domingo, 5 de septiembre de 2010

Sueño 1



Sueño que estoy en el paraíso, un lugar realmente encantador, un planeta primigenio, feraz, con animales coloridos, manso y con la feliz apariencia de seres extraídos de cromos hiperrealistas para niños. El lugar ofrece abundancia de frutos y música celestial ubicua. Paseo por sus interminables jardines sin perderme, no hay forma de ello, porque todo ese sitio es para mí, mi casa, y estoy siempre en el mismo lugar a pesar de ver múltiples plantas, animales, paisajes y todos sus detalles fascinantes.

Me recuesto de un árbol a descansar y pienso que estoy tranquilo y que tal vez en ello consista la felicidad. Pero algo me inquita repentinamente. Una serpiente interior me tienta. Trae consigo un libro de tapas rojas abierto en una página. En ese momento pienso que eso que miro en mi interior es un sueño. El libro, abierto me dice …si la eternidad es la repetición de esa existencia que llevas, llegará el momento en que ella sea el suplicio de la monotonía. Abro los ojos y constato que aún estoy en el paraíso gozando de la fresca sombra del frondoso árbol cuya fruta me alimenta en ese instante. Mientras como, pienso en mi sueño instantáneo y la frase leída me empieza a producir agrura. El paraíso, en ese mismo momento, ha comenzado a dejar de serlo.

No obstante, me incorporo y encuentro que además vivo en la soledad. Camino como un peripatético, hablando conmigo mismo y el paraíso resuelve, al acto, darme una serie de seres de buen talante, sonreídos, que conversan sobre los temas más dispares con enorme erudición. Nuevamente caigo en el letargo al escucharlos e intervenir a tramos comentando algunos de sus asertos. Se sonríen más. Y me transmiten cierta paz que ya conocían los maestros zen de oriente con el viejo arte del poder de la sonrisa.

Nuevamente el libro rojo de mis sueños se abre en una página y repite la frase ahora de otra forma …si estás condenado a vivir de esa manera, ¿te parece eso un lugar de felicidad? Comento la frase, interrumpiendo toda otra conversación y sin perder la sonrisa los seres del paraíso me contestan con mil argumentos, explicándome que nunca habrá un tema realmente agotado, que las palabras mutan y rehacen el pensamiento, que los seres se turnan y no me parecerá nunca aburrido, que siempre podré optar por la soledad o la compañía. Mi tranquilidad reaparece junto con la sombra del libro rojo. No permito que se abra de nuevo. No sin antes preguntar si en el lugar hay una biblioteca para consultar libros. Un recuerdo antiguo me trae esa inquietud. Me contestan que puedo acceder a toda la información posible. Que no hay una biblioteca sino el acceso a la información de los libros que quiera en uno solo, porque no existe un lugar que pueda contener todos los libros existentes pero sí un libro que los contiene a todos. Descreo. El paraíso se derrumba otro poco dentro de mí.

La sonrisa desaparece de mis labios. Termino de abrir el libro rojo. …y si estuvieras soñando todo esto… repito la frase a mis interlocutores. Sus sonrisas se desvanecen junto a ellos, con la misma sutileza de nube con la que aparecieron.

Despierto y me doy cuenta que estoy en el sitio de siempre. En una inmensa biblioteca. Tal vez sea la del propio infierno o la del verdadero paraíso. Pero decido seguir soñando allí, en ese lugar de las múltiples posibilidades.


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