José Gregorio Bello Porras
Desde su prefacio, mi libro inédito Pequeños Monstruos Felices demuestra su intención inequívoca hacia la disminución del texto, hacia la miniaturización del personaje. Vaya una selección poco natural de estos pequeños monstruos que bien podrían formar un circo de pulgas narrativas.
Prefacio
Algunas biografías pueden ser tan breves en su densidad existencial que logran desarrollarse felizmente en pocas líneas. Casi como epitafios. Estos relatos quieren reproducir ese fenómeno.
Su obra es su vida
Creció grande y fuerte como un roble. De él se esperaban cosas espléndidas. Y no defraudó a quienes le conocieron. Produjo una mesa de comedor de doce puestos con sus respectivas sillas, dos cómodas muy cónsonas con su nombre y un ataúd de lujo.
En defensa de la propiedad
Defendió hasta el último metro del terreno de su pertenencia. En él, bastante plegado, lo enterraron.
Odio mortal
Era tal el odio hacia su enemigo que planificó la venganza perfecta: su suicidio. Así culparían del crimen a su adversario y lo condenarían a muerte.
En el olvido
Vive en el lugar perfecto para componer canciones de despecho. Vive en el olvido. Allí no es molestado por nadie, ni siquiera por él mismo. Y no sufre, en absoluto, por el hecho de que sus obras sean desconocidas. O porque se haya despreocupado de escribirlas.
Tour del alma
Aferrado a la vida por su pasión de viajar, complica enormemente sus recorridos para que al final de sus días, al desandar sus pasos, como cree firmemente que hacen los agonizantes, pueda tener un tiempo extra de disfrute de este mundo.
Salud de hierro
No resiste la primera lluvia. Se oxida.
Visión del delirium
La memoria de los elefantes blancos es nula. Está en blanco. Se termina no sabiendo quién los construye dejándolos así. Paralizados del pánico en una cristalería, ante la visión de un queso de porcelana donde se esconde un roedor. Tal vez así se extinguieron. Pero ellos no lo recuerdan. Y se vuelven conceptuales proyectos que aterrorizan a los embebidos en recuerdos.
Pabellón de la oreja
El pabellón de la Oreja es tan prestigioso como el de una feria mundial. En él se reúnen celebérrimos delincuentes, con algunos otros en proceso de formación. Todos algo deformes por los chuzazos de la vida. Se recobran, se reconstruyen con gruesos puntos de panadero. Las reformas son externas, de los miembros amputados. Nadie cree en su total recuperación. En camas clínicas duermen su ocio, hablando la jerga de los márgenes ahora precisados con rejas y alguna que otra baranda de plátanos fritos y carne mechada con filos improvisados por la herrumbre, a falta de otros componentes alimenticios del clásico plato nacional, en jirones, izado como pabellón patrio a media asta en memoria de los occisos por el hambre.
Gustosamente accede
A comer con deleite el más delicioso manjar que su imaginación pudo concebir. Se prepara, salivando con una profusión que le lava las manos. Dispone la mesa y da las gracias. Pide perdón por los excesos cometidos y por cometer, sin olvidar una oración por el eterno descanso de su alimento.
Tanto Tacto
Candidato a la carrera diplomática, tentado por la concupiscencia de los sentidos y de la carne, optó por la medicina en el arrebato de una ilusión ginecológica. La fortuna lo condujo hasta una carnicería. Ganada en las cartas.
2 comentarios:
Es una lectura inquietante y maravillosa, despierta la imaginación y nos lleva a la reflexión en días de lluvia. Esos pequeños monstruos deberían publcarse en un ibro que todos puedan tener.
¡Qué colección de monstruos, no tan pequeños ni tan felices! El libro entero es una ciudad terrorífica, como todas las ciudades, pero donde por fortuna impera la brevedad epitáfica. Excelentes mini minibiografías.
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