domingo, 14 de noviembre de 2010

Selva ilimitada



Cuando penetré en esta selva buscando las fuentes de la abundancia, ya me habían advertido que nadie había podido salir de ella. Era obvio que se habían perdido para siempre, pues el tiempo que había transcurrido entre uno y otro aventurero y a la postre todos, ya excedía el promedio de la vida humana, sin que de ellos se hubiese tenido la más mínima noticia ni indicios de supervivencia. Mas yo pensé, adentrándome más allá de lo obvio, que probablemente algunos habían encontrado su propósito y bañados en manantiales de vida eterna y de riqueza no hubiesen querido regresar al limitado mundo de donde procedían.

Hoy después de haber perdido la cuenta de mi recorrido a partir de una noche en la que dormí exhaustivamente a la sombra de un oscuro árbol y desperté en otra noche lejana, arropado de hojas secas, ya todo el tiempo fue una confusión de la que prescindí en aras de mi cordura. En ese momento, cuando borré toda cuenta, llevaba ya once años y diecinueve días de recorrido. Pero no sabía por qué me parecía que eran solo once años, tal vez porque algunos días se me habían extraviado en circunvoluciones, a pesar de poseer una fórmula para ir siempre en línea recta.

Ya esa época es puro recuerdo distante. Sigo mi recorrido sin notar las señales de mi envejecimiento, ni cansancio, menos aún el término de mi camino. Poco a poco he llegado a penetrar en el misterio de esta jungla, en la que, a pesar de sus riesgos, no he encontrado peligros mortales y me he sostenido con medicinal alimento. Me he dado cuenta que ella misma es la fuente de toda vida. Es una selva ilimitada.

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