domingo, 12 de diciembre de 2010

Tres poemas de resurrección



He regresado

a la vera del sepulcro

donde alguna vez estuve.

Quiero encontrar los signos

de mi resurrección.

Allí están.

Las mortajas deshechas.

El ataúd astillado y vacío.

La tierra removida, empapada por las lluvias.

El silencio.

He caminado hasta aquí

para ver la oquedad

y nada encuentro

que ya no haya sabido.

Estoy redivivo.

De Extensa Brevedad


El grueso nudo

que me ahogaba

no era el de la condena

a muerte

sino el de la melancolía

que me sentenciaba

a vivir

cada instante

como el último,

siendo el primero

de un sufrimiento interminable.


Hasta que llegaste tú,

con algo mejor que un indulto,

con puro amor

y tu tierna mano

me libró de la pesada soga

y de la venda

de condenado enceguecido

para vivir intensamente contigo

toda el resto de infinita vida

que nos queda.

De En el inicio de la vida


La última

instantaneidad

es una sorpresa mortal

de la que uno se desentiende pronto.


Este momento

de consciencia

es apenas el paso

a otro instante

de profundo sueño.


Nada definitivo.


La resurrección del alba

o el sobresalto de la noche profunda

me devuelven,

atravesando la tierra

en un desgarramiento,

a este prolongado sueño

de mi vigilia

donde mi único alivio

es la constancia de tu presencia,

compañera de mis pensamientos

dueña de mis alegrías,

ecónoma de mis tristezas,

amor que no pasa,

vida eterna.

De Instantáneos

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