El escritor se enfrentó al dilema más tópico de su oficio, la página en blanco. Allí se trabó en serias disquisiciones. Estuvo días enteros viéndola. La miraba de soslayo, en ocasiones. En otras oportunidades la veía fijamente a los ojos, como si la superficie blanca fuese un solo ojo ciego homérico y sabio. Ante ella comía. Bebía abundantes tazas de café y algunos tragos de whiskey. Fumaba incontables cigarrillos. La página, a pesar de todo seguía en blanco.
Tras cuarenta días y cuarenta noches de bloqueo, el escritor estuvo a punto de romperla. Ya incluso no era una página en blanco. Tenía rastros amarillos, de humo y café. Y tal vez de comidas hechas en su presencia. Pero ante el impulso destructivo, un ángel detuvo su mano.
No se planteó entonces que él debía llenar la página con las ideas que provenían de su mente o de su cerebro o de donde estuviera el pensamiento y los sentimientos. Ya a estas alturas eso no importaba. Era la página misma la que debía dictarle su historia. Para llenarla con sus propios recuerdos.
En ella vio un bosque de eucaliptos, casi a punto de ser devorado por las llamas de una sequía abrasadora. Y encontró que la lluvia había salvado esa cultivada floresta. Miró entonces cómo los leñadores hicieron el trabajo que el fuego no pudo y cómo un gran troncó cambiaba su erecta posición por una horizontalidad en pocos segundos.
Despertó entonces para volver a dormitar y una gran masa se revolvía en enormes cubetas. Una blanca nube cubrió la memoria para que del otro lado salieran finas láminas húmedas de papel. Solo después de un tiempo tuvo la sensación de estar apretujado entre cientos de otras páginas en blanco, rumbo a lo desconocido.
Al poco tiempo despertó en un aparato. Pasó por un sitio caliente y salió ennegrecida. Escuchó que había salido mal la fotocopia. Y en segundos la arrugaron y echaron en un cesto de basura. De allí la sacó alguien cuidadosamente y la puso con miles de otras hojas desechadas. De vuelta a la fábrica se repitió el proceso de su descomposición en una masa blancuzca y su estiramiento hasta estar en otra resma de hojas como ella.
Despertó de nuevo en esa casa, ante ese hombre que solo la miraba con ansiedad. Y que tuvo en un momento el impulso destructivo, evitado por un ángel de papel. Así que decidió recordar su corta y triste historia y sus memorias aparecieron sobre ella.
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