domingo, 12 de diciembre de 2010

Vestida de olor a polvo y naftalina


I

Pasa por un largo corredor apresurándose, pero no lo suficiente para que sus pasos levanten polvo como lo hacen, se detiene al comienzo de la escalera, respira profundamente y sube con pausa hasta la parte alta de la casa. Mira a los lados, sigue por el pasillo desechando puertas dobles y llega hasta el fondo en penumbra, las ventanas de vidrios opacos del otro extremo no alcanzan a iluminar tanto pasillo. Abre esa otra puerta de madera oscura frente a la que se detiene; aunque quiere, no vuelve a voltear porque conoce muy bien su soledad, tranca con paciencia al entrar y se dirige a uno de los estantes plagados de libros y polilla. Se detiene en la foto, una más de tantas ilustraciones del libro que toma entre sus manos con delicadeza, para permanecer por más de media hora observándola. Coloca el libro en el estante y retrocede hasta el teléfono que se oculta entre papeles, en una mesa, sobre varios libros. Ven, quiero verte de nuevo, dice después de llamar.

II

La mujer se acicala con brocados y prendedores y la boa que se enroscaba en la silla se desliza sobre su cuello, revisa el color de sus mejillas, el largo del vestido, los labios y el peinado bajo el sombrero de alas grandes; baja el velo para ocultarse el rostro, pero de una forma que le permita fumar, se da unos toques de perfume ensayando sus pasos frente al espejo, con el frasco redondo en una mano levantada, se devuelve para tirarlo sobre la cama y sale a encontrarse con él, que esperaba en la puerta. Al verlo refrena la curiosidad y la marcha, de nuevo las preguntas ha pospuesto, sólo sabe que él no contestará, que él no le revelará por qué la llama tan consecutivamente, por qué debe vestir esas ropas. Pero no se inmuta ante lo que le parece necedades de viejo, pacientemente se deja llevar del brazo hasta la sala, se permite esperar a que coloque la música para continuar el desfile hasta el sofá y exhalar humo mientras la respiración entrecortada del viejo con frac la estremece de un disgusto que no expresa.

Descorcha, sirve, brindan, él deja la copa en la mesa y habla sin permitir que ella lo haga. Pequeños sorbos agotan su copa y con suave lentitud, que él no contempla, comienza a tomar de la que permanecía en el mueble. No detiene su discurso y sólo interrumpe sus palabras para rogarle que le oiga, deje de tomar, y se reconozca, asombrada, en el retrato de la página de un libro que saca de su bolsillo.

III

La llama con más frecuencia, repite: ven, quiero verte, y mira la foto ya sacada del libro. Aguarda impaciente hasta oír el gong para devolver a su sitio la foto y el libro, y, tan rápidamente como puede, baja a abrir la puerta. No dice nada al verla, no la mira siquiera, ella, acostumbrada, pasa directamente a una de las recámaras del piso superior.

Ella, mientras se reviste de olor a polvo y naftalina, va recorriendo cada una de las veces que la ha convocado y no distingue cosa alguna fuera del rito que siempre cumple pero ríe al verle la cara del día que le desobedeció negándose a venir desde su casa en tan desusado atuendo.

Él, en la biblioteca, aún contempla, con ternura, la foto de la mujer esbelta con ese ropaje y tiempo que la hacen amarillecer. Su recuerdo ahora se confunde con la imagen y con la mujer que sale de un cuarto contiguo a reunirse con él.

Efusivas palabras brotan sin medida ni la plena conciencia que recobra al escucharse diciéndole que sin su constante presencia él no podrá vivir.

IV

Piensa llamarla definitivamente, retiene el teléfono en la mano y los recuerdos próximos, su deambular en la casa, su paseo entre la luna que plenaba el jardín y el deseo de conservarla consigo para siempre.

Ven, quiero verte, y cuelga el teléfono para esperar. Ya es una firme decisión.

Suena el gong y revisa los preparativos para subir a atender el llamado. Duda, sin embargo, al abrir la puerta y recapacitar en las jóvenes proporciones de la mujer, poder conservarla por mucho tiempo. Se preocupa. Y mientras ella ceremoniosamente viste sus ornamentos, él baja al laboratorio de nuevo para medir y calcular el formol y poner a punto todo el material de disección.

De Un largo olor a muerto (1980)


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