Reflexionar sobre la felicidad es un ejercicio que puede llevarnos siglos o segundos. Intentamos nuevamente acercarnos a su significado, una acepción que rehúye a veces las palabras para encontrar sentido en el ser, simplemente.
La experiencia de darme cuenta que soy un ser trascendente me llena de felicidad. Percibo que la trascendencia es mi capacidad para ir más allá de lo evidente, más allá de lo perecedero, más allá de las ataduras del mundo material.
Cuando siento la cercanía con lo verdaderamente real, con el espíritu, mi alma se regocija y soy feliz. Compruebo que mi vida tiene sentido. No solo el sentido de pasar por el mundo sino de contribuir a la evolución de este mundo donde estoy situado.
La verdadera felicidad se oculta tras las expresiones de alegría pasajera, tras los gozos materiales, para permanecer oculta y visible a la vez en el verdadero descubrimiento de mi ser trascendente.
La trascendencia no es simplemente la fama o la fortuna de figurar en la historia del género humano. Es la vivencia de que mi vida vale, de que ella contribuye a la superación de la humanidad.
Si los hechos de la vida diaria se convierten en una tentación para el desánimo, me impulso con la ideas y el sentimiento de que soy un ser trascendente. Todo lo que hago, pienso y siento contribuye a reafirmar mi trascendencia sobre la temporalidad de esta existencia. La felicidad que procede de mi descubrimiento me alienta, me impulsa, me vivifica.
1 comentario:
Cuando en nuestra vida sentimos que hemos alcanzado nuestras metas, realizado nuestros sueños y logrado encontrar la felicidad plena, podemos sentirnos trascendentes ...bella reflexión...Gracias J G.
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