sábado, 5 de julio de 2008

TRABAJAR EN RED


José Gregorio Bello Porras

Últimamente he explorado el deseo de muchas personas, amigas, conocidas o por conocer que expresan que quieren trabajar en red.

Aparte de ser una expresión que todos creemos comprender, si estamos leyendo esto por este medio, tiene además una serie de connotaciones interesantes.

Tal vez la primera persona históricamente conocida en trabajar en red vivía en el mundo mítico, un mundo tan real que entra fácilmente en los territorios de lo perdurable tal vez más que el nuestro. Lo que muy pocos de nosotros en esto que creemos realidad puede hacer. Y digo que ese ser que inició el trabajo en red fue Ariadna. Con su hilo conectaba realmente a la gente. Y ¡cómo la conecta! Sin esa conexión ¡Puf! Estás fuera.

Más primitivamente algunos creían que el primero en trabajar en red era Spiderman. Pero se quedaban muy cortos de hilo. Está bien que el superhéroe haya hecho un buen trabajo. Pero sus conexiones son todas consigo mismo, con su propia y torturada vida de post adolescente. Además, insiste en utilizar diarios impresos para dar a conocer sus trabajos – y darse a conocer a sí mismo – lo que lo distancia del mundo de la red y lo deja en una pequeña telaraña. Tal vez su mejor interconexión haya sido que lo reconozcamos como un héroe que salta de los comics a la televisión y de allí al cine, formando parte de la mitología contemporánea, pálido reflejo de la verdadera mitología tradicional.

Más cercanos a los oficios tradicionales de trabajar en red están los pescadores. Ellos de verdad conectan y unen. Por un lado a los peces que tratan de escapar de sus redes y terminan cayendo más en ellas. Y por el otro lado, reuniendo a un gentío en un oficio para la subsistencia humana, para la vinculación y el afecto. Toda pesca termina en una gran fiesta, en una gran comida, donde la gente grita, aunque sea de contento a quien tiene al lado.

Fíjense que el pescador solitario no utiliza la red, solo un hilo como el telefónico. Y está tan absorto en su quehacer como una persona cualquiera en la calle hablando por celular, bien con el aparato pegado al oído o hablando solo, como un loco furioso urbano, con su dispositivo de manos libres y mente concentrada en otro mundo. Este acto de comunicación solitaria nos impide vivir el entorno. Nos aísla.

De todas formas yo utilizo el celular. A todo momento. Caminando como un torpe por las calles llenas de agujeros, trampas y humo. Porque no en todo momento puedes estar trabajando en red.

Pero trabajar en red sigue siendo una metáfora llena de belleza. Nos conectamos en un tejido invisible. Nos interconectamos formando una gran nube con todos nuestros contactos. Vivimos en esa nube como neuronas de un gran cerebro, haciendo sinapsis, llevando señales de un lugar a otro del planeta. Aunque sea al de la computadora de al lado.

Trabajar en red nos revela como coprotagonistas de una trama urdida colectivamente. Una trama de amistad, amor, terror, suspenso y otros contenidos diversos, aparte de las cadenas de mails, especie de tejido adiposo cuando no maligno que atrae a los más sedentarios, en los que el deslumbramiento por la posibilidad que nos ofrece la tecnología no deja de sorprenderlos. Esto, seguramente, porque esperábamos que la tecnología nos destruyera o intentara al menos hacerlo, como Terminator.

O tal vez estamos viviendo, simplemente el sueño de Matrix en el que la realidad que creemos es una virtualidad y la verdadera realidad se encuentran al despertar del sueño y salir de la esclavitud de un software todopoderoso que crea y se recrea a sí mismo. Eso sí es trabajar en la red.

Nosotros aspiramos al menos a no movernos de la casa hasta que se nos alarguen los dedos y la cabeza se nos amplíe con forma de una bombilla antigua, no de las ahorradoras de energía, según la imagen que aprendimos en la prehistoria del futuro, de cómo serían los seres humanos evolucionados por el trabajo en red. El único inconveniente práctico de adoptar esa nueva forma somática es la vivir algunos millones de años para poder experimentar esos cambios. Lo máximo que podemos aspirar de esa hipótesis es obtener una cabeza radiante y feliz, sin un pelo de tontos. Entonces pensaremos qué otra cosa más productiva podemos hacer aparte de trabajar en red.


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