin la gracia del especial interés. Generalmente para la asistencia a una misa. Las compras en el mercado. El disfrute de un tomate, o alguna otra fruta. Del resto, las salidas de la madre le están vedadas.

El niño, por eso, disfruta de dos paseos en particular. Las idas a Los Altos, y el viaje a través de la ciudad con Ita hasta el Este.

Ita es el corazón del niño de la casa. Cuando ella aparece con el sol de la mañana, el niño sabe que el día será maravilloso. Excepto si es día de vacuna. Pero cuando sale con ella al extremo de la ciudad, disfruta cada instante como una vida completa. Cuando espera en la parada el autobús. Cuando se monta en el autobús. Cuando pasa por debajo del torniquete. Cuando le toca la ventanilla y detalla cada suceso cotidiano de la calle como un hecho noticioso. Cuando ve los ojos llenos de amor de Ita, que siempre le acompañarán.

En el extremo Este, en un pequeño edificio, situado en la transversal de una avenida principal, extensa, ancha, gigantesca con mucho sol y nubes blancas, vive exilada la hermana de Ita, Josefina, madrina del niño de la casa.

Las razones de ese alejamiento no las quiere comprender el niño. Puesto que Josefina se ha casado con un amable hombre divorciado y eso no le parece causa de tal distanciamiento, de esa conjura y casi maldición, propia del mandato faraónico, que vio en los Diez Mandamientos: bórrese su nombre de los templos, de las estelas, de los obeliscos, de todos los monumentos y los papiros, olvídense de ella y de donde vive.

Aunque el tío padrino del niño de la casa y sus otros tíos, incluyendo al padre de Ita y Josefina, y el abuelo, no se parecían al viejo faraón que exiló a Moisés, juzgaron igualmente imperdonable semejante falta de formalidad y exceso de amor.

Las hermanas se apoyan en todos sus contratiempos, los que el niño conoce y los que gobierna el silencio. Ita y el niño no olvidaban la dirección de Josefina, aunque lo mandara el propio faraón. Sólo esa triste nube empañaba la alegría de la salida con Ita hacia el lejano Este.

Tres poemas sensoriales



La luz

se abre paso

a empujones

entre nubes

dispuestas

a encerrarla

en la oscuridad.


Abajo

suspiramos

por el extravío

luminoso,

creyéndolo una pérdida

casi total,

como si no conociéramos

el día y la noche.


Pero más allá

de esas espesas

masas de agua,

cristal enlutado,

está el brillante calor

que las evapora.

De instantáneos



Humo

Todo es humo

delante de mis ojos

Oculta el paisaje

Espesa el aire

Lagrima


Todo es humo que confunde

Con su informe aspecto de dragón terrible

Con su amenaza de fuego oculto

Con su acechanza a la mortalidad

de mi cuerpo.


Soplará la brisa

Se llevará el humo

Aparecerá el sol

El campo no ha sido incendiado

Sólo es humo

delante de mis ojos.

De El Paso de la serpiente



El vacío

es el espacio

de la nada

Allí reina

todo el tiempo

el no ser

absorbiendo las vísceras

del sentimiento


En ese medio acuoso

o seco

se alarga

y se contrae

según los mandamientos

del clima

emocional

De Espacios Temporales