domingo, 7 de marzo de 2010

La Evolución del sentimiento



Nuestros impulsos básicos, nuestras motivaciones esenciales en el mundo nos llevan a la búsqueda de aquello que nos asegure la supervivencia. Nos alimentamos y nos protegemos de los peligros del medio para sobrevivir. Nos reproducimos y así perpetuamos la especie hominal. Todo ello nos puede parecer un plan frío, un simple impulso de la vida, que busca ganarle la lucha a la muerte y la destrucción.

Sin embargo, si los vemos con detenimiento, estos actos básicos del ser humano se van impregnando del poderoso sentimiento del amor en la medida que
desarrollamos nuestra consciencia. Cuando el hombre busca unirse a otros individuos de su especie para sobrevivir, lleva consigo el germen de lo que será el amor más evolucionado. La supervivencia nos exige el sentimiento del amor.

Cuando aportamos protección y alimento a los cachorros de nuestra especie, además de asegurar la supervivencia, estamos ejerciendo en su nivel primordial el sentimiento de amor.

El hombre, aún más, cuando se reproduce para asegurar su descendencia y su existencia en la tierra, ejerce un acto que se impregna, en la medida que piensa, cada vez más del amor. Pero el simple acto de reproducirse es un acto de amor, de vida.

Nuestra evolución toda es la de este sentimiento. Nuestra evolución se da en el amor. El ser humano evoluciona aprendiendo. Y aprende sobre todo a amar y ser amado. Derivando de esta experiencia otras muchas que le servirán para sobrevivir.

Las personas buscan agruparse, huyendo de la soledad. No sólo quieren tener una mayor y mejor oportunidad de asegurarse el futuro, sino también la posibilidad de ejercitar en el presente el afecto, el estar con otro, el compartir.

En la medida en que compartimos en sociedad, aprendemos más. Ningún avance del ser humano ha sido fruto de su aislamiento. Una idea de alguien con la de otro y la de otro y así sucesivamente, van aportando los grandes descubrimientos. Estos son fruto del compartir, del agruparnos y aprender de todos.

En la medida que compartimos más, amamos más y aprendemos más. El amor y el aprendizaje de la vida van siempre de la mano. Nadie puede aprender si no es amado, si no experimenta el sentimiento del amor, si no se sabe amado y capaz de amar. Sólo en el amor la vida cobra sentido y podemos aprender a vivir.

Más allá de las necesidades básicas y de agrupación, el ser humano se ve impelido al logro que es una forma de aprendizaje y una forma de dar sentido a la vida. Pero los logros solo se pueden dar en la cooperación y en el amor que esta significa. Sólo la capacidad de sentir y dar afecto nos permite dar el salto hacia el logro.

Las metas que obtenemos son tales porque las valoramos como metas. Y sólo el amor permite la evaluación positiva de sí mismo y de los demás. Ninguna meta tiene significado si no amamos y no se nos ama.

Cuando llegamos a la cima de las necesidades humanas y de los motivos que nos impulsan a actuar en la vida, encontramos que allí se encuentra la autorrealización.

La autorrealización, la realización plena como seres humanos, el encontrar un sentido trascendental a la vida, sólo se logra si experimentamos el amor desinteresado. Un amor hacia nuestra persona y el amor a todos y a todo lo existente.

La plena realización es la de encontrar que somos seres para el amor. Es magnífico constatar, de esta manera, que del amor venimos y hacia él vamos.


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