Cuando hablamos de relaciones interpersonales, muchas veces acude a nuestra mente el tema de un curso, un taller, un encuentro de ese pantanoso género de cosas que se engloban bajo el rótulo de autoayuda. No porque los temas que se traten en ese tipo de reuniones participativas sean menos importantes para la vida cotidiana del ser humano, sino porque la superficialidad y el apuro, a menudo, los convierten en banalidad, en frases hechas, apenas hilvanadas entre sí, en emoción superficial. Tampoco podríamos meter en un mismo saco a todo esfuerzo en ese sentido del crecimiento personal. Hay honrosas excepciones.
Pero con mucha frecuencia al encontrar por casualidad el término o escucharlo, acude a nuestra mente la asociación inevitable con ese tipo de cursillos, impartidos con vehemencia en el ámbito laboral. Los sitios de trabajo son lugares de encuentro forzoso, como lo eran las galeras romanas. Y en ese ambiente cunden las dificultades, las fricciones que las diversas individualidades crean ante la presencia del extraño. Surge, por eso, la frecuencia urgente, vista por los empleadores optimistas, de enviar a sus asalariados a unas sesiones donde los hagan felices de participar durante ocho horas de los problemas ajenos, de sus presencias y de sus ausencias incluso.
Pero las relaciones interpersonales son algo más que un tema de sitio de trabajo. Es una realidad inmediata en nuestro mundo de encuentros con las otras personas.
Las relaciones interpersonales se dan tan rápidamente como nos ponemos en contacto con alguien, tras abrir los ojos del sueño. Tal vez su más remoto antecedente en la vida individual es el momento en el que el nuevo ser se diferencia de su madre. Un instante que aún permanece en la conjetura. En todo caso, ese momento de encuentro con otro individuo, ese contacto es el inicio de una relación interpersonal. No es necesario que haya una profundidad de contacto. El solo encuentro, e interacción, por simple que sea, genera un juego de interrelación o de relación interpersonal.
A veces creemos que las relaciones interpersonales se dan como complejos vínculos entre seres que entran en prolongadas presencias, por diversas causas. Pero la realidad es que una relación interpersonal se da con una interacción simple. Con una persona que nos encontramos y a quien saludamos, con alguien que nos ofrece algún servicio o a quien se lo brindamos. Con toda persona con la que tenemos un intercambio de palabras, gestos o acciones, existe una interacción, una relación interpersonal.
Ser conscientes de lo que hacemos en nuestras relaciones interpersonales es fundamental para mejorarlas, hacerlas atinentes, fuente de conocimiento y bienestar, antes que de distanciamiento, desagrado o afianzamiento de prejuicios.
Las relaciones interpersonales comienzan, entonces por lo más sencillo, un buen saludo, una mirada atenta, una escucha activa de la otra persona. Actitudes espontáneas pero a las que a veces estamos desacostumbrados por un ritmo de vida absorbente, centrado en el pasado o en el futuro, en obligaciones impuestas, en ansiedades inútiles, en preocupaciones, en lugares y tiempos que no son el aquí y el ahora, fuente de todo conocimiento, de todo bienestar y de todo sosiego.
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