domingo, 31 de octubre de 2010

Fórmula de la invisibilidad



Debe hallar a toda costa la clave de la invisibilidad. Ninguna urgencia material le obliga, ningún acreedor le persigue, sólo la idea de tal fórmula. Más que química percibe que es filosófica, etérea, inaprensible casi, pero real, como cualquier idea que se lleva a la práctica tras años de parecer sin fundamento.

Primero gastó bastante tiempo experimentando con pociones, líquidos volátiles, sólidos y gases diversos. Construyó, luego, prototipos de máquinas que creía con poderes físicos de invisibilizar cualquier materia, pero aparte de acercarse a la muerte y cumplir así su cometido, bajo la descarga de una altísima cantidad de voltios, no pudo avanzar gran cosa en su intento.

Este incidente fue una iluminación sobre el futuro de su búsqueda, debía encaminarla hacia la investigación filosófica, hacia la elucubración metafísica, más acorde a la naturaleza de lo deseado, la esencia del poder de hacerse invisible.

Sabe lo poco original de su idea, ello no lo inquieta en gran medida sino para hallar la causa de los fallos en los anteriores intentos. Reconoce como antecedentes una gran cantidad de películas, cuentos y literatura diversa, y sobre todo un libro de H. G. Wells. En su empresa ha aprendido a no minusvalorar ningún dato, pues, provenientes de elucubraciones del espíritu, dice, que, de ellos algo de cierto debe inferirse además de la simple idea y el deseo de obtener tan apreciado poder.

El desarrollo de tal facultad, más que el de un engendro electro-químico-mecánico-filosófico, debe consistir en, según piensa, el desarrollo de una virtud común en el humano corriente, algo tan natural como sus pensamientos y a la vez tan elevado como ellos.

Se esfuerza desde entonces, simplemente, en aumentar su concentración en la idea de la invisibilidad. Tal prueba le consume, prolongadamente, hasta caer exhausto y sin evidencia de lograr su propósito. Trata de llevar su atención a niveles de profundidad inigualados y con una extensión temporal prolongadísima. Cada sesión experimental es una ruptura con su anterior marca.

Ya domina su cuerpo y mente durante días sin tregua que lo enflaquecen hasta casi desaparecer, pero no tal como quiere, materialmente, totalmente.

Sus esfuerzos no correspondidos por un hallazgo real lo deprimen. Sucumbe a una especie de melancolía benévola que no le permite alejarse de entrever la posibilidad de su idea.

Prueba entonces combinaciones científicas y mentales, uniendo fórmulas filosóficas con químicas y mágicas, en sí mismo, para lograr sólo el desaliento del fracaso.

Recobra el ánimo únicamente para reemprender su búsqueda innumerables veces.

Deja escurrir el tiempo junto a las preparaciones y conjuros, junto a silogismos y sentencias aprendidas y destiladas. Es en ese sostenido esfuerzo donde capta que empieza a lograr su objetivo.

Se desmaterializa por segundos, en una primera etapa de su descubrimiento, luego prolonga con éxito su invisibilidad por ratos, en los que no sabe de sí.

Pierde finalmente toda la noción de su cuerpo en el laberinto de su aparato mental.

Permanece invisible, sin reconocerse, desperdigado en el ámbito de su laboratorio, sin posibilidad de reintegrarse y saber qué buscaba al iniciar el experimento.

De Un largo olor a muerto (1980)

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