Desde niño fue perfeccionando sus habilidades de crear formas con las nubes silvestres en cualquier cielo. En sus infantiles inicios aparecieron muchos conejos y elefantes pasando a distinta velocidad entre los colores que circundaban el día entre el alba y el anochecer. Aún en las tinieblas intensas veía y modelaba, a veces, fantasmas y otras figuras elegantes, adormecidas por la soledad.
Su técnica llegó a tal precisión que no solo él llegaba a ver sus inventos sino todos cuantos se hallasen cerca de su sitio de creación, estuviesen informados de sus dotes o distraídos e ignorantes de sus propuestas etéreas.
Algunos testigos relatan haber visto pasar el Titanic, con toda su tripulación, en un día de agosto. Otros confundían sus invenciones con verdaderos aeroplanos que se desplazaban como lentas aves blancas. Los animales venían en tropeles diversos y variados. Todo un tratado de zoología en el firmamento.
Su mayor audacia fue construir un carro de fuego. No por el espectáculo sobrecogedor que constituiría en el poniente, sino poque él mismo lo tripularía como profeta del futuro, probando la naturaleza de aquel transporte donde Elías subió al cielo.
Aunque no llamó a nadie, miles de espectadores se apostaron en todos los rincones de una llanura bordeada de oteros.
Allí lo vieron pasar triunfante, saludando, hasta desaparecer entre truenos y rayos, al internarse en las negras nubes de una tormenta vespertina que no advirtió en sus pronósticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario