Conocí a Josune Dorronsoro en
la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela. Yo había
ingresado en 1973 y ella uno o dos años después.
Me impresionaron sus enormes ojos verdes, su tez blanca llena de pecas
y, sobre todo, su carisma. Era una venezolana nacida en El Valle, hija de
inmigrantes. Su padre, un vasco republicano que había huido de la dictadura de
Francisco Franco y su madre, una argentina empobrecida.
Con ese origen no podía ser sino una persona de izquierda. Así fue.
Militante de la Liga Socialista y del PRV –partido al que la había introducido
su colega y fogoso amigo Amilkar Figueroa–, aunque su pasión y dedicación
fueron la historia, en particular, la de la fotografía.
Josune pertenece a una generación de historiadores venezolanos movidos
por la renovación de la disciplina. La búsqueda de nuevos campos
historiográficos, temas y reflexiones históricas.
Siguiendo a los padres franceses fundadores de la Escuela de los
ANNALES, fue la época de los inicios de la historia de la vida cotidiana, el
descubrimiento del “hombre común” como protagonista de la historia, mas allá de
los héroes que deslumbran, la historia crítica de la sociedad en los ámbitos
políticos, económicos y sociales, la historia de las mentalidades, y
comprendimos que todo objeto social es susceptible de historiarse.
A esa generación pertenecen historiadores como Samuel Moncada, José
Ángel Rodríguez, Margarita López Maya, Germán Yépez, Yolanda Segnini, el
también fallecido Juan Carlos Palenzuela, Inés Quintero, Héctor Acosta, Elena
Plaza, Michel Ascencio, yo misma y otros.
Somos los discípulos de Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Josefina
Bernal, Arístides Medina Rubio, Manuel Rodríguez Campos, María Elena González
de Lucca, Elías Pino Iturrieta, entre otros profesores de la Escuela.
Josune se destacó inmediatamente. Graduada con honores en la UCV,
inmersa como estaba en el mundo del arte, –había incursionado en la pintura y
su hermano Gorka era ya un arquitecto y fotógrafo destacado–, deificó la
fotografía como su preciado objeto.
Profundamente disciplinada, trabajadora –que rayaba a veces en la
obsesión–, y meticulosa –habilidad necesaria para un buen historiador–, Josune
investigó, escribió y produjo numerosos libros en un período muy breve,
desarrollando el maravilloso mundo de la historia de la fotografía en
Venezuela.
El primer contacto con el tema lo tuvimos en 1977, cuando dirigidos por
el extraordinario escritor Alfredo Armas Alfonzo, un equipo constituido por
Armando José Sequera, Vladimir Sersa, Germán Rojas, Josefina Jordán, ella, yo y
otros que se me escapan, trabajamos en una incipiente institución dedicada al
rescate del patrimonio nacional, la Fundación para el Rescate del Acervo
Histórico Venezolano FUNRES, y organizamos la primera exposición fotográfica
con materiales del siglo XIX venezolano, que titulamos Con la fuerza y verdad de la luz de los cielos, en la antigua sede
de la Galería de Arte Nacional, en la Plaza de los Museos.
El año anterior nos habíamos sumergido en archivos venezolanos buscando
información y documentos sobre los primeros daguerrotipos y fotografías
producidas en el país, descubriendo con gran sorpresa que, desde la invención
del daguerrotipo en 1839, muy pocos meses después la nueva tecnología ya estaba
en Venezuela.
Buscamos informaciones e imágenes en colecciones privadas y públicas,
bibliotecas, hemerotecas y archivos, las cuales fueron expuestas en la GAN.
Josune quedó impactada por la veta de oro que había encontrado, que no hizo sino
explotar los siguientes 15 años.
Los textos que a continuación se presentan fueron seleccionados
conjuntamente por mí y Armando José Sequera, y son fiel exponente de su pensamiento
y trabajo.
Josune fue mi primera mejor amiga y veintiún años después de su partida
física lo sigue siendo.
Morella
Barreto
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