Empeñó toda su vida y su capital en encontrar una isla donde él, Segismundo Urbano, sería rey y señor, además de edificar el núcleo de una sociedad perfecta en armonía con el universo.
Pocos creían que podía lograr su propósito. Trató de comprar algunas islas, pero la mayoría le disgustaron por ser prefabricadas o estar ya muy contaminadas por el ser humano, según apreciaba.
Aquellas que le agradaban no estaban a la venta ni podían ser conquistadas como en remotas épocas pues eran celosamente guardadas por marinas enteras o nativos aguzados.
Así que estudió muy bien la situación y decidió que sería dueño y señor de una isla nueva. Para eso estudió el comportamiento de la Tierra.
Durante tres años esperó el nacimiento de su isla. Cosa bastante infrecuente pero no imposible, así que una vez hechos los cálculos sobre el lugar donde vendría el advenimiento, emprendió viaje, con una pequeña flota de yates y peñeros como apoyo, hasta una superficie de mar desolada. Allí nacería su territorio, situado en aguas internacionales, fuera de toda discusión de derechos.
Dispuso cámaras de video de alta definición para registrar el evento y él, en un alarde de arrojo, vistió de buzo con escafandra y demás portentos antiguos para respirar bajo el agua, sumergiéndose en el erizado y cálido mar.
Quienes serían testigos del evento –como en realidad lo fueron– lo esperaron durante cinco dilatadas horas. Un tiempo exageradamente largo para mantenerse en una profundidad desconocida. Al cabo de ese tiempo, ya prestos a regresarlo a la nave matriz, observaron un movimiento inusual de olas y una ventisca que no procedía del aire sino de la propia profundidad de las aguas.
Con enorme ruido emergió la isla y él, Segismundo Urbano, estaba montado sobre una de sus laderas, portando una bandera impermeable a toda interpretación.
El asombro de los presentes se convirtió rápidamente en algarabía y vítores al nuevo rey, para pasar, casi inmediatamente, a la angustia y el espanto.
La pelada isla de unos centenares de metros cuadrados y apenas dos decenas de metros de altura, empezó a rugir descontenta.
Después de varias semanas, cesó la erupción y el árido peñasco en medio de la nada fue bautizado como Segismundo Urbano, en honor a la única víctima de la explosión volcánica.
1 comentario:
Extraordinario relato con un desenlace sorprendente y con un mensaje luminoso sobre las quimeras de algunos seres humanos que buscan la perfección en este mundo que ha sido imperfecto desde su creación...
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